En medio del convulso régimen de Juan Velasco Alvarado y las transformaciones socio-económicas que este implicó, un lugar a 190 kilómetros de Lima parecía ajeno a estos conflictos. Asentado dentro de los linderos de la Cooperativa Agraria Azucarera Paramonga este bucólico espacio imitaba a los pueblos campestres de Estados Unidos o Inglaterra. Con salones de bowlling, canchas de tenis y chalets para los ingenieros que allí trabajaban, aquel mundo tan distinto a una realidad que golpeaba con fuerza al Perú es retratado por la artista visual Sonia Cunliffe en “A la izquierda, en el desvío”, libro de 15 relatos cortos con el que debuta en la literatura. Fueron nueve años, desde los cinco a los catorce, los que la escritora vivió en aquella “burbuja”. La familia Cunliffe Seoane llegó a la zona en 1971 cuando el padre de Sonia fue contratado por la cooperativa para ser el gerente de la fábrica de azúcar que hasta hacía poco había pertenecido a la firma americana W. R. Grace & Co. “Nosotros, mis hermanos y yo, nos criamos de manera muy libre, pero el chalet era para los ingenieros y el pueblo para los obreros. Era loquísimo porque a pesar de lo que sucedía en el país los cooperativistas mantenían esa idea de separación”. Sin embargo, el choque cultural fue inevitable, sobre todo en el colegio y en los paseos por la Fortaleza de Paramonga o las Lomas de Lachay, en los que las hamburguesas y el cuy frito de las loncheras marcaban el contraste. “Yo me sentía una niña normal, pero cuando me gritaron ‘gringa machichi’ desde el bus que venía del pueblo, empecé a darme cuenta de esas diferencias”, recuerda.
La idea del libro surgió en plena pandemia. Por entonces, Cunliffe se había matriculado en un taller de escritura que la ayudará a crear los guiones de sus exposiciones. Como parte del fin de curso los alumnos debían presentar un cuento que sería comentado por los compañeros. Ella leyó “Machete”, sobre los peligros que la acecharon en el idílico pueblo donde pasó su niñez y la violencia desatada en aquellos años turbulentos. Bastó esa primera muestra de su destreza con la palabra escrita para que uno de los editores de Planeta, que también era parte del taller, la alentara a continuar el camino literario. Posteriormente le ofrecieron un contrato para la publicación de un libro.
Ha pasado de la imagen que es normalmente su forma de expresión al usa a la palabra en este primer libro. ¿Cómo se da este cambio de expresión?
Creo que ha sido muy natural, de repente la cercanía con mi madre me permitió escribir. Cuando ya se estaba concretando la idea de hacer el libro la verdad es que me lo tomé muy enserio, todos los días me sentaba a escribir durante horas, se volvió mi ruina y me iba acordando de todo. Tal vez tenga que ver el hecho de que en mis proyectos de arte les meto mucha fantasía recuerdo q hice una exposición sobre una pareja que se encuentran cuando eran jóvenes y se enamoran cuando eran viejitos y yo solo había encontrado unas cartas y cree toda la historia. Entonces creo que ese proceso de escribir historias, cuentos ya lo tenía en mí. Solo q lo trasladé más a las palabras, pero todo resulta a la vez muy visual porque me preocupo muchísimo de los detalles.
¿Ocurrió durante lo más álgido de la pandemia?
Sí, por ese entonces mi madre se había mudado conmigo, nos fuimos a la playa y tuve los recuerdos más frescos. Su solo presencia hacía que me acordara de cosas que de seguro si yo estaba en mi casa y ella en la suya no hubiésemos podido recordar. Esa cercanía hicieron q afloren recuerdos importantes. Mi madre murió en plena pandemia no de covid, pero fue todo repentino. Ella fue la de la idea la más afanosa, esa etapa me marcó mucho y dos de estos cuentos los escribí en la clínica cuando ella estaba internada: “La alergia” y “El tubo, “, que son cuentos donde está ella muy presente y aparece cuidándome.
Los relatos están enmarcados en la época del régimen militar de Velasco….
Sí, pero debo aclarar que nosotros no vivíamos en una hacienda ni nos la quitaron, mi padre fue contratado por la Cooperativa Azucarera Paramonga, por los cooperativistas para ser el gerente de la fábrica de azúcar específicamente. Nosotros habremos llegado cuando ya había empezado la revolución de Velasco. Nunca fue una hacienda privada sino que fue una empresa perteneciente a Grace.
¿El libro es un pretexto para hablar de lo ocurrido en ese tiempo?
Lo que me interesa de estas historias es que cuento algo que no se ha visto, la gente normalmente habla de la ignorancia que se vivía, sobre las haciendas expropiadas, si estabas o no en contra de la revolución, pero no de vivir en una cooperativa azucarera bajo las normas educativas del momento. Era el año 1971 y ya todos estábamos vestidos tipo militar haciendo marchas, las bicicletas disfrazadas de tanques, los niños simulaban brigadas de médicos, era increíble. Los libros que nos enseñaban eran de Arguedas o Mariátegui. Me acuerdo de un poema que aprendí a los siete años: “Indio de frente taciturna y de pupilas sin fulgor”, decía. A mí me encantaba participar de todo ese momento, yo empiezo el colegio allá a los cinco años y como ya sabía leer me pasaron a primer grado.
¿Usted donde se sitúa ideológicamente hablando?
Mi abuelo Edgardo Seoane fue una persona que apoyó la revolución de Velasco. Primero fue vicepresidente de Belaunde y no quedó conforme, no termina bien la relación entre ellos. Ve lo q hacían en México y escribe dos libros “Surcos de Paz” y el “Ejemplo mexicano”. Cuando regresa a Perú ya Velasco tenía la idea de hacer la Reforma Agraria. Quizás menos radical pero el sí creía que la tierra debía ser repartida más equitativamente. Por eso mi padre también tenía ese pensamiento y entró a trabajar como ingeniero agrónomo en esta cooperativa. Nosotros hemos crecido con un valor muy fuerte hacia el ser humano y ser parte de una comunidad viva, activa. Mi papá tuvo mucha sensibilidad social y eso es algo que nos ha transmitido. Me interesa mucho a parte antropológica de las comunidades.
Este libro llega también en un momento de confusión política. ¿Es una casualidad?
Es una coincidencia. Siento que tengo esto de que todos los astros se alinean y sale. Te cuento que cuando estaba buscando el título, el editor me decía que sería importante que este se concentre en el lugar, en esa área bucólica de la que estamos hablando. Pero Paramonga, decía yo, es un nombre tan de acá. Yo quería que los cuentos sean universales, que cualquiera que los lea los sienta suyos. No quería que se identifique con un lugar específico. Finalmente pasó todo lo que ahora estamos viendo, yo que creo que así son las coincidencias cósmicas.
Lugar: Now Gallery. Dirección: Av. Los Conquistadores 780, San Isidro. Presentación: Hoy a las 7 p.m. El libro de relatos ya está disponible en todas las librerías del país.
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