Sobre el escenario eran los reyes del mundo. A sus pies, 80 mil mortales esperaban los designios de sus voces e instrumentos para iniciar el ritual ancestral que emprenden los cuerpos mortales cuando se entregan a la música. “Lo más grande de este mundo, siempre me hacen sentir”, canta entonces un juvenil Héctor Lavoe, con camisa verde, pantalón rojo y sus clásicas gafas, mientras lo acompaña un coro de ángeles llamados Cheo Feliciano, Santitos Colón, Ismael Quintana o Ismael Miranda. Ray Barretto toca las congas hacia una eternidad de rumba y saoco al lado de Roberto Roena, la hipérbole danzante de este combo. Larry Harlow es su piano sacando a bailar a su alma. Jorge Santana abre universos con su guitarra como ya hubiera querido hacerlo en ese instante su hermano Carlos. Nicky Marrero enciende fieros fuegos desde sus timbales. Bobby Valentín le enseña al mundo una nueva lengua a través de su bajo.
Dioses de la improvisación y la alegría, explosiones solares que dan compás a la vida, apóstoles caribeños de Euterpe, mitológica diosa de la música. Lo único que los separaba de aquel público fervoroso era también lo que, finalmente, los unía: la figura de un enérgico hombre canoso, con camisa blanca de rombos rojos, pantalón blanco y peculiar barbita, que pasaba pronto de tocar la flauta a dirigir a la orquesta para ayudarla a destilar todo su swing, como una ola del mar Caribe. “¡Conmigo sí van a cantar”, lanza Lavoe; “¡Que cante mi gente!”, dice el coro. “¿Y tu abuela, Pacheco, dónde está?”, agrega Héctor con gracia. Pacheco, elevado por el poder de la salsa, sonreía entre los músicos, profetas del ritmo, destinados a llevar sus sensaciones al mundo en un evangelio de caderas y sones.
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Flauta dulce
Johnny Pacheco, nacido Juan Azarías Pacheco Kiniping en el municipio dominicano de Santiago de los Caballeros, tenía solo 39 años aquella noche de setiembre de 1974, bajo el poderoso cielo congoleño de Kinsasa (Entonces, Zaire; hoy, República Democrática del Congo). La Fania All-Stars había llegado al África como si regresara sobre los propios pasos de los ancestros que les contagiaron el ritmo. Aquel viaje a la semilla sería decisivo, para ellos y para el mundo musical.
Hasta 1966, Kinsasa se llamó Leopoldville, en honor al rey belga que bañó en sangre un país esclavizado. Presos de aquella misma sangre rebelde y africana, aquellos latinos que llegaron desde América les dieron la liberación definitiva. Al menos por unas noches. Solo basta buscar los videos y verlos vacilarse, bailar, reír, sentirse vivos y plenos. Venían de años de guerra civil y aún les tocaban más tiempos duros bajo el régimen de Mobutu Sese Seko, doloroso ejemplo de los más crueles dictadores africanos.
La magia que produjo la Fania allí pudo haber sucedido en Angola, Uganda, la República Centroafricana, Burundi, Tanzania o algún otro país cercano. Pudo ser también en República Dominicana, Puerto Rico, Cuba o los Estados Unidos, tierra natal de muchos de aquellos músicos. Pero fue Zaire, porque la Fania participaba de Zaire 74, el evento paralelo a la pelea por el Campeonato Mundial de los Pesos Pesados que enfrentaría a George Foreman y Mohamed Alí. James Brown, Bill Withers y B.B. King también se presentarían ante el público congoleño.
Estaba claro que los latinos ya eran mucho más que la orquesta de bravos casi improvisada que tocó por primera vez en el Red Garter neoyorquino en 1968, en tiempos en los que la salsa aún no era lo que entendemos hoy. Johnny Pacheco y la Fania All-Stars la irían definiendo, noche a noche, descarga a descarga, baile a baile. Fue esta orquesta que reunía a latinos de diversas sangres y orígenes la que convirtió a la salsa en un género internacional, expresión latina por excelencia que le cantaría al mundo desde ese pequeño pedacito de tierra africana. El ¡Alí Bumayé! de las calles pareció hacer ritmo con el “Quimbara cumbara cumba quimbambá” que entonaba Celia Cruz desde el Stade Tata Raphaël. “¡Alí Bumayeé!” significaba “¡Alí, mátalo”, peculiar arenga en lengua local contra Foreman. Pacheco y la Fania se presentaron entre el 22 y 24 de setiembre de 1974. Originalmente, la pelea tendría lugar el día 24, pero una lesión de Foreman obligó a postergarla hasta el 30 de octubre. “The Rumble in the Jungle” fue el pomposo título comercial que se le puso a la pelea, organizada por el inexplicable Don King.
La Fania le dio ritmo a esos días con una presentación intensa e inspirada.
La rumba me está llamando
La tensión de la Segunda Guerra Mundial aún hervía en el aire, cuando en 1946 un pequeño dominicano de solo 11 años llegaba a instalarse en Nueva York con su familia y se inscribía en la Julliard School, alentado por su padre, Rafael, director de orquesta y clarinetista. Ya en los 50, el joven Juan Azarías Pacheco se integró a la orquesta de Charlie Palmieri, quien había quedado impresionado tras verlo casualmente una noche tocando flauta. Pronto, ambos protagonizarían el éxito de la charanga, como parte del boom musical latino de aquellos años, que también incluía al mambo de Pérez Prado, con quien también llegó a colaborar Pacheco.
Sin embargo, su ímpetu y creatividad lo llevaron pronto a crear su propio proyecto, Pacheco y su Charanga, con el que lanzó, en 1960, un primer 45″ que incluía dos composiciones suyas, “Óyeme Mulata” y “El Güiro de Macorina”. Tenía 25 años. En poco tiempo empezaría a lucir las canas prematuras que serían el sello de su imagen y le harían ganarse el apelativo de “El zorro de plata”.
En 1962 consiguió presentarse con su agrupación en el célebre Teatro Apollo de Nueva York y en ciudades de Europa o América Latina. Inspirado en el tema “Fanía Funché” de Reinaldo Bolaños, funda junto a Jerry Masucci Fania Records. En 1964 lanza su primer álbum con ese sello, “Mi nuevo tumbao. Cañonazo”. Una de las historias más maravillosas de la salsa estaba empezando a escribirse. Gracias al factor Pacheco, director creativo y productor musical del grupo, pudieron reunirse en el escenario y en los estudios de grabación muchos de los más grandes intérpretes de la música latina. Por allí pasaron, en algún momento, ases ya mencionados como Héctor Lavoe, Roberto Roena, Ismael Miranda, Cheo Feliciano, Santitos Colón o Ismael Quintana, además de otros como Yomo Toro, Pappo Luca, Adalberto Santiago, Reynaldo Jorge, Richie Ray, Bobby Cruz, Rubén Blades, Puchi Boulong, Pupi Legarreta, Pete El Conde Rodríguez o Celia Cruz.
El más grande proyecto salsero de todos los tiempos escribió páginas de fantasía en la historia de la música latina… mientras Pacheco le tocaba la flauta y la hacía bailar.
África mía
Tras la exhibición musical de aquel setiembre congoleño de 1974, la primera orquesta tropical latina en tocar en África no pudo partir de inmediato de vuelta a Nueva York. Los violentos conflictos sociales los obligaron a permanecer 11 días más en Kinsasa, los cuales aprovecharon para volver a ser humanos: arrasaron con el bar y la cocina. “No podíamos salir. Entonces nos quedamos consumiendo en el hotel. (Jerry) Masucci tuvo que pagar 18 mil dólares extras porque nos reuníamos en los cuartos a pedir comida y vaciar las neveritas. Siempre había alguien que decía “mañana nos toca en el cuarto mío”, contó en una entrevista un sonriente Bobby Valentin, sobre aquella curiosa experiencia. De alguna manera, el público actual puede revivir las sensaciones en el documental “Fania All Stars Live In África”, grabado en aquellos días. Interpretaciones como las de “El Ratón”, “Quítate tú” o “Guantanamera” nos dan una muestra del inmenso talento de sus ejecutantes.
La Fania, por supuesto, tuvo otras noches legendarias, como en el Cheetah Club de Manhattan en 1971, en el Yankee Stadium en 1975, en el Coliseo Roberto Clemente de San Juan, Puerto Rico, en ese mismo año, o en el Teatro Carlos Marx de La Habana en 1979. La antología de sus grandes presentaciones en vivo eterniza aquellos instantes en que su música dejaba de ser grabación para convertirse en ceremonia y sacrificio ritual.
Aunque la Fania tuvo más tarde sus momentos conflictivos, que involucraban compensaciones, regalías o hasta explotación laboral hacia los músicos, el nombre de Pacheco quedó incólume como el de un pionero y revolucionario de la música que supo también ser un filántropo con la comunidad latina en Estados Unidos que creó un fondo becario a su nombre y apoyó nobles causas. Grabó, además de con la Fania, con otras estrellas de la música tropical como Monguito, Celio González, Daniel Santos y hasta Melcochita (el LP “La estrella del son”, de 1989). Por si fuera poco, fue el primero en llamar “El Niño Bonito” a Ismael Miranda, “El niño mimado a Cheo Feliciano, “Hard Hands” a Ray Barretto o “El Malo” a Willie Colón.
“Yo participo cuando ellos se atascan, pero es mejor dejarlos desarrollar sus propios estilos. Lo que hago es ayudarlos con algunas canciones, tú sabes, los soneos y cosas así. De esa forma los ayudo a desarrollarse porque no quiero que todos suenen como Pacheco. Cada quien tiene que crear su propio sonido, que fue lo que yo hice, que creo es lo justo”, dijo alguna vez sobre su trabajo frente a la Fania.
El 15 de febrero, un mes y 10 días antes de cumplir 86 años, mermado ya por problemas de salud que le impedían llevar una vida normal desde hace muchos años, Johnny Pacheco se convirtió en al aire que sigue haciendo sonar su flauta. Que no le quepa duda a nadie que, en alguna dichosa y paralela dimensión musical, sigue contemplando el cielo nocturno de Kinsasa, las estrellas de La Habana, la noche inmensa de Manhattan o a la multitud ansiosa de un Yankee Stadium repleto, por unos segundos, antes de interpretar y bailar eternas salsas en el Caribe que hoy mece su sueño.
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