Creció entre bohemios dicharacheros, artistas de la composición, los aromas seductores de sabrosos platos peruanos y las eternas jaranas que aún hacen sentir bailes y alborotos en su memoria. Aunque su papá, José Tato Guzmán, era uno de esos compositores y poetas del criollismo que construían sus temas en la sala o en la cocina de su casa, a ritmo de cajones y guitarras, no quería que ella se dedicara a lo mismo. “Nada que artista. ¿Qué cosa? ¡Vaya a estudiar!”, le dijo varias veces y en varios tonos. “Y en mi infancia, cuando un papá decía ‘No’ era ‘No’. La palabra de los padres era ley”, nos cuenta Rosita mientras prepara su show por el Día de la Canción Criolla adelantado, pues la música sonará desde las 8 de esta noche.
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Acaba de terminar de ensayar y nos habla desde su casa en Barranco, flanqueada por dos litografías de Oswaldo Guayasamín, el recordado pintor ecuatoriano, que parece darle inspiración a sus sobrecogedoras interpretaciones. Por estilo y por voz, su canto nos remite a las voces fundacionales del género, aquellas que se oían en vitrolas, tornamesas y antiguos vinilos. Las que hacían retumbar las jaranas de barrio. La voz de la señora Rosa Guzmán nos hace entender perfectamente porque hay clásicos que son para siempre.
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Durante muchos años fue el secreto mejor guardado de nuestra música criolla. Tras no concretar su carrera como obstetra a inicios de los 70, llegó a convertirse luego en una de las dos primeras mujeres en el país en graduarse en Electrónica. Sin embargo, muchos en su camino consideraron que era una carrera exclusivamente masculina. Con el tiempo, Rosa consiguió trabajo como técnico de equipo médico en el hospital Almenara, donde permaneció durante 18 años. Su padre, al principio reticente a que sea artista, llegó a decirle: “Si vas a cantar, no solo digas las palabras, siéntelas, interpreta lo que cantas, actúalo”. A pesar de que solía cantar en cumpleaños y reuniones de amigos, recién hacia 1995 comenzó sus presentaciones en vivo en la peña barranquina La Oficina. El 2005 ya estaba lanzando su primer disco. El 2013 brilló con luz propia en Sigo Siendo, el aplaudido documental de Javier Corcuera. Una nueva estrella había nacido. Hoy tiene ya seis discos e interpreta un repertorio criollo clásico, además de otros géneros como sicuris, huainos o yaravíes, como hizo en Sonqollay (2017), una de sus más recientes producciones.
¿Cómo van los ensayos para esta noche? ¿Qué tiene preparado?
Acabamos de terminar. Gracias a Dios ha sido muy bonito, muy satisfactorio para mí. Lo hemos hecho como si ya estuviéramos tocando el concierto. He tenido aquí a mis tres músicos y mi asistente de producción, con nuestra distancia, con toda la protección. La gente va a quedar satisfecha. Yo soy cantante criolla de los compositores antiguos, esos que ya nadie canta, que están olvidados. Los traigo al presente y los canto porque veo en sus composiciones mucha poesía. Es algo que a una la marca, la hace transportarse. Compositores como Pablo Casas, Manuel Acosta Ojeda, Filomeno Ormeño, Chiquitín Borja para mí son emblema y qué poco se cantan, lamentablemente.
Uno de esos maestros fue su propio padre. ¿Qué rescata de su manera de componer?
Bueno, mi padre era una persona muy cerrada. Él, cuando componía, no tenía “acompañamiento presencial”. O sea que no le gustaba que estuviéramos nosotros, los más chicos de la casa, jugando alrededor, cuando él estuviera haciendo alguna composición, escribiendo. “¡Vayan a jugar! ¡Vayan a hacer otra cosa!”, renegaba –recuerda sonriendo la artista-. A él le gustaba concentrarse con su guitarra, su papel y su lapicero, solito.
Supongo que fue en las reuniones que vivió de pequeña, donde primero escuchó tocar a varios de esos grandes compositores…
¡Claro! Esos compositores y cantantes iban a mi casa. Mi juventud no me permitía aquilatar las joyas que tenía ahí. A mi casa llegaba Augusto Ascues, Pablo Casas, el Chino Soto, Abelardo Vásquez, tantos compositores y cantantes de esa época. Pero yo, en mi ignorante comprender de chiquilla, no me daba cuenta de lo que tenía ahí. Pasan los años y una ya es adulta y ata cabos, recuerda. ¡Pablito Casas llegaba a mi casa y se sentaba en la cocina! Se ponía sobre un banquito artesanal que mi papá había hecho, se sentaba siempre en él con su guitarrita y su cigarro en la boca y tocaba algo que había compuesto para pedir la opinión de sus amigos que estaban en ese momento ahí. Y entonces mi padre, Chino Soto, Pancho Caliente, quienes estaban, le decían haz esto o lo otro, acomoda aquí, ponle esto allá. Se hacían correcciones entre ellos y completaban los temas. Yo veía eso, ese proceso y hoy me doy cuenta de lo que tuve en mi presencia y no supe aquilatar…
Pero usted es una gran cantante. Aunque crea que no, al final, sí lo supo aquilatar…
Bueno, claro, lo he guardado porque a mí me gustaba cantar, yo quería cantar. Mi papá me lo prohibía porque en esos años tenía muy mal concepto de las artistas. Por eso es que yo he salido a la palestra ya mayor. Yo era una persona bastante adulta cuando he comenzado a cantar, en 1995.
Y su irrupción fue sorprendente. Hay cantantes a quienes los peruanos conocen desde muy jóvenes y es como si siempre hubieran estado allí: Eva Ayllón, Lucía de la Cruz, Cecilia Barraza…
Yo siempre fui fan de Lucía, de Cecilia, de Eva y ahora me parece mentira, qué le digo, mágico, estar en un escenario en algún momento con Eva. Con Lucía no he estado aun, pero si con Eva, Cecilia Barraza, Manuel Donayre, Cecilia Bracamonte. Yo era su hincha y ahora estar con ellos me parece alucinante. Como un sueño cumplido.
¿Qué es lo que más le llama la atención de esos compositores clásicos cuyo repertorio rescata?
Tienen temas lindos, maravillosos, poéticos. Sin menospreciar a los compositores actuales, en muchas composiciones criollas posteriores hay temas repetitivos: la mujer lo engañó, es una mala mujer, lo abandonó. No hay otro tema. “Cuando me quieras/ no estaré solo/ cuando me quieras/ todas mis penas tendrán su fin”, dice una letra de Filomeno Ormeño, que es de los compositores más antiguos. Cosas tan bonitas que le decían a una mujer, la estaban enamorando con sus composiciones. ¡Qué linda manera de enamorar era! Pero en aquellos años los compositores eran casi siempre hombres. Hubo muchas mujeres compositoras, pero se les menospreciaba. O ni siquiera se les permitía.
El machismo también presente en la música criolla…
¡Uy!, el machismo está tan arraigado en nuestro país que la mujer, cuando hacía una composición, la dejaban de lado. Pocas pudieron ir destacando: Serafina Quinteras, Amparo Baluarte, Chabuca, Alicia Maguiña que ya es de otra generación. Sin embargo, esas mujeres tuvieron que luchar mucho para poder sobresalir. Así nomás no salían a la luz. El talento compositivo de las mujeres se valoraba muy poco. Ahora, no es que haya más componiendo, sino que se les reconoce mucho más. Ya que me has hecho acordar, voy a incluir un tema de Amparo Baluarte en mi concierto de hoy (risas). Tiene composiciones bellísimas…
Entonces, Rosa entona Olvido, tema de Baluarte: En cien noches de orgías hundiré tu recuerdo/ y besando mil bocas tus besos borraré/ quiero aprender a odiarte para no amarte tanto/ yo trato de olvidarte y lo conseguiré…
¿Cómo es posible que este tema no se haya cantado más? –Retoma la entrevista- ¡Es pura poesía! Es una sensibilidad distinta. Su manera de quejarse, de “pedir justicia”: “Hundiré tu recuerdo”, “Voy a besar mil bocas” “Voy a conseguir olvidarte”. ¡Es una maravilla! La voy a incluir en el repertorio de esta noche.
¿Cómo se vive la peña, el ambiente criollo, en las circunstancias actuales?
Te cuento una historia: hace 2 o 3 días me tocó participar en una peña virtual. Canté un pregón, La Picantera. Casi nadie canta pregones. Llegó una persona y me dijo: “Me has hecho llorar, recordar La Oficina, cuando se escuchaban ahí los pregones”. Eso me llenó muchísimo el corazón. Es lindo saber que la gente escuchaba esto y lo sentía, le llegaba al alma y que ahora, después de mucho tiempo de no escucharlo en persona, les produce ese sentimiento. Me dio mucho gusto (Rosa, entonces, se pone las manos en el corazón, emocionada). Así vivimos la “peña” ahora.
Un artista, sufriéndola, puede intentar reinventarse, ¿Pero cómo reinventamos el Día de la Canción Criolla?
No queda otra que hacer lo que estamos haciendo todos: manifestarnos virtualmente. Es la única forma como nos podemos dar a conocer o “dar a ver” y que la gente sepa que estamos vivos, que el coronavirus no nos ha llevado, que mantenemos la corona de artistas, del talento, eso sí. La música es lo que nos saca adelante.
Este es el último Día de la Canción Criolla antes del Bicentenario. ¿Cómo se puede revalorar nuestra música antes de celebrarlo? ¿A qué se puede apuntar?
Lamentablemente, en todo esto tiene que intervenir necesariamente el Estado, el Ministerio de Cultura, darnos el valor que merecemos. Somos la imagen del país. He estado en países como México y he visto cómo valoran a sus artistas y me he sentido disminuida porque eso no sucede aquí. O sucede con muy pocos. Es una vergüenza tener tanto talento olvidado. Ahora hemos tenido 7 meses sin poder trabajar. Yo siento mucha impotencia por eso.
¿Cuál puede ser el trabajo por hacer?
Parece que creen que cuanto más ignorante es el pueblo, mejor se le puede manejar. Por eso es que el país está así. El Estado debería tener más atención, más cuidado con la cultura, porque con cultura hubiéramos podido frenar de mejor manera esta pandemia. Como no hay cultura, el pueblo actúa como le indica el instinto. Por eso, un país sin cultura es un país sin nada, es un país enfermo. Y parte de la cultura somos nosotros: canto, composición, pintura, danza. Si los extranjeros no entran por ahí antes de venir a conocer, no existimos. El Estado tiene que aprender a apreciar a sus artistas y ponerlos en el lugar que merecen. Pero suelen esperar que mueran para hacerle homenajes y tomarse fotos. Cuando un artista como Máximo Damián vivió en una situación grave, pobre, nadie se ocupó de él, nadie hizo nada. Pero cuando murió, unos querían pararse al lado de la familia, para que parezca que la estaban acompañando. Jaime Guardia, Carlos Hayre, han sido otros ejemplos que merecieron un mejor trato de su propio país. Al viajar a otros países he visto cómo reacciona la gente y cómo recibe nuestra música y me extraña que no salga más al mundo.
Hablando de salir al mundo, usted es parte de un disco nominado al Grammy, “Guerreras de la Música Afroperuana”, que incluye un documental con mensajes contra la discriminación. ¿Cómo se concretó ese proyecto? ¿Qué expectativas tienen?
Sí, participé en ese proyecto del productor norteamericano Matt Geraghty, que venía recorriendo toda América Latina y llegó al Perú y descubrió nuestro ritmo negro. Se quedó enamorado, se contagió de ese ritmo y dijo: con esto voy a hacer un proyecto. Hizo un disco en el que canto yo, sin cantar música negra (risas) y grandes artistas peruanas. Es que soy una negra muy extraña que no canta música negra. No la sé transmitir, así que cuando no sé hacer algo, mejor no lo hago. Yo soy criolla. En este disco canto Quebranto, que es mi tema emblemático, compuesto por mí papá. El disco fue nominado al Grammy, a los jurados les ha gustado. Ahora, estamos esperando el 19 de noviembre que dan los ganadores, a ver qué pasa. Pero yo me siento feliz y siento que ya con la nominación he ganado algo. Conseguir la nominación nomás ya me hace sentir que hemos ganado todas las que participamos en el disco.
Rosa Guzmán, en vivo.
Acompañada por Gustavo Urbina (primera guitara), Mario Cuba (Contrabajo) y Julio “Conejo” Tirado (cajón).
Día: Miércoles 28 octubre
Hora: 8 p.m.
Acceso: 20 soles.
Informes: +51995122896 y en la página de Facebook de la artista.
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