ENRIQUE PLANAS
La ministra de Cultura de Chile visitó el país como parte de la delegación que participa en la Feria Internacional del Libro de Lima. En sus planes, anuncia, está intensificar las relaciones de su portafolio con su contraparte peruana. ¿Sabía que su trabajo como gestora cultural comenzó con una librería de viejo abierta en un garaje?
Su presencia en Lima tiene que ver, además de acompañar a la delegación de autores chilenos, con impulsar la colaboración con la institucionalidad cultural local. Pasado ya el capítulo de La Haya, ¿cómo debe retomarse la relación cultural entre el Perú y Chile?
No sé si retomarlas sea la palabra. Más allá de los momentos difíciles que pudo haber habido en la relación con el tema de La Haya, me parece que nos dirigimos a un camino de normalización magnífico en las relaciones entre Perú y Chile. Nunca se han cortado las relaciones culturales y más bien hay una gran avidez por incrementarlas. Tenemos que trabajar con la institucionalidad cultural peruana. Hoy [la entrevista se realizó el viernes] tengo una reunión con la ministra de Cultura y su equipo para ver cómo, en el caso del libro por ejemplo, tenemos desafíos comunes. Tenemos una misma lengua, un mercado en español global y necesitamos estrategias comunes para participar en esos circuitos y esos mercados con una presencia mayor. Tenemos mucho que hacer en políticas de fomento a nuestra industria editorial. Tenemos graves problemas de distribución, pues entre nuestros países se distribuye solo lo que se publica en las grandes editoriales internacionales. Nuestro desafío es dar espacio a la otra producción.
La gran distribución editorial depende de las editoriales en España. Solo lo que rebota en la península vuelve a nosotros. ¿Cómo los buenos propósitos de una gestión pública pueden competir con el statu quo económico?
Creo que son necesarias las políticas de fomento. Hay una responsabilidad del Estado en esto. No se trata de intervenir el mercado de una manera rígida, pero es posible generar políticas de fomento que contrarresten la tendencia tan brutal del libre mercado. Es importante que en estas ferias del libro se trabajen más acuerdos de coproducción, que enfrentemos las diferencias arancelarias. Mañana [el sábado] tendremos una reunión con editores y distribuidores de libros para tratar de ver cuáles son los cuellos de botella. Nosotros podemos intervenir para facilitar y enfrentar estas tendencias que atentan contra la diversidad cultural. La pluralidad es clave y garantizarla es una responsabilidad del Estado.
Chile ha sido una especie de modelo para la gestión económica. De pronto, con el nuevo gobierno de la presidenta Bachelet, dentro de la gestión cultural ha habido iniciativas que han puesto a temblar a los empresarios privados. ¿Está en revisión el modelo económico?
Efectivamente, desde la dictadura, Chile tuvo un modelo muy dogmático neoliberal que estableció un sistema de crecimiento que generó cierto crecimiento. Pero es verdad que en 30 años de aplicación del modelo, las consecuencias culturales en el país han sido dramáticas. Nosotros estamos discutiendo en Chile la necesaria reforma educacional, que es conflictiva porque estamos rompiendo un modelo afianzado, con resultados nefastos en la calidad de la educación y el acceso a la igualdad de oportunidades. Esta es una discusión que pidió la misma sociedad chilena, movilizada durante dos años y que la presidenta Bachelet ha hecho suyo con fuerza. Chile está haciendo una discusión fuerte de su modelo. El país está cambiando con responsabilidad, orientado en reformas que superan la idea de que el mercado es el gran regulador, y que el mercado basta para resolver los problemas en una sociedad democrática. Eso no es así y estamos trabajando para cambiar aquello.
Otro intenso debate tiene que ver con la propuesta de ley de cuotas de producción local en las radios chilenas.
Esa no es una iniciativa del gobierno. Es una iniciativa parlamentaria, pero yo como ministra de Cultura la he respaldado. Estoy convencida de la necesidad de afirmar la responsabilidad de los medios de comunicación sobre todos los que administran un espectro público, como son la radiodifusión y la televisión. Deben tener un compromiso con el desarrollo cultural nacional y la industria creativa nacional. Algunas voces esgrimían que esto atentaba contra la libertad de expresión, pero la verdad es que sólidas democracias en el mundo tienen leyes de cuotas mucho más altas que el 20% que nosotros estamos discutiendo. Acabamos de promulgar una ley de televisión digital que también define una cantidad de horas de televisión cultural y educativa obligatoria para los canales de televisión. Y tenemos también un compromiso en nuestro programa de gobierno de pensar una televisión pública de calidad. Nosotros tenemos una televisión pública sometida a las leyes del mercado, que compite por el ráting y el avisaje como todos los otros medios. Y eso ha sido nefasto para la calidad de la televisión chilena. Hay conciencia de que tenemos que cambiar ese modelo. Estamos saliendo de una idea dogmática en cuanto al mercado. Es un cambio que surgió desde la sociedad, con los estudiantes universitarios y los movimientos sociales, los más golpeados por esta ortodoxia del libre mercado.
TODO COMENZÓ EN UNA LIBRERÍA
Sé que a su regreso a Chile, después de su exilio, se dedicó a la venta de libros usados. ¿Cómo así?
¡Ah, me encanta! Efectivamente, fue un trabajo autogestionado que tuve cuando volví a Chile del exilio, en plena dictadura todavía, a mitad de los ochenta. Es algo que nunca he confesado en público. Llegué sola, con poco más de 20 años. Era una situación de mucha exclusión. Después del golpe de Estado, con mis padres salimos rápido de Chile, yo estaba muy niña entonces, y dejamos encajonada la biblioteca de mi padre. Y al regresar, con la autorización de mi padre que no podía volver todavía, instalé una librería de libros usados a partir de su biblioteca. Fue un emprendimiento pequeñito, en el Café del Cerro, entonces un importante centro de resistencia cultural a la dictadura. Instalé la librería en el garaje de esa casa. ¡Fue una experiencia maravillosa!
Se convirtió en librera por necesidad…
Pero fueron tiempos de enorme poesía. Eran años de gran solidaridad. En dictadura, la librería era un punto de resistencia cultural, donde encontrabas cosas vedadas, prohibidas. La dictadura chilena empezó con una guerra al libro. Todos recordamos las fogatas, las quemas de libros. Creo que es la primera vez que lo comento: mi trabajo de gestora cultural quizás partió a mitad de los años 80 con esa librería de libros usados en un garaje.
Su padre era un importante hombre de teatro. ¿Era una librería especializada en artes escénicas?
Mi padre era un hombre con amplitud de intereses, pero efectivamente había mucho teatro. Por la librería pasaban directores de teatro, figuras importantes del teatro chileno, porque empezó a correrse la voz de que teníamos textos de dramaturgia latinoamericana que no había por ninguna parte.
Con la irrupción de las nuevas tecnologías, algunos dicen que el libro de papel se encuentra en vías de extinción…
No lo creo. Hay un fenómeno tanto en Chile como en el Perú que tiene que ver con el aumento de las editoriales independientes. No solo están diversificando la oferta bibliográfica, sino que también están apegadas al libro como objeto. Creo que estamos muy lejos aún de un mundo sin libros. Otra cosa es desconocer la importancia de la tecnología al pensar los grandes problemas que tenemos en América Latina. No cabe duda de que la tecnología aporta otras entradas a la lectura y que son relevantes al momento de promover el hábito lector y la comprensión lectora.