Hay un meme buenísimo, de los tantos que han discurrido a propósito del Miss Universo del domingo, en el que se ve una suerte de enorme agujero negro y la descripción “La estabilidad mental de los peruanos a punto de colapsar por la política, la economía, la pandemia, la delincuencia”. Debajo, una figura mítica soporta sobre sus hombros ese conjunto cósmico de problemas. Su nombre: Janick Maceta.
Pero como describirlo no tiene gracia, este es el meme en cuestión:
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Es una buena forma de resumir lo ocurrido con Maceta del Castillo, que ha irrumpido en la vida de los peruanos a la manera de un bálsamo curativo, como concuerda el antropólogo Alexander Huerta-Mercado: “El hecho de que una representante peruana haya llegado tan lejos en un concurso internacional ha sido motivo de alegría, sobre todo en un contexto donde todo en nuestro entorno parece derrota, frente a la pandemia, la crisis económica y la desazón política, donde tenemos la impresión que estamos a la zaga del mundo”.
Huerta-Mercado, quien también es un estudioso del humor nacional, como lo demuestra en su divertido e inteligente libro “El chongo peruano”, también alude a la comedia espontánea surgida en redes sociales luego de que Maceta consiguiera el tercer lugar del certamen. “Si revisas los memes, verás que surge una idea de orgullo. Y uno frecuente es ver a Homero Simpson en los memes con una bandera ‘es mi país, es mi país’”, señala.
Repentino ‘zeitgeist’ de optimismo y orgullo patrio que nos puede (y debe) conducir a algunas reflexiones mayores: ¿por qué nos siguen fascinando este tipo de certámenes? ¿No lucen un poco obsoletos en pleno siglo XXI?
GOD SAVE THE QUEEEN
Para Huerta-Mercado, es interesante evaluar el concurso de belleza desde su concepción. “El Miss Universo, por un lado, tiene una connotación en inglés (‘miss’), por lo que se espera que las concursantes respondan en inglés o sean paradigma de la belleza occidental (en las facciones, el tamaño o la delgadez); y al mismo tiempo hablan de ‘universo’, por más que sea solo para habitantes del planeta Tierra (un poco de humor aquí), lo que indica la grandiosidad del planteamiento, muy propio de los humanos. O sea, tanto en el ámbito occidental como en el de ser humano, hay centralidad solo basándonos en el título”, sostiene el especialista.
“El problema –continúa el antropólogo– siempre será que los parámetros de belleza y competitividad en este tipo de concursos es cerrado para un grupo reducido. No observa para nada una representatividad de cada nación y a la larga, aunque no lo parezca, forma parte de un paradójico proceso de homogenización, de cuerpos disciplinados y consumo dirigido que caracteriza a nuestra modernidad. Una modernidad que se jacta de promover, curiosamente, a la identidad individual (al menos en ilusión)”.
Y aunque el honroso tercer lugar de Maceta del Castillo ha generado una avalancha de comentarios y entusiasmo, cabe resaltar que el Miss Universo ha sido un fenómeno vivido entre el cable y las redes sociales, pues no fue transmitido –como solía ocurrir antes– por ningún canal de señal abierta. “El solo hecho de comparar personas a través de atributos que sean medibles externamente y cuya simbología es el monárquico, tipo reina, es algo que está paulatinamente siendo derogado. Prueba de ello es que antes los concursos eran eventos bastante cubiertos por los medios y poco a poco han ido pasando al olvido”, agrega Huerta-Mercado.
JUEGO DE APARIENCIAS
Lo que nos lleva a preguntarnos, también, por la pertinencia de una competencia entre rostros bonitos y cuerpos de catálogo en tiempos de luchas feministas, estudios de género, Ni Una Menos y Me Too.
Para Huerta-Mercado, son comprensibles las críticas surgidas acerca de la cosificación de la imagen de la mujer. “Hay un énfasis en la presencia física cuando no hay un equivalente del lado masculino, o al menos no uno muy conocido; y a los candidatos a Mister Universo no les hacen preguntas o no los juzgan por vestuario o sensibilidad, se les juzga casi deportivamente”, explica.
El antropólogo reconoce, eso sí, que el Miss Universo y eventos similares han mostrado en los últimos años algunos esfuerzos para sensibilizar los aspectos sociales en los concursos de belleza, haciendo referencia a testimonios contra la violencia de género u otros que vayan más allá de la apariencia de las ‘misses’.
En esa línea, destaca que Janick Maceta “fue precisa sobre las respuestas que dio y su actitud frente a la violencia ha sido reconocida”, en referencia a la pregunta que se le hizo el domingo respecto al abuso contra las mujeres y las niñas.
¿Celebrar o no, entonces, la belleza concursable de la mujer? Huerta-Mercado cierra su idea con un equilibro de pareceres: “Hay distintos puntos de vista y personas que gustan de estos concursos, y este último ha generado una alegría que es bien recibida en tiempos duros. Pero su discurso en sí, en el que las personas son comparadas por su acceso a patrones foráneos, está siendo felizmente cuestionado”.
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