Enrique Bunbury se sienta de lado, con las piernas cruzadas y la mano en el mentón: su lucidez cognitiva y plenitud artística coinciden con la justa longevidad cronológica de un rockstar que también pinta cuadros y publica poesía. En conversación con el diario El Comercio, el músico zaragozano nacido a finales de los 60′s y que vendrá a Lima en diciembre para presentar “Greta Garbo”, su nuevo álbum, reflexiona sobre su visión del arte, su miedo por no volver a subirse a un escenario, las inteligencias artificiales y más.
También comenta que en Los Ángeles, donde vive desde hace trece años, ha encontrado la dosis justa de anonimato luego de haber sido una figura cuya presencia reconocible en ciudades de España y Latinoamérica no le permitía sentarse en un café para observar y escribir sin ser, en ciertos momentos, abordado por los fans.
—¿En qué momento de su vida se encuentra en 2023?
Me encuentro muy bien, es un momento muy interesante y estoy muy satisfecho con el lanzamiento de mi poemario, “Microdosis”, y con el del álbum “Greta Garbo”. He recibido muy buen feedback por parte del público y la crítica. Es un motivo enorme de alegría. Estamos a punto de retomar los escenarios en diciembre y ahí les haremos una visita a Lima.
—Su nuevo álbum lleva el nombre de Greta Garbo, la actriz suecoestadounidense de los años 30 del siglo pasado que, en algún punto, eligió retirarse de la vida pública ¿De dónde nace la idea de ponerle así? ¿Es una especie de metáfora?
El año pasado inicié una gira que era la del 35 aniversario (de carrera artística) y tuve que cancelar los conciertos restantes cuando estuve en Chicago. Fue un momento complicado y duro tomar la decisión de abandonar los escenarios provocado un poco por un malestar y unos problemas de salud. Cuando me encierro a escribir canciones, desanimado por no poder volver a subirme a un escenario, pensé que empezaba una etapa distinta de mi vida en la que iba a tener una separación con el público. Greta Garbo, en algún punto de su carrera, pasó de estar delante de los reflectores a desaparecer del Hollywood naciente. De ahí surge el nombre, como una metáfora del aislamiento, de la lejanía con el público y de desaparecer de la vida pública.
—Se ha referido a la condición del artista, sobre todo del músico, cuando en las giras tiene un contacto directo con el fanático. Aunque esto se contrapone al acto solitario de la creación ¿Cuál cree que es el balance entre ambos estados?
Es interesante cómo se plantea porque en el fondo esas son las dos motivaciones del arte: por un lado está la necesidad de expresión y por otro lado la de comunicación. La expresión es un acto aislado e individual en el que en casa te encierras con la guitarra, el piano o con la pluma si eres escritor y te enfrentas al folio en blanco para sacar y expresar lo que necesitas. También está ese lado de la comunicación y hasta qué punto el artista necesita ese feedback del público ¿Hasta qué punto un pintor pintaría en una isla desierta o un escritor escribiría un libro o un músico compondría canciones si no hubiera alguien que las escuchara? Ese es el gran enigma. Yo siempre acabo pensando que incluso en una isla desierta compondría canciones, pero lo haría pensando en que alguien llegaría para oírlas. Creo que es algo indispensable. Cuando vi que ya no iba a haber conciertos, pensé hasta qué punto empezaba a perder una parte sustancial de mí.
—A diferencia de artistas de otras ramas, usted tiene una carrera muy prolífica tanto como solista como con Héroes del Silencio ¿Es mucho de volver a revisar su propia trayectoria?
Hacer un juicio analítico sobre tantas décadas siempre es una tarea muy complicada porque es fácil caer en autofustigarse y castigarse pensando en “no hice lo suficiente”, “no hice los discos que tenía que hacer” u otras cosas. Uno siempre piensa que no es lo suficientemente bueno. Por otro lado pienso que los discos que hice fueron lo suficientemente buenos y salieron lo mejor que podían salir. Grabamos y expresamos lo que se tuvo que expresar debido también a las circunstancias. Estas muchas veces te llevan a lugares fantásticos. Los músicos, el equipo técnico e incluso las cuestiones económicas son fundamentales para llevar a cabo el proyecto de disco, pero creo que todas las decisiones no están totalmente programadas porque siempre hay espacio para que intervenga el azar. Creo también que mirar hacia atrás no tiene mucho sentido cuando en cada presente concreto hiciste y sentiste lo que tenías que hacer.
—Sus exploraciones musicales, tanto para sus letras o sonidos, le han llevado a lugares que podríamos llamar lejanos o poco familiares como la India o Nepal ¿Qué tanto ha explorado el Perú?
Hay un disco en concreto, “El viaje a ninguna parte”, que está escrito tras un par de viajes que hice por Nicaragua y Perú. Escribí muchas canciones para el álbum viajando solo con una mochila y un charango. La verdad es que es un viaje al que le guardo mucho cariño por cómo me trataron en todo mi recorrido. No puedo decir que conozco todo el Perú obviamente por tiempo. Esto fue en el 2004, más o menos.
—Muchas de sus canciones, sobre todo con Héroes del Silencio, suenan mucho hoy en 2023 en bares del centro de Lima. Una canción en particular es la que resalta: “Entre dos tierras”. ¿Estaba al tanto de esto?
No lo sabía. Me parece asombroso y maravilloso que las canciones encuentren su público y su lugar en el espacio y el tiempo. No tenemos que estar atados a la dictadura de la actualidad. La música tiene que llegar, escucharse y adquirir nuevos significados. Enterarme de estas cosas me pone más que contento y creo que son precisamente esas sorpresas las que como artistas valoramos como retroalimentación del público y de los fans.
—De lo análogo a la digitalización a la proliferación de Internet hasta el inicio de las inteligencias artificiales. Usted ha estado presente en estos momentos ¿Qué piensa de la actualidad de la IA en la industria musical y artística?
No tengo la respuesta porque depende de muchas cosas, sobre todo de la regulación de la IA, de qué signifique, qué se permita, qué no ¿Dónde empezarán y terminarán los derechos de autor? En mi modesta opinión, pienso que el arte siempre necesita del punto de vista humano. Yo creo que una máquina puede imitar el trazo de Picasso, pero no puede ser Picasso. No puede crear un Guernica, porque el Guernica no solo son los trazos, es un contenido ideológico, sentimental y de intenciones. Y eso no lo puede crear una máquina. Vivimos en una sociedad actual en la que se considera el avance tecnológico en sí mismo como un acierto y un ideal de progreso, y no siempre este nos trae progreso. Hay veces en que nos trae una vida peor. No todos los avances han sido para mejor. Ves el caso de Oppenheimer, que es un buen ejemplo de las maravillas de la ciencia (irónico).
"¿Hasta qué punto un pintor pintaría en una isla desierta o un escritor escribiría un libro o un músico compondría canciones si no hubiera alguien que las escuchara? Ese es el gran enigma".
—¿Qué puede esperar el público en el Perú del concierto a fin de año?
¡Qué puedo esperar yo del público! Yo quiero que me acompañen en este viaje de retorno a los escenarios y a Perú. Vamos a mostrarles canciones del nuevo álbum, pero también haremos un recorrido por todas las épocas con temas y sorpresas. Ese es el plan.
—Finalmente, algo que siempre me causó curiosidad: ¿Su nombre, Bunbury, lo sustrajo de la obra de Oscar Wilde?
En la obra “La importancia de llamarse Ernesto”, uno de los personajes utiliza el nombre de Bunbury para tener una vida paralela, distinta a la suya. Digamos que es una máscara. En mi caso coincidió en una época en la que yo estaba muy metido con Wilde. A mis 15 años, más o menos. También con una amiga que se llamaba Eva Bunbury. Coincidió entre que la conocí y leí a Wilde. Un momento de la adolescencia en que estas cosas son importantes e inciden de forma decisiva en tu personalidad.