No es lo mismo discutir con un agente de policía aquí que allá. Tampoco buscar trabajo, ni formar una familia. En doce relatos breves, Santiago Roncagliolo comparte sus propias historias vinculadas por ese sentimiento de precariedad que une a todo migrante en permanente tránsito. En “Lejos: Historias de gente que se va”, el autor echa mano de su biografía para convertir sus cuentos en una confidencia, el relato vertiginoso que un desconocido puede confiarnos en un bar de madrugada.
“La vida se parece más a un libro de cuentos que a una novela”, nos confía el escritor al otro lado de la línea, desde su estudio en Barcelona. En efecto, hablamos de relatos que escapan a una estructura, muchas veces basados en ocurrencias erráticas. Roncagliolo da cuenta de sus propias experiencias y las de sus amigos y ex novias, a quienes incluye a manera de homenaje.
─Sin tarjeta de residencia, “los sueños del migrante tienen fecha de caducidad”, escribes en uno de tus cuentos. ¿Cómo la falta de papeles configura la identidad del migrante?
Cuando te vas, sea por buscar un trabajo, ser artista o vivir libre de las restricciones de la sociedad de la que vienes, hay un riesgo: migras porque crees que todos tus fracasos son culpa de tu país. Eso te expone a fracasar en otro país y no tener a quien echarle la culpa. En mis cuentos hablo de mis primeros años en España, y de ese pánico de volver sin haber tenido nada, sintiendo además haber perdido el tiempo. Eso es una gran presión. Recuerdo que cuando recién llegué a España, muchos de mis amigos que habían estudiado en buenos colegios y universidades me decían: “Qué bueno que te fuiste, Perú es un desastre”. Sin embargo, yo no llegaba a fin de mes y ellos eran subgerentes de banco o viceministros, con una vida y un sueldo mucho mejor. Y cada día te vas preguntando cuánto más puedes resistir, cuando tendrás que admitir que todo salió mal y volver a retomar las cosas donde las dejaste. Ese es un yugo sobre tu cabeza, constante.
─Pertenecemos a una generación marcada por el exilio. ¿Cuánto daño crees que el sueño de irse del país le ha hecho al escritor latinoamericano?
Yo sí creo que todo escritor, latinoamericano o no, tiene que irse alguna vez a algún sitio. Viajar y escribir tienen que ver mucho, ambos parten del mismo impulso. Lo que pasa es que América Latina siempre tuvo muy pocos lectores, con lo cual irse era la única posibilidad. Incluso para publicar libros. Cuando yo me fui, ya me habían rechazado de las tres editoriales peruanas que había entonces. Los últimos años han aparecido en toda América Latina nuevas generaciones de lectores, muy jóvenes. Hay más editoriales y el mundo es menos gris. Más bien ahora veo a mucha más gente con ganas de largarse. Durante años los amigos me decían por qué no vuelvo, si se está bien en el Perú y se come rico. Había un optimismo contagioso y hermoso. Ahora me llaman para preguntarme qué hacer para marcharse. Y no es lo mismo marcharte a los 25 que a los 45 años. Emigrar es empezar una nueva vida, volver a nacer. Y puede que ya no tengas tiempo de vivir otra.
─Como cuentas en tu libro, mucha gente se va del Perú para vivir su sexualidad libremente, para escapar de la homofobia que aquí impera. ¿Cómo ves ese éxodo invisible?
Cuando migras, te conviertes en varias personas diferentes habitando un solo cuerpo. Una es la que dejaste atrás, que reencuentras cada vez que regresas y hablas con tus amigos. Te das cuenta de que ellos están hablando con un fantasma que aún existe en la mirada del otro. Otra es la persona que tú quieres ser, que es posible que nadie más vea. Y la tercera es la que ven los demás en el sitio al que llegas. Una sociedad tan conflictiva, reprimida y violenta como la peruana, te obliga a encajar en papeles que no necesariamente son los que tú quieres asumir. Y mucha gente emigra porque quiere vivir su sexualidad en paz, buscando que los demás vean lo que son. El divorcio entre lo que tú crees ser y lo que ven los demás, es muy duro. Es increíble que haya gente que tenga que irse para poder amar, tener pareja e hijos.
─Si hay algo que tienen tus cuentos es una intención de no replicar una estructura aristotélica: más que contar una historia, son relatos en los que pasan cosas. Y donde los personajes no cambian.
Mis novelas juegan mucho con el género literario, por lo que son muy técnicas. Todo ocurre donde bebe ocurrir. Quizás escribir cuentos es un escape de todo eso. En los cuentos, la capacidad de jugar es mucho mayor. Si alguien te cuenta su vida, si eres un narrador muy pesado como soy yo, piensas que aquella historia está llena de agujeros, y de silencios, y de mentiras. Reinventamos cosas que no han ocurrido. Y eso las hace más reales.
─En el cuento “Solo me dices que me quieres cuando estás borracho”, hablas de un fenómeno que se dio en los años 90: gran parte de los jóvenes actores de éxito en el Perú viajaron a España buscando una oportunidad. Y casi todos volvieron con las manos vacías. La razón, terrible, la defines así: “era demasiado banco para ser exótico y demasiado peruano para ser natural”.
Mientras más lejos te vayas, más eres una categoría y menos un ser humano. Nadie conoce lo que eres en realidad ni tiene tiempo para conocerlo, por ello se recurre al estereotipo. Lidiar con ellos es también lidiar con la forma en que la gente te ve. Al final, te conoces a ti más que a cualquiera. Aun ahora las categorías para los artistas siguen siendo bastante restringidas. Los mexicanos hacen de mexicanos, los brasileños de brasileños y los peruanos de peruanos. Muchos de los amigos artistas, no solo actores, que emigraron y he ido conociendo aquí, descubrieron en esa migración lo bien que les iba en su país (ríe). Los que pasa es que los que nos fuimos quedando lo hicimos porque éramos unos fracasados allá. No habíamos perdido nada. Si vas a fracasar, hazlo en el país rico. Pero lo que de verdad eran exitosos se regresaron, porque tenían una vida, un público, un entorno. Es muy difícil el arte, y aún más para un actor. Porque su arte se hace de cara al público. A diferencia de un escritor, que si eres un fracaso no se entera nadie. Un escritor no se enfrenta a un teatro vacío, no tiene que cancelar una temporada. Estar en un escenario es cruel. La gente común necesita dinero, un artista necesita que le hagan caso, que lo escuchen, que se emocionen con él. Y eso depende de los códigos culturales a su alrededor.
─Me decías que hace tiempo no recibías llamadas de peruanos preguntándote cómo migrar a España. ¿Cómo se está viendo por allá nuestra crisis política?
Es la primera vez que se está viendo. El Perú está saliendo en portadas de prensa desde hace varios días, algo que no sucedía que yo recuerde. Ha tenido una cobertura importante. Y les resulta completamente incomprensible. Hay un gran estupor sobre lo que pasa. Todos tienden a fijarlo en una pelea de izquierdas y derechas, los golpistas son los chavistas, o los golpistas son los trumpistas. Pero en el Perú golpistas son todos. Y el nivel de toda la clase política está igualmente en cuestión. Y su agenda no tiene nada que ver con medidas políticas, sino con intereses empresariales cuando no mafiosos, directamente. Entonces se vuelve incomprensible.
─¿Y qué piensas tú?
Que no es una discusión política. Lo que está pasando en el Perú es pre-político. En las democracias se discute si un gobierno es de izquierda o de derecha. Nosotros discutimos si se puede gobernar.