Parado en el medio del lugar, como si fuera el centro gravitacional del planeta, se aferra a un saxofón alto, el único contacto con este mundo mientras toca, flotante. Solo necesita cerrar los ojos y soplar, cerrar los ojos y volar, cerrar los ojos y vivir. A su alrededor se sucede una noche humeante y subterránea, un misterio insomne que se desnuda ante esa música que va descubriéndose, inventándose, encendiéndose mientras se toca. Charlie Parker tiene para siempre 34 años, un genio inextinguible, una imaginación vertiginosa y una peligrosa inestabilidad, consecuencia de su habitual consumo de whisky y heroína. Pero qué estable parecía el planeta mientras tocaba ese muchacho nacido en Kansas un 29 de agosto de 1920, el hálito musical que cambiaría para siempre la historia del jazz gracias a su capacidad para improvisar, modificar acordes y crear novedosas variaciones. Como esta noche de 1953 en que está parado en el centro de todo y es núcleo, aliento y sonido. A su lado, Sonny Rollins lo observa con los ojos incendiados tras retarlo musicalmente en una anécdota que recuerdan muchos aficionados al jazz: acaba de tocar la melodía de “Anything You Can Do (I Can Do Better) - “Cualquier cosa que puedas hacer (La puedo hacer mejor)”-, de Irving Berlin, mientras interpretaban The Serpent’s Tooth, de Miles Davis, que parecía haberse quedado en suspenso a un lado de la escena.
“Esto ya lo toqué mañana”
“¿Fue eso una provocación?” Le preguntaron a Rollins –hoy, uno de los últimos supervivientes de aquellos años, al lado de Archie Shepp o Wayne Shorter- en una reciente entrevista para el New York Times. “Si fui tan estúpido para dar a entender eso, entonces fui un ignorante”, respondió. “Yo estaba en la banda de Miles en ese momento y “Anything You Can Do (I Can Do Better)” era solo uno de los riffs que tocábamos. No tuvo nada que ver con mi actitud hacia Charlie Parker. Nunca le diría eso. Pero acepto la crítica. Pude haber sido un niño tonto tocándole eso a su gurú. Si hubo un poco de eso, fue pura pretensión juvenil. Yo era ignorante. Sigo ignorando muchas cosas.” En algún plano de la existencia, Bird sigue respondiendo con música al reto del alumno Rollins, 10 años menor que él.
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Para 1953, su talento autodidacta le había abierto un espacio en el circuito de clubes nocturnos de Nueva York, convirtiéndolo en una figura primordial del jazz que sumaba colaboraciones con Dizzy Gillespie, Miles Davis, Max Roach, Charles Mingus. Red Rodney, Fats Navarro o Earl Hines y sorprendía con su manera de interpretar y expandir temas como “Salt Peanuts”, “Hot House”, “A Night in Tunisia”, “Dizzy Atmosphere”, “Groovin’ High”, “Ko-Ko”, “Parker`s Mood”, “Loverman”, “Bird Feathers” u “Ornithology”, hoy consideradas varias de ellas standards del género. Además, había sobrevivido a un derrame cerebral, a confinamiento siquiátrico, al incendio en un hotel y a varios intentos de rehabilitación. Eso, sin mencionar que en 1954 intento suicidarse dos veces tras la pérdida de su pequeña hija Pree, de casi 3 años, a causa de una neumonía.
Vio el cielo y se voló
Si Miles fue el pintor de sonidos y Coltrane un escultor de composiciones, Parker se especializó en la modificación de estructuras como constructor del bebop, esa onomatopeya sencilla y grandiosa al mismo tiempo que renovó el género desde fines de los 40 y que tuvo eco literario en la generación beat. “La primera vez que oí a ‘Bird’ tocar, me pegó justo en medio de los ojos”, recordó alguna vez Coltrane sobre él.
“Esto ya lo toqué mañana, es horrible Miles, esto ya lo toqué mañana”, dice un trémulo Johnny Carter -el alter ego de Charlie Parker que Julio Cortázar construye en su cuento El Perseguidor-, aterrado ante la posibilidad de haber tocado ya lo que aún no toca, de haberse proyectado al futuro desde lo que recién estaba por hacer, desafiado constantemente por las posibilidades del tiempo en una jam session sin fin. Para bien y para mal, ese fue finalmente su destino. Aunque parezca una broma cruel, su vida se acabó en lo que dura una carcajada –al menos según Bird (1988), el estupendo filme de Clint Eastwood sobre su vida- la noche del 12 de marzo de 1955, mientras miraba la tele, poco después de ser revisado por un médico. Cirrosis crónica, úlceras perforadas, lesión cardíaca y posible hemorragia interna sonaron en su diagnóstico como melodías letales. Un ataque al corazón terminó con la clarividencia de un genio de carácter autodestructivo que, a sus 34 años, habitaba el cuerpo de un maltrecho hombre de 65. Su influencia, felizmente, no envejecerá nunca.
Los herederos de Charlie Parker
Nataly Cubillas
“La primera vez que escuché a Charlie Parker tenía 14 años. Tocaba el saxofón desde los 12 y entonces formaba parte de la Asociación de Jazz en Lima. En un principio, y siendo yo una niña, no pude comprenderlo –nos cuenta Nataly Cubillas, intérprete de saxofón, multiinstrumentista, ilustradora y maestra de música-. El Bebop se escuchaba complicado y, a la vez, llamativo y desafiante. Era música completamente nueva para mí, ya que mis oídos estaban acostumbrados a música con melodías muy fijas y no tan complejas”. En su experiencia personal, estudiar a Charlie Parker le permitió “abrir” muchísimo el oído y ampliar sus posibilidades melódicas no solo para tocar, sino también para analizar la música y hacer arreglos. Su principal maestro en esa ruta fue Carlos Espinoza. Con él, Nataly revisaba los temas de Charlie y analizaba las frases que creaba para cada solo, intentando entender por qué escogía determinadas notas. “Charlie “desmenuza” las secuencias armónicas de una manera muy fluida y particular –dice Nataly-, y crea nuevos colores para cada acorde. Luego de estudiar su música, se hace muy sencillo solear sobre cualquier secuencia”. Según nos cuenta la artista -que ha acompañado en conciertos a músicos tan diversos como Carol Jarvis, Apple Gabriel o Don Carlos y ha tocado en Colombia, Italia, Hungría o India- los años que estudió al lado del maestro Espinoza cambiaron mucho el sentido en el que tocaba. “No se trataba solo de estudiar para tener un buen sonido, o copiar melodías, sino de poder “hablar” con el saxo. Utilizar sobre las bases armónicas el lenguaje aprendido y a la vez agregar lo que desees comunicar. Al principio parecía matemática: cumplir reglas en cuanto a grados, alteraciones, y secuencias de notas (ya que con el saxo no se puede tocar armonía sino solo melodía), y luego se convirtió en un reto, sobre todo por la velocidad en la que debes pensar cuando tocas para cumplir con las condiciones armónicas y a la vez intentar transmitir algo tuyo”, asegura. Para ella, Charlie Parker influenció el jazz de una manera determinante. “Así como rompió muchas reglas, también creó muchas otras para tocar el género, lo que lo llevó a crear un nuevo estilo cargado de virtuosismo, velocidad y un mar de posibilidades melódicas”.
David Cabrejos
La primera vez que David Cabrejos escuchó a Charlie Parker tenía 17 años. Acababa de salir del colegio y estaba con muchas ganas de aprender cosas nuevas. “Cuando escuché el tema Now´s the time (un blues de 12 compases escrito por Parker), en un primer momento no me gustó lo que oí, pero había algo que me llevó a escucharlo muchas veces más. Me di cuenta con el tiempo que lo que sucedía es que no lo entendía, y eso me causó curiosidad. ¿De dónde sacó esas melodías y frases “exóticas” al momento de improvisar? Así que me puse a investigar y armé un plan, porque quería tocar como él”, confiesa. Fue entonces que inició un consumo voraz de otros artistas del género previos a Parker, como Art Tatum, Louis Armstrong, Coleman Hawkins, Lester Young o Ben Webster, además de leer libros de jazz y biografías y escuchar mucho blues. Después de años, se dio cuenta de que el estudio no termina nunca. “Todos los días siempre aprenderé alguna frase nueva o melodía de Parker, o del legado musical que nos dejó”, nos dice David. Gracias al profesor Walter Liza, aprendió a tocar a los 12 años en el Colegio Nacional Los Próceres de Surco. Tanto Parker como el jazz le han dado herramientas que le han permitido desarrollar un lenguaje propio y que puede oírse en su trabajo con Los Calypsos o Cimarrones, dos de las bandas que integra. En ambas, la improvisación es muy importante. David, además, es profesor, por lo que siempre habla, escucha y toca Parker con sus alumnos. Lo considera una pieza fundamental en su formación, porque les abrirá la puerta a nuevos colores y armonías al momento de improvisar y componer. Clave en su afición y conocimiento de Parker fue su vínculo con Rafael “Fusa” Miranda, su maestro por cerca de 4 años. “Rafael me enseñó muchas cosas, entre ellas la “transcripción”, herramienta que uso y seguiré usando para aprender. Durante más de dos años solo escuchaba a Charlie Parker durante todo el día, lo transcribía y aprendí varios de sus temas y solos. A veces los leía y otras veces los sacaba de oído, pero eso sí: al final tenía que aprenderme todo de memoria y esperaba los momentos precisos, como en conciertos o jam sessions, para poner en práctica lo estudiado”, recuerda. Para David, es importante tener presente a Parker porque revolucionó el jazz y la música del siglo XX. “Estoy seguro de que la gran mayoría de saxofonistas y hasta otros instrumentistas tienen algo de Parker. Él se volvió parte fundamental en nuestra formación, más aún con los improvisadores”, asegura. Y recomienda: “Para quien aún no lo ha escuchado, espero que mis palabras lo motiven a hacerlo: empiecen por Charlie Parker with Strings”.
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Rafael “Fusa” Miranda
“Desde la primera vez que lo escuché, a los 14 años, Parker me transmitió mucha intensidad. Ejemplificando su sonido, era velocidad y sonido impecable”, nos cuenta Rafael “Fusa” Miranda sobre las primeras sensaciones que experimentó al oír a “Bird”. En aquel momento ya tocaba el saxofón en la banda y en la orquesta de su colegio. Para el hoy saxofonista, productor, maestro e investigador musical, el jazz es un arte que se ha desarrollado a través de imitar, asimilar e innovar. “Es inevitable la influencia de Parker, ya que he imitado varios de sus solos, así como de saxofonistas que lo han imitado a él”, confiesa el artista. De hecho, su propio apelativo como músico tiene conexión directa con la influencia del saxofonista norteamericano. “Cuando ya estudiaba en el Conservatorio Nacional de Música practicaba el “Omnibook” su libro de composiciones e improvisaciones, que es una gran herramienta para entender el lenguaje musical del bebop. Como las improvisaciones de Parker contienen frases musicales muy veloces, que yo empecé a usar, mis compañeros de la escuela comenzaron a decirme “Loco fusa”, y así fue que quedó “Fusa” como apodo. Probablemente, si no hubiera practicado su música, hoy nadie me llamaría así”. Para este destacado músico peruano, ex miembro de Bareto y colaborador de La Sarita, recordar a “Bird” a 100 años de su nacimiento es una de las formas de mantener viva la influencia de un innovador del jazz y el saxofón.
Carolina Aráoz
“Cuando escuché a Charlie Parker tocando “Summertime”, hace 20 años, me emocioné, se me pararon los pelos de punta –nos dice la saxofonista Carolina Aráoz-. La música en general siempre me gustó, pero no había descubierto realmente el jazz. Cuando le prestas atención a la interacción entre los músicos y sus “conversaciones”, es realmente fascinante. Además, sientes cómo conectan y te integran. Es lo que permite manejar un mismo lenguaje, poder conversar”. Carolina comenzó a tocar el saxofón a los 21 años, entusiasmada tras escuchar la versión de “My One and Only Love” de John Coltrane y Johnny Hartman. Parker, sin embargo, es considerado por ella como uno de los más grandes genios del jazz que ha existido. “El bebop, del cual fue pionero, ha influido en muchos músicos. Es increíble que ya hayan pasado 100 años desde que Parker nació. Es una maravilla comprobar cómo el arte perdura. A través de la música, podemos escuchar el alma de las personas, conocer lo que son. Eso permite el jazz. Es un lenguaje, que como cualquier buena música, permite que las conversaciones se den dentro de cada canción”. Aún recuerda con cariño que compró su primera colección de jazz cuando tenía 18 años, en una feria del libro de Miraflores, y quedó fascinada con Charlie Parker, Wes Montgomery y Dexter Gordon. Confiesa que soplar el saxofón le hace mucho bien. Algo natural para quien admira a Parker, un músico que podía pasar 10 o más horas diarias haciéndolo. “Estudiar jazz para un músico es como ir al gimnasio, requiere de muchísima técnica física como mental”, nos dice Aráoz, quien ha tenido la oportunidad de grabar al lado de Susana Baca o Snarky Puppy, fundó Jazz Jaus en Lima y estudia actualmente una maestría en Berklee Valencia. Para ella, el jazz es un género muy trabajoso para ejecutar, pues es necesario estudiar muchas horas para llegar a dominarlo y poder sólo “volar sin pensar”. Sostiene que se requiere de mucho foco, “pero es una maravilla soplar y saber cómo navegar en la armonía con melodías”. Incluso, confiesa que hasta hoy transcribe improvisaciones de Bird, porque “es una dosis de inspiración eterna”. Al igual que “Fusa”, también estudió concienzudamente el Omnibook de Charlie Parker. “Cuando escucho “April en Paris”, de su disco “Bird with Strings”, siento que el mundo desaparece y me conecto con su emoción, con la música a través de su saxofón. Hay que recordarlo, porque quien logra con su música que el “mundo desaparezca”, es un genio”, concluye.
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