Si bien el renacimiento de la crónica peruana puede situarse a principios del presente siglo, este se gestó en los años noventa a través de plumas obsesionadas por retratar los personajes y escenarios de una realidad precaria que aún no se reponía del apocalipsis alanista. Podemos contar entre ellas a Luis Miranda, Jaime Bedoya, Beto Ortiz o a Oscar Malca. Pero quien se decidió a fortalecer la identidad del género entre nosotros, a difundirlo con altura por medio de la exitosa revista “Etiqueta Negra” y de una incansable labor mentora es Julio Villanueva Chang (Lima, 1967). Autor de un libro mayor como “Elogios criminales”, comenzó a construir historias y perfiles en las páginas de El Comercio entre 1994 y 1998. Aquel material –un mosaico de textos teñidos de extrañeza, desamparo y una perspectiva agridulce de este país de rostros nostálgicos y desdentados– fue reunido y publicado en 1999 bajo el título de “Mariposas y murciélagos”. Más de dos décadas después, Villanueva nos entrega una nueva edición de estas crónicas “retocadas y anacrónicas, cándidas y cavernícolas”.
Repasado después de tantos años, el volumen mantiene el atractivo de testimoniar una evolución creativa que se evidencia en la gradual madurez de una mirada cada vez más ducha al escoger sus temas y sus figuras, de captar las asociaciones afortunadas entre lo ordinario y lo sorprendente, en pulir un lenguaje que rezuma lirismo sin separar los pies del barro de la pobreza caótica, del desvalimiento atávico, de la tenacidad de quien ha elegido el pasado como último reducto. Uno lee las crónicas de ese joven Villanueva y no puede evitar sentir cierta melancolía por una época en que gran parte de las publicaciones locales podía exhibir un núcleo de redactores, curtidos y bisoños, con las pretensiones y las armas para elevar a lo literario la tarea periodística. Porque ese muchacho escribía realmente bien; mostraba una pericia formal que hacía metáfora de la ocurrencia e imagen rutilante de la dura prosa cotidiana.
Premunido de una ironía inteligente, inclinándose por registrar lo envejecido, lo obsoleto y estropeado, Villanueva consigue un puñado de crónicas logradas: “La vida es una pose” ausculta con gracia el cuerpo desvestido de un profesor que funge de veterano modelo nudista en los claustros de Bellas Artes; “La espantosa belleza de Vallejo” bucea en la decadente intimidad de un periodista que ofrece las claves de una locura soledosa donde se acomodan por igual el afán edípico como la frustración literaria; “Taxista hasta la muerte” triunfa en su meta de plasmar una fábula órfica en que el sentido del deber se impone a los designios de ultratumba; aunque quizás la pieza que armoniza mejor poesía e intuición narrativa sea “Dejad que Los Niños vengan a mí”. Allí se despliega un panorama de visiones y voces que construyen la rutina de una familia entera aposentada en lo alto de un basural lindante con la Panamericana Norte, cuyos miembros, escarbando entre la inmundicia, hallan el secreto de una intransferible felicidad. Otros textos, sin embargo, no son del todo cuajados (“Playa de miércoles”, por ejemplo): delatan a un autor en pleno aprendizaje que todavía tantea el terreno en pos de convertirse en el hábil contador de destinos que será. Pero esa ya es otra historia.
Autor: Julio Villanueva Chang
Editorial: Tusquets
Año: 2022
Páginas: 132
Relación con el autor: cordial.
Valoración: 3.5 estrellas de 5 posibles
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