Beyoncé en la portada de "Cowboy Carter", su más reciente álbum de estudio.
Beyoncé en la portada de "Cowboy Carter", su más reciente álbum de estudio.
/ Columbia
Francisco Melgar Wong

“Muchos rumores corren mientras entono mi canción”, dice al inicio de “Cowboy Carter”, un disco donde la conocida “Queen Bey” se sumerge en las raíces negras de la música country para reinventar el pop afroamericano contemporáneo. Ciertamente, desde su lanzamiento a finales de marzo, “Cowboy Carter” no ha dejado de desatar rumores: algunos críticos lo han calificado como una obra maestra; otros han acusado a Beyoncé de apropiarse de un género musical que no le pertenece y de traicionar su estatus de artista negra por buscar la aprobación de la comunidad de la música country; una comunidad, como se sabe, eminentemente blanca.

El origen del disco no fue menos polémico. El 2 de noviembre de 2016, Beyoncé se presentó en la 50° entrega de los Premios de la Música Country en la ciudad de Nashville. Haciendo gala de un tradicional racismo frente a una artista negra asociada con el R&B y el hip hop, el público del evento desaprobó la actuación de Beyoncé y no dudó en demostrar su rechazo con abucheos y silbidos. Desde aquel episodio, “Queen Bey” empezó a planificar su venganza; una venganza que finalmente llegó la semana pasada en formato de álbum y bajo el nombre de “Cowboy Carter”.

Los rumores no sólo se esparcen alrededor de “Cowboy Carter”, también corren dentro de él. Luego del rechazo sufrido en Nashville en 2016, Beyoncé se dedicó a investigar las raíces negras del country, descubriendo que muchos de los pioneros de este género musical vinculado con la población blanca del oeste de los Estados Unidos eran, paradójicamente, negros. Con esta verdad bajo el brazo, Beyoncé se lanzó a escribir y grabar canciones con los timbres, instrumentos y metáforas usadas por estos pioneros, demostrándole a sus detractores blancos que esta música también le pertenece a su comunidad. La venganza de Beyoncé llegó, como en un spaghetti western, bajo el formato de un ajuste de cuentas.

Sin embargo, “Cowboy Carter” no es sólo un disco de country que revela las raíces negras del género. Esta faceta del álbum –que seguro inspirará varias tesis de musicología– se agota en la primera mitad de la placa. Lo que viene después, aunque mantiene los timbres y algunas melodías oriundas del country, es una inspirada exploración por la música popular afroamericana de los últimos cien años: country blues, R&B, rock ‘n’ roll, música soul, funk, música house, hip hop y hasta trap.

En canciones como “Bodyguard” y “Ya Ya”, Beyoncé demuestra que el country no sólo tuvo raíces negras, sino que estas raíces crecieron y se asentaron en la base de géneros como el R&B y el rock ‘n’ roll. En “Riiverdance” y “Tyrant”, la cantante imagina cómo el country podría infiltrarse en géneros contemporáneos como la música house y el trap. A lo largo de esta segunda parte del disco, Beyoncé parece decirnos: ya les enseñé lo que el country fue, ahora les enseñaré lo que puede ser.

“Cowboy Carter” es un álbum que funciona a muchos niveles: esperado ajuste de cuentas entre Beyoncé y la comunidad country, revelación de las raíces negras de un género supuestamente blanco, inspirado mapa de la influencia del country en la música popular del siglo XX, ejercicio imaginativo de las posibles fusiones del country con el pop contemporáneo. “Para que las cosas sobrevivan tienen que cambiar”, dice Beyoncé al inicio del álbum. Y esta parece ser la gran lección que “Queen Bey” le deja a la comunidad country que la rechazó en 2016: si queremos que el country siga vivo.

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