Está sentado en medio de un escenario. Aunque no está solo, la tenue luz que hay lo ilumina principalmente a él. Pero parece que eso le diera igual. Después de todo, no está ahí para tocar, sino para rendir tributo. No tiene el cabello muy corto, aunque ya no es como el de sus años mozos y sicodélicos. Usa lentes, barba, ropa oscura y sus ojos revelan una infinita tristeza. “Would you know my name… if I saw you in heaven …” (“¿Sabrías mi nombre si te veo en el cielo? ...”) comienza a cantar y es como si su mirada viera a Connor jugar y sonreír de nuevo en algún lugar más allá de nosotros.
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Para muchos que creen no saber quién es Eric Clapton, bastaría tararearles “Tears in Heaven” y recordarían las imágenes vistas en su Unplugged en MTV, el lugar que eligió para cantar la canción con la que se propuso recordar a su pequeño hijo de 4 años, fallecido al caer del piso 53 de su departamento en un trágico descuido. Era 1992 y aún no había transcurrido el primer año de la tragedia, pero el músico se presentaba ante una nueva generación de oyentes, emocionalmente desnudo y sin ambages. La herida no cicatrizaba aún, y él la estaba cantando.
Aunque los más jóvenes quizás no lo sepan, aquel hombre de entonces 46 años que está tocando esa triste, pero hermosa canción, en un video que millones han visto ya en YouTube, había pasado, más de 20 años atrás, por bandas como John Mayall’s Bluesbreakers, Yardbirds, Cream, Blind Faith y Derek & The Dominos. Haciendo una analogía futbolística, era, más o menos, como si hubiese jugado en el Liverpool, el Tottenham, el Manchester United, el Manchester City, el Chelsea o el Arsenal antes de los 24 años. Para 1970, cuando decidió iniciar su propia carrera, su legado musical incluía ya canciones como “Strange Brew”, “Sunshine of Your Love”, “Tales of Brave Ulysses” o “Badge” (compuesta con George Harrison). En agosto de ese año lanzó su mencionado trabajo solista, “Eric Clapton”, del que destacaron “After Midnight” (de J.J.Cale) o “Blues Power” (compuesta con Leon Russell). Al poco tiempo, en noviembre del mismo año, vería la luz un trabajo que había hecho casi paralelamente, “Layla and Other Assorted Love Songs”, el único disco que lanzaría junto a Derek & the Dominos y en el que destacó, por sobretodo, “Layla”, el tema dedicado a Patty Boyd, entonces esposa de su amigo Harrison. Nueve años después, en 1979, se convertirá en esposa de Clapton, coronando una de las grandes novelas del rock de aquellos años. Por inicios de aquella década –y tras la muerte de Hendrix- Clapton sería considerado el “Mejor guitarrista del mundo”, un hombre que buscaba obsesivamente la perfección de un estilo y que, en ese camino, había recibido el sobrenombre de ‘Slowhand’ (‘Mano lenta’). Se había convertido ya en un icono de la música contemporánea, aunque los excesos no le hicieran darse mucha cuenta de lo que eso significaba.
-Cuerdas para rato-
Hoy, casi 50 años después de aquellos momentos, hemos pasado de un mundo en el que se decía “Clapton is God” (“Clapton es Dios”) a uno en el que millones de millenials tal vez ni siquiera sepan quién es. Justamente para paliar eso –y para satisfacer a los otros millones que lo siguen venerando- es que el músico británico ha decidido lanzar “Clapton”, una completa autobiografía en la que toca todos los temas mencionados, y muchos más, con la tranquilidad evocativa que le dan los años –y la experiencia- transcurridos.
El último 6 de octubre, Clapton se convirtió, por cuestiones de la vida, en el último miembro sobreviviente de Cream, el power trío que formó en los años 60, al lado de Jack Bruce (muerto el 2014) y Ginger Baker, fallecido aquel día de inicios de mes. Pocos días después, el 12, otro guitarrista de su generación, Peter Frampton, de 69 años, daba el último concierto de su gira de despedida: dentro de algún tiempo, una enfermedad degenerativa no le permitirá volver a tocar.
Antes de su último concierto, Frampton tuvo tiempo para presentarse en el Crossroads Guitar Festival, la sexta edición de un evento organizado por el mismo Eric Clapton y que tuvo en su line up –además de a él mismo- a capazos como John Mayer, Jeff Beck, Joe Walsh, Bonnie Raitt, Robert Cray, Buddy Guy o Gustavo Santaolalla. Todos los beneficios de este festival van directamente al Crossroads Center Antigua, una institución dedicada a tratar el alcoholismo y la adicción a las drogas, fundada con el apoyo del mismo Clapton en 1998. Tras sus años de locura, el activista sigue en plena acción y, por supuesto, el músico también.
Por parte de Clapton, el músico iniciará un gran tour el 2020, después de haber dicho que no giraría nunca más. “Estoy quedándome sordo”, alarmó hace un tiempo. Pero lo cierto es que ha confirmado 15 fechas en Europa –entre el 29 de mayo y el 30 de junio- y se espera que toque también en Londres, Tokio o Nueva York. ¿Sudamérica? Aún es una incógnita.
La otra parte de Clapton se queda en las páginas de su biografía, recordando con sinceridad sus primeros años en la música. Tenía solo 18 cuando ingresó a los Yardbirds. “Me convertí en un intransigente con todo aquel que no tocase blues puro. Empecé a desarrollar un verdadero desprecio por la música pop en general y a sentirme incómodo por pertenecer a los Yardbirds. No me imaginaba cómo podíamos tocar una canción como ‘’For Your Love’’, hacer un disco así, y seguir adelante. Me daba la sensación de que nos habíamos vendido. Para entonces yo era un individuo quejoso y descontento. Deliberadamente me volví todo lo impopular que pude, discutiendo siempre y poniéndome dogmático con todo lo que surgía”, ha confesado.
De Cream, ha dicho que la banda no se separó solamente por las continuas disputas entre Bruce y Baker, sino porque “no eran lo suficientemente vanguardistas”. Algo increíble. Sobre los tiempos de Derek & The Dominos, disparó, sin temores: “Nos manteníamos comiendo frituras y un cóctel de alcohol y drogas, especialmente Mandrax, que eran pastillas para dormir muy fuertes pero que en vez de dejar que hicieran efecto, lo contrarrestábamos aspirando cocaína y bebiendo brandy o vodka y eso generaba un subidón único. La mezcla de eso se convirtió en la química de nuestras vidas. Solo Dios sabe por qué seguimos vivos.” Y sobre sí mismo, aseguró: “En los peores momentos de mi vida, la única razón por la que no me suicidé fue porque sabía que, si estaba muerto, no podría beber. Era la única cosa por la que merecía la pena vivir”.
Los acercamientos recientes a la vida y obra de Clapton han sido varios. El 2017 fue lanzado el documental “Eric Clapton: life in 12 bars”, que sostuvo sobre él que “Siempre fue un hombre que estaba completamente solo, y con su guitarra contra el mundo”. Hace un año, en octubre del 2018, el periodista y escritor Philip Norman –quien ya ha escrito libros sobre John Lennon, los Stones y Elton John- presentó “Slowhand: The Life and Music of Eric Clapton”. Sin embargo, “Clapton, la autobiografía” –publicada ya en nuestro idioma- promete ir varios pasos más allá en sus 380 páginas de extensión: excesos con las drogas y el alcohol, frustraciones familiares, infidelidades, amor incombustible por el blues, autocuestionamientos a su talento, escenas de celos y machismo, estrépito, caída y nueva ascensión de una carrera artística que estuvo constantemente al borde del naufragio. Después de todo, ¿Cómo resumir una trayectoria de más de 56 años? Quizás una frase del propio músico, como adelanto, ayude: “La música me salvó”.