Charly García tiene El secreto de la felicidad. Es suyo, está registrado. Él mismo se lo confesó en 1999 a la revista Rolling Stone. “El vaso tiene que ser de trago largo y medir 16 cm de alto por 6.5 de circunferencia. Se le pone un poco de menta, dos hielos y agua hasta alcanzar nueve centímetros”, precisó Charly sobre el trago que vio preparar a su padre por primera vez cuando apenas tenía 7 años. Solo cuando lo bebía lo notaba exultante y cariñoso, en su mejor versión. Por eso lo llamó “El secreto de la felicidad” y patentó aquellas medidas exactas. No fueron pocas las ocasiones en su ajetreada vida en las que debió recurrir a esa receta mágica para intentar contagiarse algo de aquel nombre. Cambiando lo amargo por miel y la gris ciudad por rosas.
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Es muy probable que la mañana del 23 de octubre, día de su onomástico, cuando se despierte y se mire por primera vez en el espejo, despeinado, adormecido aún y legañoso, el mismo Charly se sorprenda de haber llegado vivo a los 71 años. Se mirará completo, seguramente, y, por un momento, no reconocerá en su sombra actual al flaquísimo hombre que cambió para siempre la escena musical de su país y de Latinoamérica, aunque el bigote bicolor que aún ostenta le parezca familiar. Auscultará su propia mirada en el reflejo y verá en ella, en un pestañear, al hippie pelucón de Sui Generis o Porsuigieco, al hiperactivo rockero progresivo de La Máquina de hacer Pájaros o Serú Girán y al revolucionario solista que desafió a la música contemporánea, más allá del rock, el jazz, el pop o sus coqueteos electrónicos, con arrebatos de genialidad en medio de intensas tormentas vitales. Entonces, Charly se mirará fijamente –una vez más- al espejo y será música. Toda la música que compuso en más de 50 años.
A pocos pasos, Mecha Íñigo, su novia desde hace 12, le recordará pronto quién es, mientras termina de despertarse y salir del letargo para reconocerse en ese señor gordito y ronco que pareció nacer de todos los vicios dejados atrás. A su alrededor, imágenes del pasado: las paredes pintadas con grafitis de todos los colores, el caótico desorden que le dio armonía, las radios que parecían a mitad de una autopsia con sus cables salidos, readaptados, reconducidos. La cama sin tender, las fotos sueltas, los ceniceros llenos, las botellas de whisky, las cervezas vacías, las cocacolas a medias, la puerta de entrada sin poder abrirse y la de salida, trabada. El mismo espacio del sétimo piso del ya mítico edificio ubicado en la esquina de Coronel Díaz y Santa Fe en pleno barrio de Palermo en Buenos Aires que lo ha visto arder, naufragar y sobrevivir durante 40 años, como si fuera el reflejo humano de la propia Argentina, su ecce homo. Un obelisco de música, huesos y nervio. Repentinamente, todo desaparece de aquella imagen suya en el espejo y de aquel flashback hasta convertirse en un moderado departamento de paredes blancas, donde reinan un piano, sus teclados y una vitrola que pudieron verse en el especial que le dedicó Nat Geo en el 2018. Una vejez sin temores y una vida reposada…
Estaba en llamas cuando me acosté
En estos días, en la azotea de aquel mismo edificio, el artista Tian Firpo y el vecino de Charly, Marcelo Ferrán, han realizado un mural que lo evoca: el piano Oberheim -en nueve metros de largo- con el que García compuso la intro de Yendo de la cama al living, con la frase: “Avenida Charly García”. No son pocos los que quieren que la Coronel Díaz cambie pronto de nombre en honor a un prócer de la música argentina que desde hace mucho tiene un lugar de honor junto a Carlos Gardel, Atahualpa Yupanqui o Mercedes Sosa.
Si Charly tardara en despertarse bien el día de su cumpleaños, le bastaría salir a la calle para verse pronto rodeado de fanáticos que le recordarían de inmediato quién es con su cariño. “Adentro de mi casa no me siento Charly García. Soy yo. Mi cuerpo. Y está bueno eso. Estoy como en un túnel más personal. Cuando salgo, la gente me saluda y qué se yo. Pero estoy metido en esto: terapia y música”, le confesó a Ernesto Martelli en una nota para la revista Rolling Stone publicada en agosto del 2009. Charly acababa de superar una de las etapas más jodidas de su vida, luchando contra su adicción al alcohol y la cocaína, y se sentía listo para volver a los escenarios. El testimonio más sólido de aquel retorno triunfal se dio poco después, en octubre del mismo año, en el estadio de Vélez, en el que Charly llamó “El primer concierto subacuático del mundo”. No fue casualidad que el tema “Me siento mucho mejor” se convirtiera en uno de los más representativos de aquella noche inolvidable, vivida bajo una lluvia torrencial. Say no More es impermeable.
Hoy, doce años después, tras superar algunos problemas en la cadera, cierta operación, nuevas preocupaciones por su salud y una sospecha de contagio de coronavirus que, felizmente, fue solo un susto, Carlos Alberto García Lange –se quitó el Moreno tras pelearse seriamente con su madre- se prepara para celebrar sus sorprendentes 71 y no será pequeño el agasajo, a pesar de las precauciones sanitarias. Tocadas, exposiciones fotográficas y presentaciones literarias son parte de una maratón de eventos que ya está teniendo lugar, bajo el nombre de #CharlyBA, que es también un hashtag en redes sociales. De hecho, desde hace varios días, el Planetario Galileo Galilei de Buenos Aires luce un mensaje que, a diferencia del artista, sí quiso vestirse de rojo: “La ciudad festeja a Charly García” y exhibe una muestra fotográfica que resume la carrera del hombre que alguna vez cantó “No elegí este mundo, pero aprendí a querer”. Por algo será que desde aquel lugar pueden verse las estrellas.
Pequeñas delicias de una vida genial
“Estoy expectante. Siempre los cumpleaños son raros, ¿Viste? Y algo va a pasar, ya empezó a pasar con el programa, pero yo sé que me van a homenajear”, dijo Charly esta misma semana, con su voz rasposa y de muy buen ánimo, en una llamada telefónica al programa de TV Los Mammones, donde le estaban rindiendo tributo a sus canciones y a su figura músicos y amigos suyos como Hilda Lizarazu, Rosario Ortega, Fernando Samalea, Lito Vitale o Benito Cerati. “Estuve viendo el programa y me encantó –les dijo Charly-. estuvo perfecto porque yo estaba viendo la tele acá en la cama y me encantó los temas que tocaron, la banda que se armó, cómo cantaron...todo bien”. Su querida Mecha fue el contacto para un momento dedicado a su música que aplaudió desde casa. Este año también se supo de él en mayo, cuando se vacunó contra el Covid y en junio, cuando una seguidora suya subió a sus redes sociales una foto que se había tomado con el artista –que lucía con la mirada vivaz, abrigado, con mascarilla puesta-, casi en la puerta de su casa, acompañada de una frase entrañable que nos remite a Confesiones de invierno: “Sé que entre las calles debes estar”.
Sabemos, además, que Charly está lleno de proyectos. Uno de ellos, un disco que será sucesor de Random (2017) y estará dedicado a Nicola Tesla, personaje por el cual ha profesado una gran fascinación en los últimos años, con la misma naturalidad y entusiasmo que sentía por los dinosaurios, los planetas y los mitos griegos en su infancia, innatamente musical desde los 3. Después de todo, los primeros libros sobre Tesla que leyó estaban en la biblioteca de su padre, Carlos Jaime García Lange. “La torre de Tesla” fue, también, el nombre de los shows que dio hasta antes de iniciada la pandemia. Otro pendiente es el lanzamiento de “Líneas paralelas: artificio imposible”, película que estará basada en los shows que dio en el teatro Colón junto a su banda “The Prostitution”, y un grupo de cuerdas bautizado como la “Orquesta Kashmir”, una evocación a sus adorados Led Zeppelin.
A pesar de que será apoteósicamente festejado en su país y el continente, su círculo más cercano, que antes era una corte numerosa que iba de juerga en juerga, se ha ido haciendo más pequeño con el tiempo y con su nueva vida. Desprejuiciados son los que vendrán, y los que están ya no me importan más.
Hoy sigue cerca Mecha, por supuesto. Y están también David Lebón y Pedro Aznar, sus excompañeros de Serú Girán. Se les suma Nito Mestre, su más viejo amigo. Además, gira alrededor su hijo Migue, a pesar de su relación intermitente que algunas veces alcanzó brotes violentos. De hecho, aparece junto a él en la foto de la última Navidad, que celebraron en casa de la familia de Gustavo Cerati.
Sin embargo, con su otra hija, reconocida recién el 2009, Jessica García Moreno, parece tener una relación casi nula, quizás por las serias declaraciones a los medios que dio la madre de ella sobre la vida personal del artista. Tampoco ve mucho a sus propios hermanos, Josi y Daniel García Moreno. Cabe recordar que su hermano Enrique, el más cercano a él, murió en un accidente de tránsito en 1986. Con su madre Carmen, hoy de 94, tiene una relación casi nula desde que hace más de 20 años lo internara por la fuerza en una clínica de rehabilitación. Morí sin morir y me abracé al dolor.
De los músicos con los que ha trabajado en los 50 años de carrera que también celebra este año, todos tienen muchas cosas buenas que decir sobre él, aunque los archivos audiovisuales nos muestren un poco de todo: peleas contra fotógrafos, insultos con periodistas, críticas duras contra la escena del rock argentino -con nombres de algunas bandas incluidos-, conciertos inconclusos y/o realizados con importantes tardanzas o estropicios de por medio, destrozos en hoteles, puteadas a la nada. En suma, la imagen tambaleante y decadente de un hombre que parecía acercarse irremediablemente a la muerte y que cuando más cerca al averno parecía, terminó volviendo desde el cielo hacia una piscina que pareció empaparlo en nuevos proyectos, desafíos o límites siempre osados, siempre transgresores, siempre sorprendentes. Ya lo había dicho Charly: “Ni el talento ni la inspiración ni el coraje ni la voluntad te llegan con la droga”. Ya lo había dicho también Spinetta: “Solamente los ángeles van hasta el infierno, se pelean, los cagan a piñas a los diablos y vuelven airosos, como el señor Charly García”. Yo me hago el muerto para ver quién me llora/ para ver quién me ha usado.
La máquina de ser feliz
Un piano de juguete. Un piano verdadero. La posibilidad de tocarlo antes de aprender a leer un pentagrama. El pentagrama. Un oído absoluto. Un genio creativo. Manos que iban haciéndose más largas y más huesudas y más decisivas con los años. El primer disco. El éxito. El orgullo de sus padres. El aplauso de un público entregado. Confesiones de invierno, Como mata el viento norte, Peperina, Yendo de la cama al Living, No me dejan salir, Demoliendo Hoteles, Fanky, Influencia, Asesíname, Deberías saber por qué, La máquina de ser feliz. El teclado, siempre el teclado a su lado, como cordón umbilical que lo une al mundo.
Charly García es un estado de ánimo, una sensación, un presentimiento, una cábala. Charly es un viaje, una peregrinación, un deporte de aventura, una tortura por ratos, también un dolor, la panacea y el castigo, la electricidad y el agua, la locura y lucidez viviendo su paradoja en los incendios creativos de un genio que compone, incluso, mientras desquicia a quienes están a su lado, mientras todos creen que ya no da más. Y así lo ha demostrado siempre, tal como indica el mandamiento 11 de los 20 de García: “La música solamente existe en este planeta porque hay aire. El universo es todo silencio”. He muerto muchas veces, acribillado en la ciudad, pero es mejor ser muerto que un número que viene y va.
“¿Cómo te imaginás a los 60 años?” Le preguntaron en 1982 en una entrevista para el diario La Nación. “Es difícil de decir. Si sigo llevando esta vida no creo que llegue”, contestó Charly entre risas. Y continuó: “Lo que puedo asegurar es que voy a estar haciendo música (…) La música es algo que llevo muy adentro y no quiero abandonarla. Tal vez a los 60 toque tango, puede ser. O me encontrés en el Mato Grosso, viviendo en una carpa, tomando daikiri”. Tendré los ojos muy lejos y un cigarrillo en la boca…
“Pueblo de la nación. Ex pueblo, ahora súbditos. ¡Desde mañana nadie va a cumplir más de 15 años! ¡Desde mañana, los pantalones largos se harán cortos! ¡Y desde mañana seremos todos felices! ¡Gracias!”, dice/ordena/desea Charly en algún video de esos que circulan en YouTube en los que se le ve prendido, vivaz, agitación pura en su punto más alto, más despierto, más contagioso, hablándole a la Argentina entera, al mundo, desde una terraza con una capa y una corona, casi del mismo modo en el que lo ha hecho siempre desde sus canciones, desde los escenarios, desde los discos, desde su casa, incluso, que es su trono, al fin. Hoy, que cumple 71, puede honrar, con el descaro de siempre, la letra de “Primavera”, tema del 2017: Porque siempre estaré pronto a renacer/ Porque hoy yo estoy más joven que ayer.
Después de todo, su primer mandamiento promete el mundo entero, el del pasado, el del presente y el del futuro: “Hacer una canción es muy fácil… o imposible”.
¿Y cómo nace y vive o sobrevive una canción, si no es cómo Charly García durante sus 71 años?
Música del alma (O el “exorcismo” frustrado a Charly)
Aquella tarde, el músico se sentía más tolerante que de costumbre. No olvidaba, sin embargo, que días antes había tenido que ser rescatado por su hijo Migue de la clínica de rehabilitación que dirigía el hombre que ahora mismo estaba parado frente a él en su departamento, en su propia sala. Era un “pastor” especializado en tratamientos antidrogas que, exasperado por no haber logrado buenos resultados durante los días que lo tuvo a su cargo, se había convencido de que en él habitaba algo más que un espíritu maligno. Algo oscuro, poderoso, fuego de las sombras. Entonces, le propuso exorcizarlo en su propia casa para extirparle ese mal. Como el músico se sentía más tolerante que de costumbre, aceptó someterse a aquel ritual. Sin embargo, Charly García no comenzó a flotar, ni su cabeza empezó a girar sin control sobre sus hombros, ni insultó en lenguas muertas y torcidas, ni le lanzó vómito verde a Carlos Novelli, creador del movimiento de Comunidades Terapéuticas en Argentina. Aburrido de los gritos, los rezos, las invocaciones en latín y el samaqueo al que era sometido en aquella escenificación terrorífica, García puso grave su voz, blanqueó los ojos, y empezó a pronunciar frases ininteligibles. Novelli, impactado y tembleque, le preguntó quién era, y Charly le respondió: “¡Satanás! ¡El demonio! ¡El demonio!”, mientras era bañado en agua bendita por su aterrorizado exorcista, que pocos segundos después tuvo que abandonar la casa a patadas, sin saber bien si Lucifer era quien realmente lo había expulsado del departamento del artista, que reía ya en su sala, aliviado por la joda. Después de todo, ¿A quién se le ocurre querer extirpar demonios arrancándole el alma al máximo genio del rock argentino?
Con aquel hombre sucedió lo mismo que con todos aquellos doctores, siquiatras, enfermeros o terapeutas que pasaron por su vida hasta hace algunos años: todos buscaron una solución para su cuerpo sin explorar realmente su alma. Música del alma/ Tan buena como la luz que canta/ Música del día/ El sol nos dice que hay armonía.
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