CocoRosie: Freak folk y hip-hop, insólito surrealismo [CRÓNICA]
Giacomo Roncagliolo

Al hablar de uno se resigna a dejar muchas cosas fuera del papel. Intentar aproximarse a ellas a través de todas sus aristas es, fuera de bromas, un objetivo inabarcable. Definir su estilo, interpretar sus letras, comprender la propuesta social y política que hay detrás de su acto. Es difícil explicar cada una con la profundidad que le haría justicia. Solo queda trasmitir las sensaciones que dejaron estas dos hermanas en su concierto de ayer. Un evento lleno de cuadros disparatados en el que oídos y ojos, conjuntamente, pudieron absorber un insólito surrealismo.

Nomás entrar al recinto, aparece ante nosotros la primera imagen desconcertante de la noche: un grupo de entusiastas se apiña frente al escenario en un intento por reservar los mejores sitios; el resto del jardín, inmenso, permanece vacío.  Cuarenta minutos más tarde, cuando Pauchi Sasaki aparece en escena, aquella pésima costumbre rinde cero frutos. El público recién llegado se cuela entre los primeros asistentes a punta de fuerza y maña; algunos aprovechan para ocupar las bancas, otros se esparcen por los jardines. El espacio está a nuestra entera disposición y la música de Pauchi es ideal para un evento de estas posibilidades. Haciendo uso del piano y el violín, además de distintas pistas electrónicas y efectos que amplifican su voz, su presentación alcanza niveles de originalidad únicos. Sobre todo cuando tiene la inusual idea de verter agua en un vaso y utilizar aquel ruido para crear un ambiente sonoro acuático y fuera de lo común.

Luego, casi en seguida, sube a la tarima el dúo conocido como Laikamorí.  Predicadores de un ambicioso proyecto audiovisual, nos presentan un repertorio lleno de dream pop electrónico, que, por su cualidad paralelamente vivificante y adormecedora, acaba resultando un poco largo para el público impaciente. Ubicados tras el teclado y la guitarra, ambos integrantes visten de negro de pies a cabeza, con máscaras llenas de piedras plateadas, y en el ecran vemos diversas imágenes cósmicas muy afines con las canciones que interpretan. Resulta especialmente interesante el efecto de voz del vocalista: ensoñador, agudo y algo siniestro cuando nos llega enmarcado en tal propuesta conceptual.

Aunque al inicio se temía una escasa asistencia, llegados a este punto, el MAC acoge ya a más de trescientas personas. De pronto, como si se tratase de dos boxeadoras entrando a una arena de pelea, Sierra y Bianca Casady irrumpen en los jardines y atraviesan la dispersa masa de asistentes entre aplausos y vitoreos. Como ya era de esperarse, lo primero que salta a la vista es su vestimenta: dos jumpsuits al estilo de los paracaidistas, uno blanco para Sierra y otro anaranjado para Bianca. Sierra, además, lleva una gorra con letras gigantes que dicen PRIDE y una peluca de trenzas blancas que le sobrepasan la cintura. En el caso de Bianca, el sombrero a lo Chaplin, el corbatín, el rostro maquillado de blanco y su abundante cabellera de rulos rojos -imposible determinar si se trata o no de una peluca- de inmediato nos hacen pensar en una estética circense.

“Heartache City”, “Un Beso” y “Tim and Tina” son los temas iniciales, todos pertenecientes a su último disco, editado hace solo un par de semanas, y al que le da nombre la primera de las canciones. Su nuevo estilo va muy tirado hacia el hip-hop, pero los matices que aún le otorgan la impresionante voz de soprano de Sierra y aquella extraña forma de cantar de Bianca, tierna y retorcida a la vez, hacen de cada canción un paseo melodioso, además de muy animado. “Child Bride”, “Lucky Clover” y “Lemonade” continúan dando la pauta.

Verlas en acción, tan excéntricas, transgresoras hasta lo grotesco y lo incómodo, hacen sospechar de un pasado peculiar. Y en efecto, lo tienen. El padre, simpatizante de cuanta vertiente New Age se le cruzó por el camino. La madre, amante de la perpetua mudanza, una gitana moderna. Combinación que en el caso de Bianca y Sierra (Coco y Rosie, para su madre) acabó por forzarlas a abandonar los estudios colegiales, pues a sus progenitores les pareció que aquello acabaría con su creatividad artística. El resultado, luego de interminables viajes, de incursiones en el mundo lumpen de sus amigos vagabundos –y en el caso de Sierra, incluso de un breve paso por el Conservatorio de París-, es un dueto de género inclasificable, alguna vez denominado como “Freak Folk”.

Sus cualidades, no obstante, van más allá de lo puramente estrafalario. La calidad del show, en ese sentido, supera toda expectativa. Y es que las hermanas Casady, además, han sabido rodear su propio talento de las personas adecuadas. En adición al encargado del sintetizador y la trompeta, cuentan, sobre todo, con un beatboxer que actúa como la base rítmica de todas las canciones: Tez. A mitad de la presentación, aquel personaje, vestido como un hip-hoper del futuro, nos sumerge a todos en la magia percutiva de sus labios y garganta. Una hazaña realizada en solitario que se lleva todas las palmas del público.

Sierra y Bianca vuelven, ahora algo más ligeras de ropa, e interpretan “Forget Me Not”, “Big and Black” y “Lost Girls”, también de su última producción. “Werewolf” es la última del bloque: un tema bastante más pausado que viene incluido en su tercer disco, “The Adventures of Ghosthorse & Stillborn” (2007). Las hermanas, anteriormente repartidas entre diversos instrumentos – teclado, flauta, arpa, walkman, baquetas verde fosforescente, juguetes para infantes- salen esta vez al frente, hombro con hombro, y se despiden de nosotros al ritmo de un coro en el que Blanca incluye repetidamente el nombre de nuestra ciudad: Lima.

El tradicional encore, punto final de la noche, lo trae “Teen Angel”, un lado B de su disco “Tales of GrassWidow” (2013). Ya en este momento, Sierra lleva sus ágiles bailes a un nuevo grado de efervescencia. Se quita la peluca, la agita de forma circular como si se tratara de un polo sudado, y salta una y otra vez hasta acabar la canción. CocoRosie se despide, ahora sí, de forma definitiva. El MAC cierra sus puertas puntualmente a las once y a nadie se le pasa por la cabeza ejercer algún tipo de reclamo. La experiencia ha sido completa. Solo queda volver a casa y escuchar de nuevo ese último disco, tan reciente pero tan bien logrado, e intentar evocar cada imagen que tuvimos ante nosotros esta noche.

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