En mayo de este año, Alfaguara iba a lanzar “Simpatía”, su más reciente novela, pero con la pandemia todo evento, incluida su presencia en la Feria Internacional de Libro de Lima, ha debido postergarse. Los lectores de Rodrigo Blanco Calderón (Caracas, 1981) tendremos que esperar por aquella historia aún inédita, que, al igual que “The Night”, premiada el año pasado en la Bienal Mario Vargas Llosa, parte del precario contexto político y social en Venezuela, pero ya no parte del éxodo masivo de connacionales sino en aquello que han debido dejar atrás: jaurías de perros abandonados. “Esta situación de impiedad contra los animales denuncia cómo la sociedad se convierte también en un verdugo”, señala.
Recientemente, ante la reactivación del premio Rómulo Gallegos, tú denunciaste la intención de reavivarlo para servir a los intereses de la dictadura. El anuncio del ganador estaba previsto para el 2 de agosto pasado, pero ahora se señala que se pospuso por la pandemia ¿Es un pretexto para dar marcha atrás?
Con esta gente nunca se sabe. Por una parte, ha habido una vocación abierta del chavismo por secuestrar las instituciones, paralizar lo productivo y volver estéril todo lo que alguna vez produjo algo. Pero también son una genta muy incapaz operativamente hablando, y solo por querer aparentar que el estado venezolano está fortalecido y funcional relanzan este premio cuando prácticamente el país está quebrado. De hecho, ya lo estaba en el 2015, cuando tardaron meses en pagarle al ganador de ese año, Pablo Montoya. En realidad, creo que es muy probable que no tengan forma de pagar ese premio, ni la capacidad operativa de organizarlo. Por ello la pandemia les ha caído como anillo al dedo para encontrar una justificación.
Más allá de las intrigas del gobierno de Maduro, lo que me entristece es que haya colegas escritores que le sigan el juego participando en un concurso tan desprestigiado.
Evidentemente, el premio ha entrado a una declinación muy fuerte. Revisas la lista de participantes y aprecias ausencias evidentes. Sin embargo, sigue siendo desolador que todavía haya escritores de renombre que estando al tanto de lo que sucede en Venezuela antecedan sus aspiraciones monetarias y de prestigio literario sobre la solidaridad. En los últimos cinco años, los que los venezolanos denunciamos es reconocido por la comunidad internacional, de modo que no hay excusas para decir que en Venezuela hay una polarización o un problema político. Es evidente de que se trata de un país secuestrado por una organización criminal que a su vez ha secuestrado todas sus instituciones, incluido el premio Rómulo Gallegos.
¿Actualmente radicas en Málaga (España). Cómo te mantienes informado sobre lo que hoy se vive en Venezuela?
Estoy todo el tiempo pendiente de las noticias en Venezuela porque mi familia y amigos siguen viviendo allá. Estoy en comunicación constante con mi gente y estoy al tanto de todas sus penurias. Aunque tengo la suerte de no padecer la cotidianidad allá, tan dura y desgastante, a la distancia me entero de muchas noticias tristes. Como muchos venezolanos en el exterior, vivo escindido.
A todas las vicisitudes que les ha tocado enfrentar a las comunidades venezolanas migrantes, se suma ahora la emergencia sanitaria, que en el Perú resulta dramática. ¿Cómo lo percibes?
Lo que está sucediendo ahora en Venezuela es alarmante. En Latinoamérica vivimos el pico de contagios y muertes, con una infraestructura médica bastante deficiente. Imagínate esa situación en Venezuela, donde el sistema hospitalario está en el suelo, donde la población ya padecía deficiencia alimentaria y de acceso a medicinas. Se están viendo cosas muy feas puertas adentro con el éxodo venezolano. Esos millones de venezolanos que emigraron sin ningún tipo de seguridad ni documentación se vieron en la decisión de regresar, a pie incluso, siendo recibidos como parias. “Venezolanos que entran ilegalmente a Venezuela”, los llama el gobierno chavista a través de sus medios de comunicación. ¡Es una aberración! Y el gobierno los culpa por haber traído el coronavirus al país.
Te has definido como una persona pesimista al hablar de la realidad en Venezuela. ¿Pensaste que con la aparición de Juan Guaidó podían cambiar las cosas?
Mi pesimismo es producto de grandes decepciones. Yo recibí con mucho entusiasmo esas pequeñas victorias: ganar la Asamblea Nacional en el 2015 o la aparición de Juan Guaidó. Sin embargo, ha sido una decepción enorme. Ellos no tienen la voluntad, ni la fuerza, ni la inteligencia para producir un cambio. Suena muy antipático decirlo en América Latina, pero el escenario político en Venezuela solo puede ser resuelto a través de una intervención humanitaria y militar coordinada por las democracias occidentales, que fue lo que manejó el llamado grupo de Lima con Estados Unidos. Pero esta intervención no va a suceder. Me costó mucho entender que esta solución no es fácil, que tiene costos políticos muy grandes para quienes quieran involucrarse. Y fuera de ese mal menor de la intervención, no hay ninguna solución concreta. Otra cosa sería que el propio estamento militar se rebele contra Maduro, pero todos ellos forman parte de una organización criminal vinculada al narcotráfico y a crímenes de lesa humanidad. Viven como reyes dentro de Venezuela y no hay ninguna razón para que abandonen esos privilegios.
¿Ves alguna salida en los próximos años?
No se ve. Siempre se espera la aparición de un líder político que tenga la fuerza, pero en Venezuela el chavismo ha sido sistemático en la persecución de líderes políticos de oposición. Quienes no han sido comprados están presos o han sido asesinados. Como se dice en la jerga de dominó, la partida la veo trancada. Y ahorita quienes lo pagan es la gente.
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