Hay un pasaje en el libro “Santos, huacas y otras yerbas” (Editorial UPC, 2023) donde la periodista Mariana Gálvez va a una “mesada”, esa práctica tradicional presidida por un curandero para generar algún efecto positivo en los pacientes. Se lleva a cabo en un lugar físico, pero lo que ocurre allí no se casa con la lógica: ruidos sin origen aparente, movimientos aleatorios, gritos y más cosas que, para un lector, podrían parecer invenciones. El libro no consigue explicarlo con palabras, pero no porque la autora no lo haya intentado. Aun al día de hoy, ella todavía reflexiona de lo que en realidad pasó ese día.
Desde Alemania, donde es becaria del medio internacional Deutsche Welle, Gálvez habló con El Comercio sobre lo que significó escribir este libro, donde detalla cómo es el trato y visión que tienen los curanderos del norte del Perú, que tienen su epicentro en la ciudad de Chiclayo, donde la magia es vista por sus habitantes como algo del día a día. Y donde los curanderos han tejido su propia leyenda.
“Algo que exploro [en el libro] es el ego del curandero y su liderazgo. No solamente es como un médico, también se vuelve líder, se vuelve político. Y muchos también crean un mito. Se sienten como una extensión de los antiguos curanderos que mantienen viva la costumbre. No solamente son mediadores, también se construyen una identidad dentro de la sociedad”, contó.
―El recuerdo más antiguo que tengo de la brujería es la “pasada de huevo”, algo muy común entre los que somos descendientes de migrantes. ¿Cuál es tu recuerdo más temprano de la brujería?
Es un poco complicado de indicar, pero lo primero que se me viene a la mente es una historia de mi mamá. Mi mamá me dijo que nosotras nos enfermamos muy feo de chiquitas y decía que habían encontrado una bolsa con excremento, con [otras] cosas en la puerta de la casa. Entonces lo que ellas asumieron es que nos habían “echado el daño”. Mi mamá me dijo “como sus tías son brujas, entonces no les pasó nada porque están cuidadas”. ¿Cuidadas por quién? Es algo que pregunto después como periodista.
―Tu libro es una crónica donde tú también eres un personaje y entiendo que, al ser un tema tan personal para ti, la historia tenía que contarse necesariamente contigo dentro. ¿Eso sacrifica un poco la objetividad, verdad?
Sí, de hecho este fue una discusión que tuve con las personas que me ayudaron con el libro desde el principio, pero era imposible despegarme de la historia porque yo también llevo al lector por el mismo descubrimiento que tuve. Lo primero que pensé es “voy a hacer un libro de la brujería”, y al final no hice un libro de brujería, hice un libro del curanderismo, que era lo que yo pensaba que era la brujería. Incluso cuando empiezo mi investigación, es desde un lugar basado en los estereotipos, en lo que había escuchado. Yo también redescubro mis raíces a través de esta investigación.
― ¿Se puede explicar el norte del Perú sin el curanderismo?
Yo creo que no, porque están entrelazados. En la historia del norte hay mucha identidad con el curanderismo, con la religión. Como norteña describiría que somos muy religiosos, algunos católicos; otros, católicos y también creyentes en el curanderismo. Eso se escuchaba frecuentemente en Chiclayo, que a mí nunca me pareció raro o fuera de lugar, no me hizo levantar una ceja hasta que me mudé a Lima y me di cuenta que eso era una peculiaridad de la provincia de la que yo venía. Está mezclado con la cotidianidad y es algo que también, ahora que estoy en otro país, ejemplifica lo peruano de la mixtura. Claro, esa mixtura tiene tintes coloniales, por la mezcla de la religión católica con las creencias de nuestros antepasados, pero todo eso es parte de la identidad norteña.
― ¿Y qué tan receptivas son las nuevas generaciones con la tradición chamánica?
No percibo que haya mucha conexión con las nuevas generaciones y, por lo que yo vi, el público que acude a los curanderos es mucho mayor, de 40 años a más. Es algo que se transmite, no por redes, sino boca a boca: la gente que va un curandero es porque se lo ha recomendado la vecina, su hermana, tía o el amigo. En la nueva generación nos comunicamos de otra manera, de repente vamos a algún lugar porque lo hemos visto en Instagram, y a un curandero ―por lo que he conocido de sus personalidades― no lo veo abriendo un canal de TikTok buscando pacientes. Yo creo que la mayoría de ellos también se enorgullece de que sin hacer publicidad tienen pacientes.
―Cuando hablas de curandería y brujería te enfrentas a dichos, pero no precisamente hechos. ¿Cómo manejaste eso como periodista?
Algo importante que tomé para el libro es el punto de vista de la antropología. Tuve la asesoría del antropólogo Luis Millones, que se volvió muy importante para el libro. Yo trato de entender la cosmovisión de los curanderos, cómo es que ellos ven el mundo. Porque obviamente yo no puedo saber si el curandero está viendo el “mal”, la “energía” o que está oyendo las “olas del mar” a través de las conchas de nácar y con eso puede curar a los pacientes. Yo no puedo ver lo que él dice que ve o siente, solo puedo relatar como cualquier periodista: “la persona dice esto”. Y, de hecho, el último curandero me dijo “yo no te voy a contar nada porque no me vas a creer; te invito a la mesada para que tú veas lo que pasa”. Ese es otro motivo por el cual yo también tenía que ser un personaje de la historia, porque finalmente admito mi propia subjetividad.
―Mencionaste la mesada. Quería preguntarte si, después de tanto tiempo, ya has reflexionado un poco más sobre lo que pasó y cómo vive esa escena en tu mente.
Esa escena para mí es la más inolvidable de mi libro y hay muchas cosas que no termino de entender. Pero mientras más analizo esa escena, más estoy de acuerdo con lo que vi que pasó. Porque ya hay muchas cosas que no mencionó en el libro, pero mi mamá fue conmigo y se queda afuera con las personas que estaban acompañando a los pacientes y que el curandero no deja pasar. Entonces algo que siempre yo recuerdo es el sonido del techo, que empiezan a caer como si fuera una lluvia de piedras. Para mí la explicación fue “deben estar saltando en el techo”, que debe ser una suerte de guion, que los actores saben en qué momento entrar y hacer ciertos efectos especiales. Pero luego recuerdo que todas las personas, los familiares, estaban afuera en unas sillas con vista al edificio donde estábamos nosotros. Si hubiera habido personas arriba del edificio, las habían visto. Mientras más le doy vuelta al asunto, menos lo comprendo. También lo conversé con mi asesor en su momento. ¿Debo poner esto? Van a decir que me estoy inventando cosas. Pero yo escribo lo que vi.
― El año pasado el Ministerio de Cultura declaró al San Pedro como como patrimonio cultural, pero más allá de eso, ¿sabes si es que el estado tiene algún interés por preservar las tradiciones del curanderismo?
Hay iniciativas que todavía no tienen mucho seguimiento, mucho menos financiamiento. En las ediciones posteriores que le hice al libro contacté con personas que en su momento estaban en la cámara de turismo regional. Quería saber si había datos de la industria del curanderismo, pues vi que era una gran industria. Una persona que paga 150 soles por una consulta, luego 300 soles por una mesada, 50 soles por los ingredientes, etc. Hay una actividad económica detrás, se mueve dinero en el curanderismo y los datos no existen. Hay cierto involucramiento con el congreso de curanderos, pero no es anual. Hay esfuerzos separados para valorar el curanderismo, pero no es estructurado o con miras a largo plazo.
―Cuando leí tu libro no dejé de pensar en si hay relación que el Perú tenga servicios de salud pública agonizantes y que haya tantos adeptos a visitar curanderos.
Sí, probablemente lo haya. Pero ahí depende también del curandero, porque ellos dicen “necesitas una operación y yo acá no me meto, solamente curo el daño”. Pero la realidad es que muchas personas dicen “no tengo dinero para ir al consultorio privado, entonces confío en este curandero de que me vaya a curar por menos dinero y más rápidamente”. Solamente podemos especular que probablemente es una de las razones. Pero existen curanderos, como algunos de los que yo he entrevistado, que cobran igual que una consulta privada en un doctor. En ese caso no aplicaría. También hay personas que usan el nombre de los curanderos o de la medicina tradicional y a veces intentan curar enfermedades que no se pueden curar.
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