Rilke: a 140 años de su nacimiento - 1
Rilke: a 140 años de su nacimiento - 1
Enrique Planas

El poeta se lamentaba por un bloqueo creativo. Por ello, una de sus amigas y mecenas, Marie von Thurn und Taxis, lo invitó a pasar una temporada en su castillo de Duino, en Italia. Reiner María Rilke llegó en octubre de 1911 y, un mediodía de invierno, luminoso y gélido, mientras daba un paseo por unos arrecifes, escuchó una voz que retumbó en su caja craneana: “¿Quién, si yo gritase, me oiría desde los coros celestiales?”. Presto, las apuntó en la pequeña libreta con la que cazaba poemas del aire. Esa línea fue el principio de “Elegías de Duino”, trascendental conjunto de diez poemas que le tomaría una década concluir.

Aquella es parte de una leyenda que el propio Rilke supo cultivar: la del poeta que escribe sus versos más sublimes anotando lo que le dice una voz proveniente de la nada. Hoy, cuando la palabra “inspiración” ha sido desacralizada por la razón moderna, celebramos la memoria del frágil y genial poeta que escuchaba a un dios que demoraba en su dictado.

LA VIDA LÍRICA
Su casa hoy ha desaparecido. Se levantaba en el 19 de la Heinrichsgasse, en Praga. Allí nació René Karl Wilhelm Johann Josef María Rilke, hace 140 años, un 4 de diciembre. Fue hijo de un oficial ferroviario y de una madre de pretensiones aristocráticas que al no poder superar la muerte de su primogénita, obligó al pequeño René a vestir de niña hasta cumplir los 5 años.

Obligado por su padre, Rilke ingresó a los 11 años en la escuela militar secundaria de Sankt Pölten, dramática experiencia que luego abandonó por problemas de salud. Debió entonces recibir lecciones privadas para presentarse a la Universidad de Praga, donde estudió Literatura, Historia del Arte y Filosofía. Al abandonar su ciudad, trocó su primer nombre de René a Reiner, quizá para romper con todo recuerdo de infancia y lazo familiar.      

Para el escritor español Javier Marías, pocos poetas como Rilke han dedicado su vida, de manera obsesiva y excluyente, a la lírica. En efecto, además de la poesía propiamente dicha, el autor transformó en lírica otros géneros como la prosa, las crónicas de viaje y el teatro, además de sus diarios y correspondencia. 

Rilke nunca se quedó quieto en Europa. Entre 1910 y 1914 se han registrado residencias en una cincuentena de destinos. De Praga a Múnich, Berlín y Venecia;  luego a Rusia donde entra en contacto con Tolstói,  y más tarde a ciudades en Francia, el Norte de África, España, Austria y Bélgica. No se sabe de dónde consiguió el dinero para tan intenso peregrinaje, pues no se le conoce más que escasos y breves empleos.  Muchos consideran que su capacidad para enamorar a todas las princesas, duquesas, marquesas y baronesas del imperio austro-húngaro (y también a sus respectivos maridos), le ayudaron a no distraer su obsesión poética en vulgares asuntos de sobrevivencia. En sus cartas y diarios, puede advertirse cómo Rilke se pasó la vida “esperando” el dictado de esta voz lírica, mientras era aquejado de males físicos y psíquicos. No hay carta del escritor donde no hable de tormentos o dolencias, entre otras debilidades que supo utilizar también como pretexto para evitar cualquier oportunidad laboral. 

“Habría que preguntarse, con todo, cuánto habría de verdad en esta legendaria espera del poeta por la voz divina, que tan en vilo tenía a todas sus amigas”, comenta, no sin chanza, un incrédulo Marías. Citando al poeta André Gide, el francés recordaba  haberle oído contar a Rilke que la mayoría de sus versos le salían de golpe y de corrido sin que necesitaran apenas retoques. 

Rainer María Rilke murió de leucemia tras una larga agonía en un hospital suizo, el 29 de diciembre de 1926, a los 51 años. Cuatro días después fue enterrado en la comuna de Raron. Su epitafio, elegido por él con romántica anterioridad, parece haber sido el último dictado de un dios cruel: “Rosa, contradicción pura, placer/ de no ser sueño de nadie entre tantos/párpados”. Que las voces no se callen nunca, poeta. 

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