En 1989, Alberto Comesaña (Vigo, 1960) y Cristina del Valle (Oviedo, 1960) pasaron de ser un dueto amoroso explosivo a uno artístico tan exitoso que terminó devorando su “relación personal”, aseguran. Amistades peligrosas lo tuvo todo: efervescencia, agonía y hasta una separación temporal que duró hasta el 2021, cuando los cantantes regresaron al escenario juntos.
“Nuestra separación tuvo que ver con sanar heridas. Era una relación muy complicada y conflictiva. Empezamos a vivir juntos de la noche a la mañana y en menos de un año nos encontramos con un éxito muy grande en la cara. Fue una locura. Nos quedamos sin espacios propios, no había tiempo ni para nosotros mismos”, comenta del Valle.
El romance, los desencuentros y la separación de la expareja sentimental ocurrieron encima del escenario con el público como testigo. “Alberto y yo hacíamos lo que nos decía nuestro corazón e, increíblemente, todo eso que era un elemento de dolor para la relación personal se convirtió en uno de éxito para nuestro trabajo. La gente vivía en directo una novela porque nos enfadábamos, mirábamos y discutíamos en directo. Llevábamos al escenario nuestra vida real”, destaca la intérprete española.
Este nuevo comienzo de Amistades peligrosas se dio con “Alto al fuego”, single que describe los sentimientos de ambos en una noche de reencuentro, en el 2019.
“Esta canción, que es una declaración de principios, de intenciones, de intentar y de disfrutar esta segunda oportunidad que nos da la vida, cuenta de una forma bastante literal, lo que pasó aquel día. Coincidimos en un concierto, el primero post pandemia. Fuimos sinceros, sin dobleces. Nos dijimos todo”, comenta Comesaña.
“Es un alto a las discrepancias. Para los dos era importante juntarnos nuevamente por todo lo que vivimos y supuso el dúo. Además, se lo debíamos al público latinoamericano que tanto nos quiso. Con los años la convivencia se hace muy compleja y difícil, y la gente necesita tomar aire, también hacer otros proyectos”, enfatiza Cristina tras aclarar que no viven de la nostalgia, de los recuerdos. Miran el pasado con la sensación de haber vivido intensamente, pero también valoran los momentos que les regala el presente.
“La palabra nostalgia no me gusta porque lo visualizo como que te quedas viviendo del recuerdo. Me gusta más el hecho de que vienes del pasado para entregar en el presente toda la experiencia y el estilo de Amistades peligrosas. Que pese al tiempo transcurrido, siga siendo original, identificable y único”, detalla Cristina.
“A mucha gente de nuestra generación, no le interesa ni le llena la música actual. Entonces, se refugian en lo conocido, en la música de los 80 y 90. Creo que la nostalgia va unido a eso, a que somos muchos los que no comulgamos con el estilo de música que se quedó. Es como un refugio”, añade Alberto.
Más de tres años después de esta reconciliación artística, Cristina asegura que las heridas del alma aún no han cicatrizado. Todavía están abiertas, pero dejaron de doler hace tiempo.
“Cerrar heridas significa sanar la mente y a veces no es fácil. Hay recuerdos de situaciones duras. Nosotros estuvimos expuestos a situaciones muy difíciles donde descubres partes de ti que no te gustan, pero que están ahí. Creo que hay heridas que todavía están ahí”, refiere la artista.
En esta etapa de plena madurez, Amistades peligrosas no busca recuperar el éxito de los años 90. La prioridad del dúo es disfrutar de lo que hacen y que su público disfrute con ellos.
“El éxito que se tuvo en los 90 pasó. Eran otros tiempos, otra filosofía de vida. En aquel entonces, cuando me imaginaba cómo sería mi vida en el 2024, no me veía cantando ‘Estoy por ti’ o ‘ Me haces tanto bien’. Sin embargo, ahora que veo al público disfrutar y sentir esas canciones, me resulta sexy. Me veo bien, joven de mente. Mientras el cuerpo, la cabeza y la voz respondan, aquí seguiremos”, subraya Comesaña.