Cuando ganó su primer sueldo, haciendo ilustraciones para la Policía de Investigaciones del Perú, el pintor Eduardo Tokeshi recuerda que al mostrarle el dinero a su madre ella lo condujo al altar que en casa conservaba las presencias de todos los parientes ausentes. “Sin ellos, tú no eres nada”, le dijo entonces, invitándole a, simbólicamente, compartir con ellos el dinero.
La enseñanza materna recorre las páginas de “Sanzu” (Reservoir Books), el primer libro de uno de nuestros más reconocidos pintores. Según una antigua tradición budista japonesa, tras alcanzar el fin de la vida terrenal, los muertos deben atravesar el río Sanzu, de forma similar al Estigia en la mitología griega. Según el mito, el difunto pasará por diferentes pruebas antes de llegar a la otra orilla. Solo los que han sido buenas personas, llegarán sanos y salvos. Y en este volumen que suma cuentos breves, poemas e ilustraciones, el autor ofrece una íntima ceremonia literaria, recuperando las voces de todo el clan, tratando de identificar las imágenes borrosas de la memoria familiar fijadas en antiguas fotografías. En caprichoso orden, Tokeshi va sumando historias, la de su abuelo viniendo al Perú, las de su tío abuelo partiendo de regreso a Okinawa, las de su madre y padre yéndose y regresando. Un ir y venir cruzando el océano que replicará el pintor y escritor en medio de un concierto de voces familiares.
Quizás porque vivimos en un mundo globalizado hemos olvidado ese vínculo con nuestros muertos. En “Sanzu”, libro que resulta de la tesis para obtener el grado de Magister en Escritura Creativa en la PUCP, el artista nos recuerda que más allá de la información genética, el vínculo familiar nos define de formas inimaginables, tanto en sus presencias como en sus ausencias. Como una especie de matrioska, los muertos nos habitan por dentro. “Yo he recordado mucho a mis abuelos durante la escritura de este libro porque yo crecí con ellos en un mundo raro, quebrado con respecto a la realidad circundante”, recuerda Tokeshi. En efecto, la suya es la historia del más pequeño de la familia, criado en lo que podría ser una isla okinawense a media cuadra del Parque Universitario. Una burbuja cultural que ha ido formando su idea de identidad y de propósito.
Permíteme hacerte la pregunta obvia: ¿Qué hace un pintor escribiendo ficciones? ¿La palabra te da algo que no alcanza lo visual?
Exactamente. Hay cosas que se pueden pintar y hay cosas que se tienen que escribir. Yo crecí con padres que hablaban en japonés para que sus hijos no pudiéramos entenderlos. Así, la lengua se me presentaba como una barrera, una pared automática que se levantaba entre todos. Por eso para mí el lenguaje y su afinación es tan importante. El lenguaje de la pintura y el otro, el cotidiano. Este libro trata sobre el lenguaje, las palabras que se te quedan, las que detonan, las que evocan. aquellas palabras familiares muy intensas, muy íntimas.
La forma de hilar este trabajo la encuentras en el formato del diccionario…
Originalmente, el libro se iba a llamar “El otro diccionario”, aquel que todos tenemos, el diccionario de nuestra infancia. Un lenguaje familiar, un idioma del cariño y de la soledad, dado por palabras extrañas que nos unen como comunidad y que, por otro lado, nos separan del resto. Un lenguaje secreto de las familias.
Hay un cuento tuyo en que hablas sobre una tía que estudió con Alberto Fujimori. Revisando las fotografías de ambos, imaginas qué habría pasado si hubieran terminado juntos. ¿Cuánto crees que la presencia de Fujimori ha perturbado nuestra actual relación con lo japonés?
Siempre que aparece la imagen de Keiko, más aún que la de su padre, siento que la contamina. Algo parecido sucede hoy con los chotanos, por ejemplo, en relación con el presidente Castillo. Esta idea de que “todos son así”. Hablamos de comunidades fuertes, con una identidad, pero que de pronto, una serie de hechos quiebran esa imagen. Yo tenía una tía izquierdista que conoció a Fujimori en las reuniones de universitarios niséis. Yo me pregunto qué hubiera pasado si todo un país no se hubiese dejado llevar por una apariencia. Los peruanos nos dejamos llevar por un sombrero, por un criollo de dos metros, por un exmilitar, por un gringo. Yo quise jugar con la idea de sentirme un peruano más, pero cuya apariencia juega ni en contra ni a favor, simplemente diferente.
Cada escritor aporta su mirada para enriquecer la tradición literaria local: tú aportas una perspectiva inédita para narrar: la del nieto del “chino de la esquina, el nieto de la señora que atiende en el bar, el hijo del dueño del bazar. ¿Qué te aporta ese narrador?
Para mí, fue un mundo de ventajas, donde podías robarte los chocolates que quisieras, o espiar las conversaciones de los borrachos por ejemplo. Pero también me convenció de que el mundo, para poder seguir avanzando, tenía que pensar en el cliente. Te diré que escribir ha resultado ser muy revelador. A los escritores y a los poetas les tengo todo el respeto del mundo. Tienen ese uso del lenguaje envidiable. La palabra es tan necesaria, tan vital. Es un trabajo interior tan bonito. En la pintura, podría decir que no tengo la vergüenza que si conservo cuando escribo. La escritura para mí es algo todavía balbuceante. Pero hay que seguir escribiendo y juntando textos. Este libro es un homenaje al chino de la esquina.
Y tú eres chino con esquina.
Yo soy chino con esquina (ríe). Con calle. Las primeras sensaciones que he tenido han sido desde la “chinitud”.
Uno observa tus cuadros divididos en cuadrículas, e imagina las saturadas vitrinas típicas de aquellos negocios.
La infancia te ordena la fantasía. Y el cuadro me ordena mi mundo de cachivaches, sea poniendo objetos o dibujándolos. De alguna manera, eso me lleva también a la bodega del abuelo, a las frunas y los chocolatitos que vendía. Todo eso está metido en mi producción pictórica. Me fascina juntar esos elementos.
Uno de los cuentos que más me conmueve tiene que ver con una reflexión sobre tu padre, que ve jugar a las selecciones de vóley de Perú y Japón y no decidirse por quien tomar partido. Una duda que resuelve al pedir que, a su muerte, dispersen sus cenizas en las orillas del mar de Paracas y de Okinawa. ¿Cómo has resuelto tú tus orillas?
Yo soy de acá. De aquí solo me sacan muerto.
Una Inka kola dentro de una botella de sake, te llamas…
(Ríe) Así es. A mí me divertía mucho ver a mi padre renegar frente a las películas de guerra de John Wayne. Se sentía tocado, parte del enemigo vencido. Pero, de pronto, aparece la figura mítica de Akira Kato. Y le resuelve el tema del orgullo, entendió que podía unir las dos orillas. Allí están sus cenizas. Estoy esperando a octubre, cuando vengan mis hermanos, para llevar la mitad a Paracas y luego la otra parte a Okinawa. Alquilaremos un bote e iremos mar adentro, para lanzar la mitad de sus cenizas, la mitad de su corazón, de sus querencias.
Presentación del libro
Dónde: Librería El Virrey, Bolognesi 510, Miraflores. Cuándo: Martes 27 de setiembre, 7 pm. Acompañan al autor: Giovanna Pollarolo y Mayte Mujica.
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