Después de tantas travesías, Rafo León también ha encontrado una sensación de aventura en lo complejo de la tranquilidad. Con 72 años, el reconocido periodista y exconductor del programa de crónicas “Tiempo de viaje”, encuentra en su rutina diaria un destello de su espíritu errante. Cada mañana recorre los cinco kilómetros que separa su hogar de su pequeño taller en el viejo Miraflores, donde se sumerge en la pintura, la lectura o la escritura; placeres que cultiva desde que tiene memoria.
Del Perú lo conoce todo, pero todavía hay espacio para la sorpresa. De ella nació el libro “Conococha, naturaleza y cultura”, obra que editó tras dos extensos viajes en Ancash, donde compiló veinte años del trabajo de la compañía minera Antamina en la laguna ubicada en el límite entre Recuay y Bolognesien. Las investigaciones, cuenta León, se iniciaron el 2000 a raíz de las preocupaciones de la comunidad de Chiquián sobre el posible descenso del nivel de las aguas debido a las obras de infraestructura minera.
“La conclusión más importante es que no hubo reducción en la cantidad de aves marinas. Se mantiene tanto la cantidad como la diversidad. Ese es un gran indicador de que el nivel del agua ha mantenido los mismos márgenes previos a la llegada de la mina”, asegura León.
¿Qué llevó al escritor a enrumbarse en este proyecto? “Me encantó porque ya pasaron seis años [desde que finalizó el programa], pero aún encuentro maneras de seguir viajando”, responde. Y es que no importa los 17 años que haya pasado al aire o las cerca de 400 ediciones que se hayan emitido de su programa, su objetivo de acercar la cultura rural de las provincias peruanas a los citadinos sigue siendo primordial.
A propósito del libro, el periodista conversó con El Comercio, acerca de sus reflexiones sobre la riqueza cultural del Perú, la importancia de ir más allá de los museos, el impacto y futuro de la Marca Perú, su opinión sobre los creadores de contenido de turismo en redes sociales y más.
— En 2021 experimentaste una situación cercana a la muerte, ¿Cómo te encuentras ahora?
El COVID casi me mata. Pero así como me dejó hipertenso también me quitó la prediabetes, aunque ya no lo soy. También me trasplanté la rodilla debido a la artrosis y ahora estoy muy bien. Actualmente no tengo ningún problema de salud, para desilusión de los periodistas. Estoy bastante bien.
— En ese momento, ¿tuviste tiempo de reflexionar sobre qué legado dejabas?
El legado no es algo que me quite el sueño, pero creo que está bien dejar algo si tienes la vocación y el gusto, como en mi caso. Yo he hecho muchas cosas en mi vida y me quedo con “Tiempo de viaje”, que estuvo al aire durante 17 años. Fue un programa interesante con 400 ediciones, el 90% recorriendo el Perú y el otro 10% en el extranjero.
— Siempre dijiste que el objetivo del programa era acercar las diversas regiones del Perú y sus culturas a los ciudadanos de la capital. ¿Crees que cumpliste?
Supongo que el programa ha ayudado, pero el objetivo aún no se ha cumplido si nos atenemos a lo que ha pasado hace pocos meses. Existe un gran abismo entre las regiones y Lima. Sin embargo, las recientes movilizaciones pusieron en primer plano la voz de las regiones. Si la política no atiende esto, alguien más tendrá que hacerlo. Creo que ahora es tarea de la sociedad civil y la empresa privada.
"Las recientes movilizaciones pusieron en primer plano la voz de las regiones. Si la política no atiende esto, alguien más tendrá que hacerlo"
— Desde el estreno de tu programa (en 1999) también hubo un gran cambio en el aprecio de nuestras manifestaciones culturales gracias a la Marca Perú, de la cual eres embajador. ¿Cómo recuerdas esa acogida?
La reacción inmediata a la marca fue muy impactante. Tuvo una gran acogida y también recibió críticas fuertes, como era de esperar. Lo que me resultó interesante fue que muchas instituciones no estatales se sumaron a la marca y comenzaron a aprovecharse de sus beneficios y retribuir con sus ganancias. Lamentablemente, la marca perdió un poco de fuerza durante el gobierno de Martín Vizcarra. Se quedaron satisfechos con los resultados alcanzados y no se hizo mucho más al respecto. Además, durante el gobierno de Pedro Castillo, ocurrió algo nefasto: se prohibió hacer promoción política en el extranjero utilizando la marca. Las razones detrás de esta decisión eran ideológicas, argumentando que no debíamos depender de otros países y que éramos autosuficientes. Creo que ahora sería el momento adecuado para relanzar la marca Perú, con nuevos embajadores y conceptos renovados. El Perú ha experimentado cambios tremendos en los últimos 20 años.
— Aunque los cambios saltan a la vista. A las personas les dejó de avergonzar decir que irían a pasar vacaciones en Huaral, Caylloma o Huanca.
Verdad, los nombres. [Despúes de la campaña de la Marca Perú], recuerdo que ibas a cualquier librería y lo primero que veías era una estantería llena de libros sobre el país. Había mil temas, desde geografía hasta cultura y artesanía, y todo visualmente impecable. Fue un momento muy importante en el que muchas personas creímos, y no es que hayamos dejado de creer, pero las cosas han cambiado mucho. También hemos tenido situaciones políticas extremas que no dejan mucho espacio para ese tipo de reflexiones, y por eso hemos retrocedido. Además, está esta maldición de odiar a los caviares, donde todo lo relacionado con el pensamiento, la reflexión y la publicación se tacha de “caviar”
— ¿Te llaman “caviar” a menudo?
¡Uf! Muchas veces. (risas)
— “Tiempo de viaje” estaba enfocado en viaje y cultura. 6 años después de su última emisión, ahora son los creadores de contenido en YouTube, Instagram y TikTok los que tienen gran acogida promocionando el turismo. ¿Qué opinión tienes acerca de esos videos?
Bueno, el mundo se mueve a través de diferentes lenguajes. El lenguaje documental anterior a “Tiempo de viaje” era el de Alejandro Guerrero, que era el clásico documental largo, lento y sin conductor. Yo vi ahí una oportunidad, y como ya había viajado mucho por mi cuenta y también había trabajado un año en PromPerú, empezmos con el programa. Luego surgieron los lenguajes en las redes sociales, que demandan productos más breves, puntuales y también más superficiales. No estoy juzgando, pero sí he visto estos programas y creo que han elegido otros caminos ligeros y no tan realistas; edulcorados. Me sorprende que en TikTok se siga el clásico esquema de “5 cosas que hacer si vas a Ayacucho”, y bueno, ojalá y las hagan. Pero la impresión que tengo sobre estos lenguajes es que se retroalimentan. La gente no los sigue porque quiere ir a Ayacucho, sino por ver el video. Les gusta el contenido, y así es. Si ves la entrega de los Premios Oscar, es poco probable que pases por la alfombra roja, pero les gusta la la ilusión.
— Esa era la diferencia con tu trabajo, que no incentivaba el turismo, sino que creaba viajeros. Hay una diferencia de conceptos, ¿no?
Sí, y yo creo que el Perú es más un destino para viajeros que para turistas. Porque en el Perú no se destacan los grandes servicios, salvo algunas excepciones. No se vende por sus casinos, cruceros o discotecas, sino por otras cosas. Tenemos la gastronomía que es fundamental, y luego está el legado cultural, inagotable. Pero sobre todo: lo inesperado. Es la antítesis de “5 cosas que debes hacer en”, al contrario. Si vas a Ayacucho, deberías darle paso a la sorpresa. Yo más bien reemplazaría esos videos diciendo “qué cosas inesperadas me sucedieron”.
— Voy a extrapolar, pero a menudo se sigue estos pasos al pie de la letra porque tenemos la idea de que en Lima no hay mucho por ver más que en museos. Que estamos encima de una civilización muerta, parados sobre nuestra historia.
Eso no es cierto. Lo que ocurre es que nuestra educación es muy deficiente, lo que nos hace sentir que hay un subterráneo donde se encuentran los testimonios de las antiguas culturas, pero no es así. Todo está vivo. Por ejemplo, en la fiesta de Santa Rosa, se ponen en acción elementos culturales preincas, incas, españoles y modernos. Es una síntesis perfecta. Lo mismo ocurre con la procesión del Señor de los Milagros, donde se representan las diferentes etnias y se evidencia la presencia negra y criolla. También tenemos el Cristo de Pachacamilla, que se basa en el santuario de Pachacamac. Así que no me digan que todo eso está enterrado, al contrario.
— ¿Es una excusa por nuestra ignorancia?
Es la ignorancia y la superficialidad con la que se abordan estos temas. Se piensa que “solo hay que ir al museo para conocer el pasado”. Está presente en todas partes. En Lima hay 400 huacas, y de alguna manera están vivas. No necesariamente en la forma adecuada, porque están invadidas, pero ahí están. Todo está vivo y en constante movimiento. Incluso si pensamos en términos políticos, Pedro Castillo fue un desastre, pero no se puede negar que en términos de representatividad, llevó a la presidencia a un sector importante de la población y los representó, aunque de manera deficiente y fallida, pero los representó. Por eso, cuando le decías a la gente de Puno que era un ladrón, corrupto e ineficiente, ellos decían: “Lo que sea, pero es nuestro ladrón. Siempre ustedes, los blancos de Lima, han tenido sus ladrones, ahora tenemos los nuestros”. Hasta en eso, todo está vivo.
— ¿También tenías esa perspectiva al inicio? A inicios de los 2000. La de aproximar de forma folclorizante la cultura del “interior del país”, como mal lo llaman.
Eso me parece interesante, lo he abordado bastante. “Lima y provincias”, pero Lima es una provincia. Ahora se dice “Lima y regiones”, aunque en realidad también somos una región. Yendo a la pregunta, yo tenía otro tipo de cliché. No era tan racista, sino más bien culturalista. Pensaba: “qué bonitos los pueblos del interior, con sus plazas, sus casitas blancas y sus techitos azules, ojalá nunca cambien y que la gente nunca abandone su vestimenta típica”. ¿Nunca cambien? ¿Acaso era un zoológico? Muy rápidamente la realidad me sacudió y me hizo darme cuenta de que hay que enfrentar y participar en los cambios. Al principio de mis viajes, encontraba esos pueblos típicos, pero ya no es así. Y hay gente que considera esto una pérdida cultural, pero yo no pienso así. Aunque es cierto que junto a la plaza, la iglesia y los monumentos, encuentras pollerías, chifas y farmacias de cadenas. Ese es el nuevo patrón urbano.