Cuando unos días atrás en Cuba -esa enorme cárcel insular donde millones de seres humanos son privados de sus derechos más elementales- estalló una masiva protesta que desafió al régimen, fue imposible no evocar el nombre de Reinaldo Arenas (1943-1990). Esta asociación es natural. Resulta difícil ubicar otro escritor de nuestro tiempo que haya sufrido condiciones tan adversas y que, a pesar de tener todo en contra, persistiese en lo que llamó su “voluntad de vivir manifestándose”, resistiendo a la dictadura castrista con una valentía y capacidad de supervivencia admirables.
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Novelista, poeta y homosexual, Arenas fue suprimido de la vida cultural de la isla, vigilado y perseguido sin tregua, encarcelado en prisiones horrendas, sus manuscritos arrebatados en varias ocasiones y solo después de incontables sevicias consiguió huir de su patria a escondidas y con la identidad cambiada. En el exilio pudo rehacer y publicar sus libros, para luego suicidarse, pobre y abandonado, antes de que el Sida destruyera su cuerpo exangüe y su mente, lúcida, fecunda y brillante hasta el final. “Cuba será libre, yo ya lo soy”, anotó en su carta de despedida, culpando a Fidel Castro -ese mal bicho universal- de sus increíbles penurias.
Su autobiografía póstuma, “Antes que anochezca” (1992), lo hizo mundialmente conocido, pero a la vez colaboró en que se le distinguiera más por su tortuosa vida que por los libros que publicó, algunos de ellos obras maestras dignas de figurar en primera fila de la tradición literaria cubana. Es el caso de “Otra vez el mar” (1982), que debió reescribir tres veces, pues los esbirros del paraíso socialista le rapiñaron los originales, que llegó a esconder en el tejado de su casa. Tenían razón en temerle tanto a esa historia que, con enjundia verbal y exaltación alucinada, retrata la circunstancia de un joven matrimonio que se debate entre la represión y el hambre del día a día bajo el comunismo, mientras zozobra por el desamor y los celos.
Con desusada maestría narrativa, Arenas construyó una ficción de osada complejidad estructural: la primera parte corresponde al monólogo de la esposa, que abarca seis días -transcurridos en un balneario donde el Gobierno les ha admitido vacacionar- descritos casi en tiempo real, inclusive sus sueños y sensaciones más imperceptibles. La segunda está dividida en seis largos poemas (llamados “cantos”) escritos por Héctor, el marido, en los que registra la desesperación de quien ansía una libertad prescrita, de quien ya no cree en las tajantes consignas del Partido, de quien se niega a ser cómplice de esa sociedad en que delatar al prójimo es un deber revolucionario. “¿Qué prohibieron hoy? ¿Qué racionaron hoy? ¿Cómo debemos comportarnos hoy?” se pregunta Héctor en su extenso poema; recibe como respuesta el “estruendo apagado” del mar, “que disfraza sus ofensas con tranquilos susurros”.
Uno de los títulos menos concurridos de Arenas es “Arturo, la estrella más brillante” (1984), pequeña gema incrustada entre sus voluminosas novelas mayores. Su protagonista es un muchacho que, saliendo de un concierto de música clásica, aún embelesado por las eufónicas resonancias, cae en una de las redadas que la Revolución efectuaba contra los homosexuales en los años sesenta. Acaba en un campo de reeducación, donde conoce nuevas dimensiones del desprecio y del desgarramiento en las que la muerte ya no constituye una tragedia sino un alivio. Arenas fue un escritor que combinaba hábilmente sus maravillosas intuiciones con un alto conocimiento de la forma literaria: de ahí que cuando Arturo edifica con su imaginación un mundo de jardines colgantes y de elefantes regios para evadir la locura y la brutalidad de su entorno, le creamos y estemos dispuestos a recorrerlo con él.
“El color del verano” (1991), la última novela que Arenas pudo concluir, ya con los brazos repletos de agujas en una cama de hospital, posee un hálito pretendidamente profético aliado a una esencia radical en su parodia y sus efluvios grotescos. En ella Fifo, demencial sátrapa que tiraniza Cuba, se prepara para celebrar el medio siglo de su ascensión al poder a través de una serie de actos y proyectos desmesurados y absurdos. Mientras tanto, en las capas oprimidas, se desata un carnaval orgiástico en que el terror y el deseo se funden provocando una efusión contenida que pone a la isla al borde de su destrucción. Es un libro que torea con gracia los riesgos de la farsa y el descontrol puesto en juego; un libro que es en sí mismo metáfora de una nación en perpetuo conflicto.
El canon de Arenas
Otra vez el mar. Tusquets, 2002. 378 pp.
Arturo, la estrella más brillante. Ediciones Universal, 2001. 82 pp.
El color del verano. Tusquets, 1999. 465 pp.
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