Releer el primer libro de un autor que cuenta ya con una obra consolidada suele ser un ejercicio estimulante: descubrimos en sus páginas impericias juveniles o hallazgos en agraz que serían luego concretados con mayor oficio y contundencia. Pero tan interesante como constatar la evolución de un escritor es reparar en el desarrollo de sus obsesiones personales y cómo se han ramificado hasta conformar un consistente andamiaje en el que descansa un mundo propio, complejo y reconocible.
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