“Literatura anónima”
Autor: Omar Guerrero.
Páginas : 138.
Editorial: Colmillo Blanco.
Se ha romantizado demasiado, hasta niveles casi ridículos, la figura del escritor. Ya sea como letraheridos, abnegados, iluminados o malditos, se hizo costumbre retratar a quienes ejercen el oficio de escribir como sujetos de un aura especial o simplemente atípica. En este libro de Guerrero son también especiales, pero de una forma mucho menos idílica: casi todos los personajes que habitan sus cuentos conllevan su afición literaria como una enfermedad, o por lo menos como una costumbre insana que los convierte en irreverentes perdedores.
La literatura “como una droga o un vicio difícil de superar”, apunta certeramente la protagonista de uno de estos relatos, entre los que destacan un imitador de Martín Adán, una muchacha a la que consideran el mismísimo Vallejo reencarnado, un homónimo del esquivo Thomas Pynchon, o un negro literario –literal y figuradamente hablando– cuyos logros y desventuras se narran al más puro estilo ribeyriano.
Cada uno de estos seres extravagantes, por alguna razón u otra, ve su identidad borrada, sus rostros perdidos en esa vorágine de historias fabuladas y ficciones forzosas con las que están compuestas sus vidas. De allí el anonimato al que alude el título del libro: bendición y condena para ellos, según como se mire.
“Una casa que no existe”
Autora: Carla Valdivia.
Páginas : 62.
Editorial: Vallejo & Co.
La imagen de una niña que comienza a descubrir los complejos pliegues de la vida cotidiana sirve como disparador a este breve y delicado poemario, el primero de su autora. Un libro cargado de una intimidad por momentos serena y por otros tensa y dolorosa. El crecimiento, la figura materna, algunos traumas escondidos en rincones de esa casa que otros llaman hogar, son algunos de los temas que regresan como fantasmas y flotan alrededor del espíritu de esa niña “que pensó en el crimen como algo irremediable/ y en el amor como algo insostenible” (p. 16).
Pero no son solo las referencias infantiles las que le dan forma a esta casa. Porque conforme se avanza por sus páginas se nos confronta con una voz poética que derrumba sus paredes, que excede su techo para aventurarse hacia territorios nuevos. “Yo que provengo de un planeta sinuoso/ me he venido a encontrar en la llanura” (p. 33), escribe Valdivia.
Ese salir de la casa para explorar el mundo es registrado siempre con el mismo afán de descubrimiento de los primeros años, el de los ojos deslumbrados de una recién nacida, solo que se va mezclando con la extrañeza de recorrer otros espacios y geografías. Un avistamiento de horizontes que termina siendo nada más que una necesaria mirada hacia su propio interior.
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