“Dígalo con flores”, nos invita el típico eslogan de las floristerías. En efecto, las flores son un lenguaje para hablar de cosas para las que no alcanzan las palabras. El escritor chileno Pablo Simonetti aprendió de su madre ese lenguaje. “Ella vivía la jardinería con furor”, recuerda. Al principio cultivaba el jardín con entusiasmo amateur, luego se dedicó a estudiar profesionalmente el tema y trabajar al lado de expertos técnicos paisajísticos.
Poseedora de una vasta biblioteca especializada, escribió también libros de jardinería. Y Simonetti, desde pequeño, la observaba atender amorosa a su jardín, escribir hasta muy tarde sus tratados botánicos, dedicándose incluso a las ilustraciones. Más allá de la belleza, el color o la forma, el escritor aprendió de su madre que toda flor, sean azaleas comunes o verticales rododendros, tiene una significación que representa, simbólicamente, nuestros afectos. Cada planta está relacionada con un afecto, un momento, una conversación.
Aunque no era consciente de ello, Simonetti había aprendido por ósmosis ese conocimiento. Hace 15 años, decidió comprar un terreno cerca del mar y levantar la casa donde ha escrito todas sus novelas. Fue allí también donde le asaltó la pasión por la jardinería, un sentimiento –confiesa– agravado por la muerte de su madre. Y sobre esta pérdida y esta obsesión botánica tiene que ver “jardín” (así, en minúsculas), su más reciente novela, publicada por Alfaguara, y que hoy presenta en la feria Ricardo Palma de Miraflores.
A propósito de decir las cosas con flores, ¿cuánto hemos perdido de ese lenguaje cuando hoy estamos más cerca de un teléfono que de una planta?
Hemos perdido mucho de nuestra capacidad de contemplación, así como de la posibilidad de estar con nosotros mismos. Cuando escribo, yo hago dos cosas: por la mañana, salgo a caminar por el parque cercano a casa, y es allí donde se me ocurren muchas ideas para escribir. Como lo puedes ver en D. H. Lawrence, la literatura paisajística tiene una capacidad metafórica enorme. Puedes hablar a través de ella sobre el sexo o el sentido de la vida. Por la tarde, salgo al jardín de la casa. Es un momento de paz, de contemplación. Hemos ido perdiendo nuestra relación con el paisaje, y eso ha influido en nuestro carácter o en la posibilidad de alcanzar momentos de calma.
En “jardín”, hablas de la pérdida, del dolor, de la ruptura familiar. Y especialmente cómo las formas de compartir el amor de una madre a través de las flores son incomprendidas por sus hijos…
Siempre ha habido desencuentros entre generaciones. En este caso, estamos enfrentando un desencuentro muy actual: la pérdida del arraigo a un pedazo de tierra, para irnos a vivir en pequeñas unidades habitacionales, uniformes, despersonalizadas. También sucede que los adultos tendemos a infantilizar a nuestros padres, porque creemos que, supuestamente, ellos no entienden el mundo de hoy. En la novela, la hija le dice a su madre: “Mire, mamá, yo sí sé lo que usted necesita. Usted no puede seguir viviendo en una casa sombría”, sin entender que es la sombra lo que le gusta a su madre. En generaciones anteriores, la sombra era algo valioso. ¡Hoy estamos obsesionados con la luz y la vitamina D! Otro problema generacional lo representa el hermano mayor, quien vive en función al futuro. El pasado es visto como un lastre, algo que tienes que arrastrar. En Chile, hasta hace poco tiempo, desde que se fue Pinochet hasta el 2010, vivíamos en un país que solo “miraba al futuro”. Hoy estamos experimentando una suerte de reflujo de la historia. Nos hemos dado cuenta de que es un error considerar el pasado solo como fuente de tensiones, porque también es fuente de sabiduría.
La madre protagonista de tu novela cree en la familia y el perdón entre hermanos. ¿Pero qué tan cierto es eso cuando hoy la familia es un concepto en cuestión, cuando esta se construye ya no solo por lazos de sangre?
Tenemos la posición de quien considera la familia como un lastre que sencillamente puedes dejar atrás para vivir su vida apartado del origen. Pero yo creo que esa es una grave equivocación. La impronta familiar es tan fuerte que, por mucho que quieras arrancártela, no puedes perderla. Ella te sigue a donde vayas. Otra posición es vivir con esa tensión, reconocer que existe. Pienso que uno puede ser muy iconoclasta y rebelde, y aun así reconocer su lugar de pertenencia. Es una conciencia que adquieres con la experiencia. Yo, por ejemplo, siempre me sentía ajeno a mi padre. Lo encontraba un ser completamente diferente a mí. Ahora que pasé la cincuentena, me reconozco cada vez más en él.
CONTRA LA HOMOFOBIA
En “jardín”, está presente, de forma sutil pero precisa, el tema de la homofobia. ¿Cómo ves las muestras de progresismo en los legisladores chilenos al aprobar la unión civil?
En Chile sacamos una ley de unión civil muy buena, muy profunda.
Un proyecto de ley que se frustró en el Perú. Más allá de nuestra tan mediocre representación política, ¿qué condiciones sociales deben existir para impulsar cambios de este tipo?
En Chile pasó algo fundamental. El primer signo fue la caída del poder de la Iglesia tras las denuncias de sus abusos sexuales a menores. Luego de que la Iglesia controlara, casi de forma militar, temas como la diversidad sexual, la liberación de la mujer o el aborto, fue el momento de reflexionar y decir: estos señores pretenden controlar nuestra vida sexual, pero son capaces de cometer las aberraciones más grandes. Ese ‘test’ de la integridad ética fue tan fuerte que, sencillamente, el enorme poder de la Iglesia se acabó. Hoy, la Iglesia opina, pero nosotros también. Ellos influyen, pero también nosotros. Ahora hablamos de igual a igual. Y eso está pasando en todo orden de cosas en Chile, igualmente en el político. Lo que hay que traer abajo es la hipocresía de los grupos de poder. Por primera vez, Chile se imagina a sí mismo como un país diverso. Y en esa diversidad hay riqueza social que genera respeto.
Y en ese contexto de generación de respeto, ¿cómo ves la salida del clóset de un escritor como Alberto Fuguet?
Hay un grado de valentía en el reconocimiento público de algo tan constitutivo de ti mismo, tan esencial. Y requiere más valentía aun cuando has pasado treinta años sin decirlo. Yo he sido siempre defensor de la idea de que salir del clóset requiere un grado de arrojo que es necesario celebrar. Finalmente, esa persona puede ir por la calle siendo una, y no dos. Encuentro que es nuestra sociedad la que tiene que salir del clóset y dejar de vivir estas dobles, triples o cuádruples vidas. Asimismo, me gustó que Alberto saliera al público con un libro como “No ficción”. Entiendo que pronto viene otro en el que el protagonista también es gay. Fuguet ha salido dando la cara, poniendo el pecho. Hay gente que lo critica por hacer de la salida del clóset una plataforma mediática para anunciar un libro. Pero no lo creo. Él no necesita eso. Al contrario, haberlo hecho con un libro que indaga en estas masculinidades fue muy importante. En sus obras, Fuguet encontró un camino literario para hablar de la masculinidad. Y “No ficción” es un libro gay y muy masculino a la vez. Eso lo celebro.