“Fabriqué un millón de ilusiones/ Prisioneras que se hicieron canciones… “, cantó en el primer disco solista que grabó en su vida. Coti Sorokin tenía casi 29 años y los últimos tres se los había pasado robándole tiempo al tiempo, escenas mínimas para repartir su voz y su talento en algunas canciones que no fueran las que producía desde hace años para músicos de diversos géneros. El 2002 lanzó su disco “Coti” con temas como “Mis planes”, “Antes que ver el sol”, “Nada fue un error” y su carrera como cantante fue hacia arriba. El joven productor estrella ganaba su propio lugar como artista.
Roberto Fidel Ernesto Sorokin Espasa, nacido en Rosario, Santa Fe, un 14 de junio de 1973, no era un novato. Su participación en discos como Honestidad brutal (Andrés Calamaro, 1999) le dieron fuelle para continuar componiendo y esperar su oportunidad, que incluyó convertir “Color esperanza”, años más tarde, en un hit, gracias a la voz de Diego Torres quien, incluso, llegó a adjudicarse como exclusiva su composición.
Lo más reciente que oímos de él fue “Dejá de jugar”, una colaboración con David Lebón para su álbum Lebón & Cia, o una versión de El embrujo, del peruano Estanis Mogollón, junto a Los Palmeras. Este 26 de octubre se presenta en Lima con un show especial. “Es como un unipersonal en el que interpreto distintos instrumentos, contando cómo fui escribiendo tal o cual canción. Hay anécdotas de gente con quien trabajé, sobre mis años en Madrid, de cómo conocí a Julieta Venegas, con quien escribimos un montón de canciones juntos, de mis años de Argentina, un poco de todo esto, traducido a las canciones desde ese lado más cercano, más humano”, nos dice el artista. Y, a continuación, nos cuenta un poco más.
Tu tema con David Lebón, en su último disco, dio mucho que hablar. ¿Cómo fue esa experiencia?
David es uno de mis ídolos de la infancia, imagínate lo que significa para un músico. Yo ya había tenido oportunidades similares con Enanitos, con Andrés, con Charly, compartiendo experiencias musicales, estudio de grabación, pero no me había dado ese placer de poder hacerlo con el gran David Lebón. Nuestra relación hermosa empezó cuando lo invité al Teatro Colón a cantar conmigo una canción que se llama “No dudes”. Ese mismo día me contó de su disco Lebón & Co. y me invitó a hacer una canción, “Dejá de jugar”, que es una maravilla de una época hermosa. Fue una experiencia honorífica para mí. Cuando tenía 10 años me levantaba y lo tenía en un póster en mi pared. Tener la oportunidad, luego, de compartir charlas y experiencias es una de las maravillas que me dio la ruta. Yo siempre le digo a David, “¿Qué hacés que te saliste de mi póster?” (risas).
Tu papá era un médico muy dedicado, tu mamá tocaba piano. ¿Cómo se origina tu pasión musical en ese contexto?
Bueno, mi padre tiene 80 años y sigue ejerciendo. Tiene 50 años de profesión y, a la vez, es un melómano que siempre ha comprado muchos discos, cds, vinilos, casetes. Por más que tuve una adolescencia provinciana en Entre Ríos, tuve una casa cosmopolita. Yo me adentraba en la biblioteca o la discoteca de mi padre y descubría el mundo. Así fui oyendo mucha música clásica, folclore, jazz, rock y, por supuesto, lo que más me llamaba la atención en aquel momento: el rock nacional de Spinetta y Charly, viendo como sintetizaban música como la que tocaba mi vieja en el piano: Ravel, Debussy, Chopin. Eso me hizo tener también una visión muy abierta y no estática, acerca de la música. Yo no escuché estilos, escuché artistas.
Colaboraste con Andrés Calamaro en “Honestidad brutal”, uno de los mejores discos en español que cumplió hace poco 20 años. ¿Qué recuerdos tienes de aquellos días?
Bueno, no me acuerdo de nada (risas). No, la verdad es que tengo recuerdos vagos. Lo que era muy curioso de aquellos días es que estaba implícitamente prohibido sacar fotos, no como ahora que todo lo compartís en redes. En aquel momento, habíamos trabajado juntos durante casi un año sin sacar una sola foto. Pero ni una, eh. Nadie, de los que participamos, tiene una sola foto, lo cual es muy lindo, por un lado, porque cada uno lo lleva grabado todo en su propia memoria. Pero, por otro, nos gustaría a todos ahora contar con alguna foto, para las reediciones y las cosas que se han hecho. Y Andrés me pide a mí y yo le pido a él y luego a otros y nadie tiene nada, es muy curioso. Pero sí hay recuerdos muy lindos, y cada tanto nos ayudamos a recordar mutuamente. Yo entré casi por la ventana, pero fue una experiencia muy curiosa cómo surgió “Honestidad brutal”. Se grabó un gran porcentaje del disco sin saber que se estaba haciendo ESE disco. Era como una especie de improvisación, jammin` o puente creativo que se generó entre tres personas, que éramos Andrés, Javier Calamaro y yo, y entre los tres empezamos a armar un disco, casi sin darnos cuenta, que terminó siendo Honestidad brutal. Fue un hito en la carrera de todos, porque aprendimos mucho de esa experiencia tan linda.
¿Qué significó para ti concretar tu primer disco solista, “Coti”, del 2002?
Fue impresionante lo que ocurrió con él, porque en todos lados donde se escuchó. En Latinoamérica y en España tuvo una recepción automática. “Antes que ver el sol” fue un tema que explotó. En España vendimos 28 mil discos, en Argentina también mucho. Y empezó algo grande. Hoy en día estoy muy feliz de haber emprendido ese camino, que era difícil, ríspido y también un poco a contracorriente, porque en ese momento me estaban llamando de todos lados para que siga produciendo, me ofrecían proyectos enormes para producir, era como una especie de “productor joven estrella” y de alguna manera tuve que decidirme, enfocarme y dejar de lado un montón de propuestas súper seductoras desde Los Ángeles, hasta Europa o México y, sin embargo, hoy estoy muy feliz de haber decidido seguir mi camino, que era lo que más me latía desde siempre.
En medio de esa vorágine de propuestas de producción y la decisiva elección de tu carrera solista, ¿Cómo fue encontrar tu propia voz y tu propio estilo?
Bueno, mirá, eso es algo que no se busca, se encuentra, como bien has dicho. Y tiene que ver también con el correr del lápiz, de las letras, de los discos, de los shows. Es una maravilla la pregunta que me hacés porque es algo en lo que he pensado mucho, sobre lo que he reflexionado mucho y leído mucho. Creo que el tema del estilo, si uno lo busca no lo encuentra. Uno lo tiene que encontrar, sí, pero haciendo, ejecutando, llevando adelante y me parece una maravilla cómo, de aquel primer disco del que estamos hablando, a estos últimos discos, siguen teniendo la misma esencia, hay como una coherencia artística que he logrado casi sin proponérmelo, simplemente siendo sincero y basándome en lo que siento y en mi manera de hacerlo y produciendo mis propios discos. Con lo bueno y con lo malo que eso conlleva. Pero eso también es parte del estilo, es parte de la construcción de un artista con todas sus contradicciones.
Tu trabajo como compositor te ha llevado a componer canciones para otros artistas, como “Color esperanza”. Hace poco hubo una polémica sobre su autoría, causada por unas declaraciones de Diego Torres a un medio español. ¿Por qué suceden estas cosas?
Bueno, suceden porque la industria está, me parece, muy viciada, ¿No? Y porque hay que generar un cambio, me parece, en el respeto de la propiedad intelectual, de las autorías, que los negocios pasen por otro lado. Muchas veces ocurre que se mezclan, no está bueno que se mezclen. Yo creo que Cachorro López lo explicó perfectamente (N. de R: Cachorro, productor y coautor del tema, declaró que la letra de “Color esperanza” es un 95% de Coti y que ambos compusieron la música. Torres solo le habría agregado algunas palabras). Cuando la cultura o la creatividad se mezclan con el negocio hay que tener muy claros los límites. Evidentemente, yo en ese momento, cuando recién salió el tema (año 2001) estaba empezando, tenía dos chicos mellizos recién nacidos y estaba forjándome un mundo en el lugar extraño que era Buenos Aires para mí. Eso hacía que uno vaya aceptando las cosas prácticamente por necesidad, no le decía absolutamente a nada que no, aunque respetara mi propio ser lo más que podía. Igual, con mucha visión en aquel momento, peleé bastante por este asunto y tengo la mayoría de los derechos de esa canción, más del 50%, con lo cual quien decide adónde va a parar “Color Esperanza”, soy yo. Ya en aquel momento tenía una visión de hasta qué punto había que bajarse los pantalones (risas).
Hubo diferencias con el uso de la canción. En Venezuela se usó en protestas contra Maduro, por un lado, y por otro, tú habías cedido derechos para la liga contra el cáncer de España. Pero parece que a los políticos les encanta…
Si, se usó en una campaña muy potente en que las voces femeninas más importantes de España grabaron una versión que fue número 1 por varias semanas. En cada pedido de ONG que he recibido he donado los derechos y los he cedido, pero no así para ningún tipo de campaña política. Y me la han pedido a lo largo y a lo ancho del mundo, porque es viral en muchos lados. Pero sistemáticamente mi negación ha sido rotunda. Lo que hizo esta canción grande no fue una campaña de marketing, fue la misma gente que la asumió como un himno de lucha. Entonces, me parece que, de alguna manera, no podía bastardear esa primera energía maravillosa que fue generando en el boca a boca, en los jardines de infantes, en los sitios de ayuda, de autoayuda, en las comunidades barriales, en las organizaciones sociales, en las parroquiales, donde hay un montón de merenderos, de ollas populares, que los llaman “Color esperanza”. Así que imagínate transformar eso en la cara de un político que un día nos dice una cosa y otro día nos dice otra.
A estas alturas, ¿qué significa para ti conocer tantos escenarios y públicos tan distintos?
Mirá, los públicos no se dividen por banderas ni por fronteras, Ambas son caprichosas, no tienen nada que ver con la gente. Quiero decir que cada público, cada ciudad, cada pueblo, cada lugar, cada espacio, cada horario, cada teatro tiene una forma de comunicación que hay que asumir y hay que aprender y no se puede dividir y generalizar un público de otro por si es de una nacionalidad o de una frontera u otra. En líneas generales, el público latinoamericano es muy pasional porque vive desde una necesidad espiritual muy fuerte de ligazón con la música, que va más allá de un entretenimiento, tiene más que ver con una identidad cultural y con una necesidad vital de convivir y de compartir su vida con la música. Eso hace que el público latinoamericano tenga una pasión muy singular.
MÁS INFORMACIÓN
“Cercanías y Confidencias”: Coti en Lima
Fecha: sábado 26 de octubre
Hora: 8 p.m.
Lugar: Auditorio de la Derrama Magisterial
Dirección: Av. Gregorio Escobedo 598, Jesús María
Entradas: Joinnus