Luego de 12 años de investigación accidentada, obsesiva e intensa, el periodista Pedro Salinas acaba de publicar “Sin noticias de dios”, un libro de casi 900 páginas que resume prácticamente todas las aristas del Caso Sodalicio: la congregación católica peruana acusada de cometer múltiples abusos físicos, psicológicos y sexuales, en especial contra los jóvenes miembros que recluta.
La obra cubre un espectro amplio de temas: los intrincados vericuetos judiciales del caso, las intrigas dentro del Vaticano, el accionar de otras organizaciones religiosas en el mundo, e incluso testimonios sumamente íntimos de Salinas, que le dan al libro una dimensión cercana y a la vez perturbadora. “He querido hacer una obra ambiciosa, en la que se muestre cómo funciona esta gente hasta el día de hoy. Porque han continuado. Y con este libro tú sabes quién es quién dentro del Sodalicio”, afirma el autor a El Comercio.
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—Has dicho que esto es lo último que escribirás sobre el Sodalicio. ¿Cuánto puedes apartarte del caso?
Lo que dije es que este es mi último y definitivo libro sobre el Sodalicio. Después de eso, no pienso escribir nada más. Quizá en términos de investigación, o incluso de opinión, eventualmente podría escribir algo. Pero en general creo que lo que tenía que decir, lo dije. Lo he dicho todo. Y obviamente no me voy a poder desprender del tema porque estoy demasiado implicado y comprometido. Soy uno de los denunciantes en el caso de la demanda penal contra Luis Fernando Figari y compañía por asociación ilícita, secuestro mental y lesiones graves. Esas peleas las voy a seguir librando. Y si ellos se siguen metiendo conmigo, como lo han hecho, voy a seguir respondiendo. Entonces va a ser un tema que me va a perseguir hasta el último día de mi vida. Pero es lo que me tocó.
—En el libro detallas cómo no se ha alcanzado justicia hasta ahora después de tantos años. ¿Esto se debe solo a la religiosidad de los encargados de impartir justicia? ¿O hay algo más?
La iglesia es un poder fáctico, nos guste o no. Eso lo hemos constatado in situ en Piura, en una experiencia que fue realmente indescriptible: tú entras al local del Poder Judicial, y al lado derecho hay una capilla enorme, que es más grande que cualquiera de las salas judiciales que hay allí. Eso sin contar los crucifijos que se utilizan, las biblias... Hay una cosa fáctica de poder eclesial que percola en la mentalidad de las autoridades judiciales. Además, efectivamente, hay muchos fiscales, como María del Pilar Peralta Ramírez, que influyó en caso. Entre los denunciados penalmente en la fiscalía, excluyó al arzobispo de Piura y Tumbes, el sodálite José Antonio Eguren. Y la fiscal me lo dijo en mi cara: que cómo se nos ocurría denunciar a un obispo de la iglesia católica. Entonces, por supuesto que influye. También cuando me querellaron por difamación. Esa vez el caso corrió como una mecha de pólvora, como si fuera un caso sumario, mientras en otros hay una lentitud tal que hasta que los casos prescriben. Lo de la iglesia es un tema ya institucional. Claramente las autoridades eclesiásticas peruanas y vaticanas les dan largas a estos temas porque asumen como política lo de “problema aplazado, problema resuelto”. O problema olvidado. Y eso ocurre hasta el día de hoy.
—Igual das cuenta de que sí hay autoridades de la iglesia que tienen otra actitud, pero que son una minoría...
Son una minoría. Cuando yo estuve en la Congregación para la Doctrina de la Fe –que viene a ser el ex-Santo Oficio, la antigua Inquisición–, me di cuenta de que son gente que ya no persigue herejes, sino que cazan pederastas. A eso se dedican. Son personas que tienen cuarenta y tantos años, curas, religiosas, laicas consagradas, que forman parte del equipo de la Congregación. Allí el arzobispo de Malta, Charles Scicluna, juega un rol muy importante, así como el español Jordi Bertomeu, brazo derecho de Scicluna, y en el cual el papa tiene mucha confianza. El tipo está muy comprometido con el tema. Pero es uno solo. ¿Tú te imaginas si hubiera 50 Bertomeus? Te aseguro que la realidad sería otra. Pero hay solo uno, con un equipo de 15 o 20 personas para todo el planeta. No hay forma, pues. Aquella vez me enseñaron varios expedientes –aunque no los abrieron– sobre los países que estaban investigando. Estaba Chile, por supuesto, que ocupaba un lugar importante. También el de Costa Rica. Y para el caso de Perú lo que falta es la orden del papa, para que venga un ‘task force’ como el que hubo en Chile y cambie la cosa. Pero eso depende del papa. Scicluna no puede actuar si no hay consentimiento explícito por parte de Francisco.
—Tampoco ha habido respuesta de la clase política peruana. ¿Eso responde también a los poderes fácticos eclesiales?
Sí, porque entre el Sodalicio y el fujimorismo o Renovación Popular hay afinidades ideológicas y religiosas evidentes. Cuando el excongresista Alberto de Belaunde propuso una iniciativa de investigación, todo le tomó una eternidad. La oposición del fujimorismo fue brutal. La resistencia se notó desde un principio. Incluso había un lobbista del Sodalicio que iba dejando sus tarjetas de presentación para hablar con los congresistas y pedirles que frenaran esa investigación. ¿Por qué? Porque supuestamente era un ataque a la iglesia católica. Y en esa época tenías a los Tubino y compañía, que lo tomaron así, como que la investigación era un ataque. Sin haber leído “Mitad monjes, mitad soldados”, sin conocer al detalle las denuncias, nada. Además, en ese momento era un tema nuevo. Nadie sabia quién era Fernando Karadima, quién era Marcial Maciel, nadie sabía de los abusos en Boston hasta la película “Spotlight”. De alguna manera, con Paola Ugaz fuimos pioneros de un tema que poco a poco se ha ido abriendo paso gracias al papa Francisco, quien ha tenido muchas metidas de pata, es verdad; pero lamentablemente los pastores, sus obispos, no lo han acompañado como él hubiese querido. Él mismo lo ha manifestado en más de una forma: en exhortaciones, declaraciones, ‘motu proprios’, decretos papales... Se han hecho hasta reformas en el derecho canónico…
—Porque, claro, el tema de la pederastia en la iglesia no es solo peruano, sino mundial.
Claro, y yo de alguna manera quería con este libro poner en el mapa lo que pasaba en paralelo en otras partes. Trato de contar la forma en que el actual papa ha ido aprendiendo a enfrentar esta pandemia de la pederastia clerical, un cáncer que hace rato ha hecho metástasis. En este proceso, por ejemplo, hemos visto cómo España se resiste a cualquier tipo de reforma en ese sentido, a diferencia de Francia, donde la conferencia episcopal propicia la creación de una comisión de la verdad, conformada por gente independiente, que arrojó un informe que debe de ser de los más contundentes publicados hasta ahora. Ese tipo de iniciativas se han dado en Australia, en Irlanda, pero promovidas por el Estado. Portugal ha empezado a dar los pasos de Francia, vamos a ver cómo termina. Pero España e Italia no quieren avanzar. Y América Latina ni te cuento. Acá es como si no hubiese habido nada.
—Y en el camino, el Sodalicio ha seguido negándolo todo.
Claro. Supuestamente ellos nunca vieron los abusos de Figari, ni los de Daniels, ni los de nadie. Y los niegan. O piden perdón al aire a través de un teleprompter. No son sinceros. Lo que quieren es pasar la página rápido, como hicieron los Legionarios de Cristo en México. Les siguen los pasos. Por eso en el libro cubro los casos extranjeros. Porque así ves que el patrón es el mismo. Mira a los legionarios y mira al Sodalicio. No solo Figari es una réplica de Maciel, sino que sus organizaciones son clones. Esa cultura de abuso de poder, a partir de la asimetría que te da la cosa religiosa, empieza con una manipulación de conciencia y te va sondeando para ver hasta dónde pueden abusar de ti.
—Lo que ellos llaman “rigores de formacion”.
¡Claro! “Excesos que se deben interpretar en su época”, dicen, como si estuvieras hablando de siglos atrás, ¡y estas hablando de cosas que pasaron ayer! ¿Cómo cambias eso? ¿Puede el Sodalicio cambiar realmente? Yo creo que no. ¿Los van a disolver? Yo creo que si la iglesia católica es una institución sana, debería cortarlos. Porque además hay gente de la propia iglesia que coincide en que no deben continuar. Pero continúa porque al papa Francisco le llega una información determinada e interesada a la vez. Pasó en el caso de los obispos de Karadima y pasa en el Sodalicio también. La visita de Paola Ugaz al papa Francisco [en noviembre último] estuvo salpicada de veneno para que no se diera el encuentro. El papa se lo reconoce a ella en la reunión que tienen en su biblioteca privada. “Esta gente no quería que te conociera. Y eso a mí me llamo más la curiosidad para conocerte”. Algo así le dijo.
—¿Por qué decides incluir toda esa dimensión tan personal e íntima en el libro? Están incluso tus informes psicológicos.
Porque no podía hacerlo de otra forma, creo. Este ya no es “Mitad monjes, mitad soldados”, que creo que fue una investigación aséptica, a pesar de que yo he sido parte de la secta. En ese libro, la única parte personal, subjetiva, emotiva, fue mi testimonio, como parte de los 30 testimonios que aparecían. El resto era investigación, fría, pura y rigurosa. “Sin noticias de dios”, en cambio, es un libro más personal porque han sido 12 años en los que yo he estado absorbido por esta historia como si fuese un agujero negro, que yo pensé que iba a terminar con la publicación del primer libro, pero no fue así. Y no por nosotros, sino por ellos. Si ellos no hubiesen reaccionado a partir del 2018 como lo hicieron, probablemente nosotros ya habríamos soltado la historia. Pero no lo hicieron, y los ataques fueron virulentos y de toda índole. Como un deseo de enterrarnos y lanzar un mensaje: si te quieres meter con nosotros en el futuro, mira a lo que te expones. Ese es su mensaje, pero creo que el tiro les ha salido por la culata.
—El libro cierra con la escena de un allanamiento en tu casa. Es de terror.
Claro, a mí me implican en una investigación fiscal absurda, con un allanamiento como si yo fuera el ‘Chapo’ Guzmán. Con 30 policías y 6 unidades, por lo menos. Un secuestro técnico y formal en mi casa en Mala que duró casi seis horas, desde las 4 hasta las 10 de la mañana. Para ese entonces este libro ya estaba escrito en poco más del 80%. Y es en el instante en que me despojan del celular que caigo en cuenta que allí tengo todas mis conversaciones. Con Bertomeu, con el Arzobispo de Lima, con víctimas con nombre y apellido... Ahí yo dije “me están desarmando buena parte del trabajo”. Y si se se hubieran llevado la computadora, el libro no hubiera visto la luz nunca. Era clarísimo que los policías y la gente de la fiscalía había ido con dos encargos específicos: llevarse mi celular y mi computadora. Lo demás era una pantomima. Un protocolo de allanamiento en el que supuestamente buscaban las facturas de una consultoría que yo hice en el 2017 por 17.000 soles. Y que hice a toda regla. Pero ellos se han gastado una fortuna a raíz de una demanda calumniosa en mi contra. El abuso de poder esa vez fue aplastante. Seguro pensaron que me iban a intimidar, sin saber la furia que generaron. Y fue peor. Porque no me van a doblegar.
El primer tiraje de “Sin noticias de dios”, una publicación autogestionada, se agotó a los pocos días de su lanzamiento. La reimpresión ya está en camino y próximamente se encontrará en El Virrey y otras librerías.