Oídos necios, palabras sordas
Oídos necios, palabras sordas
Jaime Bedoya

Wong de la Aurora, el chiquito, el caleta. Pasillo de cereales y leches al final de un día de entre semana. Una voz juvenil resalta sobre el “Para Elisa” de fondo interpretado en elegante anonimato desde el piano del segundo piso, donde está Teleticket, el baño y las pelotas sobrantes de la Copa América y la polilla en el ojo de Cristiano: –¡Los celulares se están apoderando del mundo!, una adolescente le advierte a la otra.

Ambas llevan sus dispositivos móviles en la mano. Parecen estar cazando pokemones. Ven al adulto cuya atención han convocado y gesticulan la delimitación de su territorio cronológico: esto no es para ti. Sí que lo es. Es lo que he estado conversando con el profesor Julio Hevia toda la mañana.

Cuando conocí a Hevia, este parecía un miembro de la banda de Carlos Santana. Los mostachos, el afro, los jeans aún semiacampanados. Tenía el swing del rock y el habla de la calle, pero apuntalados en un saber académico sólido y afrancesado, a la vez abierto a toda disrupción: Augusto Ferrando, el doctor Smith de “Perdidos en el espacio” y la inacabable grupa de Amparo Brambilla, por esos tiempos. Hevia, psicólogo, había publicado un libro llamado “El limeño como estereotipo” (1986). En su departamento atendía a pacientes. En una de sus paredes había dibujado un árbol cuyas ramas apuntaban hacia la ventana, oportuna metáfora terapéutica.

Hevia en el 2016 está más cerca de Johnny Pacheco, por lo de El Zorro Plateado, o a Tom Waits, por aquello de ir de regreso antes que de ida, que a Santana. Al cabo de treinta años dictando clases en la Universidad de Lima publica su quinto libro, “Del dicho al hecho” (Aguilar /Penguin Random House). Un libro que además de ver el vaso medio vacío da la impresión de ver el vaso medio roto. Y sucio.

En todo caso el acto de escribirlo, y previamente rumiarlo tres décadas, ha sido un conjuro donde ha sido convocada su pasión por el lenguaje, el cine, la música y todo aquello que construye una estructura, una manera de ser libre y memorable. El combustible principal de este fuego han sido estas unidades mínimas de sabiduría y retruécano popular: los dichos, cuya presencia cotidiana en el lenguaje ha empezado a menguar inversamente proporcional al imperio del analfabetismo funcional de inclinada cerviz sobre la pantalla.

Demiurgo de esta piromanía ilustrada ha sido antes el espíritu e impronta de Guillermo Hevia Bringas, su padre. Un hombre acostumbrado a trabajar y a resolver los dilemas cotidianos con un buen dicho. Y a ser discreto. Como se era antes.

CUCHILLA SUIZA VERBAL
Lo que descubrió Julio, ya basta de decirle Hevia, fue que muchos de estos dichos paternos y populares eran contradictorios entre sí, lo que lejos de un defecto venía a ser una virtud. Misma cuchilla suiza verbal, cada expresión podía acomodarse en la dinámica y posición que ocupaba el que la profería. Así a quien madrugaba Dios le ayudaba, aunque no por ello se estaba levantado más temprano. Lo mismo pero diferente.

El libro redefine algunos dichos en una acepción insospechada a la original. Y en otros casos el autor les ha aplicado ingeniosa torsión para adecuarlos a la realidad contemporánea. Así ha llegado, entre otros, a una curiosa relación:

–Todo es según el color de la piel con que se mire (parafraseando a un antropólogo jamaiquino, los limeños son racistas no porque detesten a los cholos, sino porque no saben quiénes son sin ellos).

–Al que la consigue, lo persiguen (hay que emular al que la hizo linda, al que encontró la fórmula y la puso en práctica).

–El que ultima riendo, ultima mejor (el humor agudo y raudo como arma de destrucción masiva, dignamente representado en el siguiente diálogo: tu hermana es dos veces animal, se jura una gata y además araña. ¿Y qué me dices de la tuya? Todos saben que es una perra y encima cobra). Después no se diga que la academia peruana no goza de brío, tono y esplendor.

DE ESTUDIANTES A CLIENTES
Un rosario de diagnósticos queda iluminados a la luz del fuego donde el dicho arde. Algunos son más preocupantes que otros. Sucedió que cuando el profesor citaba en clase un dicho popular, sus alumnos le pedían que lo explicara (sic).

—¿Este es un libro pesimista? En treinta años de trabajo en la universidad he visto de todo. Tomando una expresión de un colega, he visto la conversión del estudiante en cliente. Entretenme, es lo que te dice el alumno.

—O sea, gánale a mi pantalla del celular… Y ahí estás en la situación de Brasil frente a Alemania: no le vas a ganar de ningún modo. Por eso menciono el síndrome de déficit de atención. La actitud de los jóvenes, más que problemática clínica, es ahorro energético. ¿De qué me sirve prestarle atención a este tipo?, se preguntan. A mí nunca me habían preguntado: Profe, ¿para qué leemos? Hasta que me sucedió. Ahí me di cuenta de que la gente no tenía capacidad, ni interés, ni claridad para encontrarle algún valor a este asunto.

—Esa pregunta es otra versión de ¿el pedo pesa? ¿Qué respondiste? Nada. Esa pregunta para mí era una respuesta.

PRESENTISMO Y DISTANCIA CORTA
La realidad le ha replanteado las expectativas al autor, en tanto catedrático, respecto al auditorio al que se dirige. La valla es cruel pero realista y habrá de ser útil parael gremio docente:

a)Si no razona, que al menos entienda.
b)Si no entiende, que al menos memorice.
c)Si no memoriza, que al menos atienda.
d)Si no atiende, que al menos asista.
e)Si no va a asistir, que no simule que lo está haciendo o que lo quiso hacer.

Este reajuste se da en un contexto que este libro califica de culto al presentismo, entendiéndose por esto una glorificación del éxito inmediato que relativiza el valor
de la perseverancia, del saber ganarse algo. Cortados los vínculos de relevancia con respecto al pasado y los referentes históricos, la experiencia ajena de los mayores deviene en inútil y la propia sufre una mutación permanente, sujeta al requerimiento de ganancias visibles y rápidas. En ese mundo estudiar, leer o dudar se tornan un ejercicio poco operativo, cansino e inclusive sospechoso.

Esta inmediatez, sostiene Hevia, circula fluidamente en lo que Zygmunt Bauman llama sociedad líquida: en ella se desarrolla una dinámica parecida a la de la Bolsa de Valores, donde lo importante sube y baja según la especulación y la moda en uso. Nada es valioso para siempre.

—¿La brecha entre medios y fines se ha reducido?
Preguntas a alguien de la generación actual qué música está escuchando y te responde: Actualmente escucho a equis. Antes escuchabas Led Zeppelin desde que nacías hasta que te casabas. Aplíquese esto a todo orden de cosas: ahora nada es suficientemente contundente como para sobrevivir a la mutación continua. Académicamente calificamos esa figura como un alcance de caña corta.

—¿De ahí el éxito del meme?
¿Acaso el meme transmite ideas de peso? El meme opera en la superficie. Y la superficie por necesidad es rápida. Lo profundo es lento. Este libro es consecuencia de la lentitud. Ahora se piensa que lo que demora no vale. Implica una inversión cuyo objetivo no está a la vista.

—Esto se conecta con el cambio de jerarquías entre la apariencia y la esencia.
La esencia es una de esas tantas especies en extinción. Un propósito de este texto es salvar un saber que se hunde por la propia inutilidad en la que cae, o por la poca sintonía que tiene en audiencias jóvenes. Antes la marca de la ropa estaba dentro. Ahora la marca se usa por fuera. Se aplica la célebre frase de Lacan que aprovechaba la homonimia francesa de paraître pour être: parecer para ser.

—El simulacro permanente…
En un país como el nuestro todo es cásting. Cuando pases ese examen. Que no solo es racial.

—Esto sucede en medio del ejercicio de distancia corta y la defunción del pudor.
Si no estás permanentemente diplomándote, capacitándote, no eres competitivo. Por eso es que ahora cualquier paréntesis, como la procrastinación, es considerado un pecado capital. Es un juego clásico de la modernidad. Pasar de un extremo a otro. Pasa con lo que se comparte. Ya nadie sabe callar. Antes tus problemas los resolvías solo o apelando a un especialista. Hoy los ventilas en las redes. Y la depresión te dura media hora. Expresiones como ya fue te hablan del tiempo corto que hoy impera.

SATURNO DEVORADO POR SUS HIJOS, O LA VENGANZA DE LOS VIEJITOS DE LOS MUPPETS
Mind the gap (1) dice en el umbral de los vagones del metro de Londres. Esa brechabrecha, pensando generacionalmente, es la que se ha hecho ancha y ajena bajo potente impulso tecnológico. Desconectado de un mundo inmediato que el joven reconstruye sobre sus propias referencias, para este las generaciones mayores son un paisajismo arqueológico. El drama es que en ese proceso se desechan también operaciones cognitivas clásicas, como el pensamiento abstracto y la memoria, arrastrando consigo sabiduría tal como en el fallido truco de jalar el mantel sin botar el menaje.

El dicho, como penúltimo puente colgante, está sobre ese mantel. Hevia, el profesor, alude a Erik Erikson cuando en el libro –a propósito del dicho a la vejez, ¿revés?– se refi ere a la última gran crisis del ser humano. Es la que se da en a tercera edad entre dos polos: la integridad versus la desesperación. En el primero se hace un repaso retrospectivo feliz de los logros de vida. En el segundo aparece el arrepentimiento de no haber aprovechado las oportunidades, el haber fallado.

El septuagenario que será el próximo presidente del Perú, alguien que podría estar tranquilamente en el polo de la integridad, le dio un giro crucial a la elección a siete días de la votación. Lo hizo citando, intervenido, un dicho extraído de una décima de 1959. Miles de jóvenes marcharon llevando la frase tú no has cambiado, pelona en Un dicho literario de casi 60 años de antigüedad decidió el futuro a favor de un viejo. Tal vez no todo esté perdido. O no estamos perdidos del todo, parafraseando al profesor Hevia.

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