En aquellos días, la música descendía de los barcos y la Tierra giraba a 33 y 45 revoluciones por minuto. El planeta lamía sus heridas de guerra, se inauguraban los prodigiosos años 50 y un niño de seis años de edad contemplaba cómo el majestuoso muelle de atraque del puerto de Pisco se hundía en el mar. Pero para el hijo de un padre marino y de una madre cantante y concertista de piano, el verdadero asombro consistía en descubrir cómo sonaban esos esféricos de carbón que desembarcaban junto a los marineros norteamericanos y europeos. Chuck Berry, Little Richard, Fats Domino, Ike Turner, Jerry Lee Lewis, Bo Diddley, Buddy Holly, Eddie Cochran, Gene Vincent. Todos terminaban vendiéndose en la bodega de un japonés en la calle Comercio, que los hacía girar.
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El niño escuchaba deslumbrado esos sonidos. Veloces. Impredecibles. Saturados con la gélida poesía del idioma inglés. Entonces llegó al pueblo la película “Fantasía” de Walt Disney. Antes que los dibujos, la progresión de la música lo deslumbró: La tocata de Bach, el cascanueces de Tchaikovsky, la consagración de la primavera de Stravinski, la pastoral de Beethoven. Todo un manjar para un oído melómano en gestación. Que sería sobrealimentado durante las jaranas que armaban sus padres: Pérez Prado, La Sonora Matancera, Los Panchos, Los Troveros Criollos, Los Dávalos, etcétera. “Esas encerronas duraban tres días, ellos tiraban la llave al río”, bromearía recordando su infancia en Ica.
Días en los que, naturalmente, germinó el universo sinfónico que llevaba dentro. Y empezó a cantar. “Hasta que un día mi madre apareció con el LP ‘El trujillanito’ de Luis Abanto Morales para que lo imite. Pero yo no me sentía un cantante criollo. Porque, en realidad, me sentía más atraído por Elvis Presley y Bill Halley. Y entonces opté por dar una vuelta radical”. Cosa que se materializaría una noche de octubre de 1962 cuando el joven de 16 años de edad tomó los micrófonos de Radio Independencia de Ica y empezó a regurgitar en vivo al frente de un grupo llamado Los Doltons, un velado homenaje a The Ventures y su disquera Dolton Records.
GÉNERO ENFERMEDAD
“Era 1964 y nuestro cantante Miguel Arista tuvo que viajar a EE.UU. Entonces el tecladista me dice tengo un amigo que canta muy bien, me gustaría que lo probaras para ver si podemos presentarnos con él en el programa ‘Escalera del Triunfo’. Y se aparece este muchacho recién llegado de Ica, cantó nuestro tema ‘La vi parada allí’, me gustó y fue así como se fue incorporando al grupo de gran manera. No solo sintonizaba perfectamente en los temas propios y cohesionaba al grupo sino que performáticamente era espectacular. La conexión fue perfecta y la química mejor. Así que ese mismo año grabamos nuestro primer LP ‘El ritmo de los Shain’s”, dice Pico Egoaguirre, otra leyenda viva del rock peruano con 56 años en el oficio.
Ocurre que las exploraciones en un surf rock heredero de The Trashmen y Dave Clark Five, de naturaleza más garagera y contestataria, empataban mejor con el espíritu irreverente de Rojas, que aun no había adoptado el nombre artístico de Gerardo Manuel. “A mí siempre me gustó lo rabioso”, recordaría después. Y sería el reguero de presentaciones que tuvo con Egoaguirre y su trouppé —Hernán Chocano, Gerardo Rojas, Alexei Kostriski, Lynn Stricklin, Pedro Pajuelo y Julio Chávez— que terminarían erosionando la moral bienpensante de la época mientras fraguaban un género único en el mundo: ‘enfermedad’.
“Ese estilo de música también lo inventé yo. Porque éramos unos enfermos que hacíamos música contagiosa”, decía. A las matinales en locales como El Clan del Twist sucedería su ingreso en la disquera El Virrey, hecho que a la luz del tiempo deberá considerarse un hito en el desarrollo del rock peruano: puso en orden la casa, restructuró el repertorio internacional y lo vinculó con los sellos más importantes del mundo. Así llegaron a editarse entre nosotros bandas de resonancia mundial, especialmente de hard rock. Y todo mientras, ya como Gerardo Manuel, formaba Pepper Smelter, primero, y El Humo, llamada así por su volatilidad antes que por otras connotaciones non sanctas.
REPOSO DEL GUERRERO
Paralelamente era locutor de “La hora pirata” en Radio Miraflores. Todo lo cual fue asfaltando su ingreso a la televisión y el hito mayor de su existencia: apenas empezaba a sonar la cortina musical –”Goodnight Tonight” de Paul McCartney & Wings--, Lima y los rincones más recónditos del país empezaban a temblar. E insuflarse con ese precioso combustible de contemporaneidad que era Disco Club. De ser inicialmente emitido en junio de 1978 un solo programa los jueves, a los dos meses ya era emitido de lunes a viernes a las 5:30 y los sábados a las 4 de la tarde. Con más de 25 años en el aire, los tan violentos como prodigiosos años ochenta encontraron en Disco Club su soundtrack perfecto.
Luego llegaría su incombustible devenir con El Humo, sus homenajes a Lennon, la riqueza de sus posts como bloguero de El Comercio, la conversión de Disco Club al formato digital y una serie de apariciones esporádicas, hasta esa última del 2014 en una pizzería de Barranco, donde recibiría el homenaje final de sus amigos sentado en una silla de ruedas. Porque la crueldad del Parkinson terminó minando lentamente la vida del patriarca. Que pasará a la historia por sus multitudinarias cátedras, por su genuino compromiso con el arte y por haber gritado su verdad en lugar de pedir auxilio. Hasta el final.
ASÍ LO RECUERDAN
Pico Egoaguirre
Tengo para escribir una biblia porque con Gerardo he pasado tantos momentos y en todas las décadas. En los 60 con los Shain’s, en los 70 con Pax, en los 80 con El Humo. Hemos hecho trabajos sueltos, lo he visto animar tantos eventos, a veces integraba una banda improvisada conmigo. Era tan alegre y dicharachero que no existía un momento de silencio. Siempre tenía un chiste a flor de labios. Recuerdo esa vez que armamos un escándalo en el aeropuerto cuando fuimos con Los Shain’s a recibir a Los Shelker del Uruguay. Apenas asomaron por las escalerillas nosotros aparecimos tocando su tema “Rompan todo”. Luego hicimos matinales y fragorosos mano a manos en los que Gerardo lanzaba verdaderas arengas militares para alentar a los peruanos. He perdido a un hermano.
Joni Chiappe
Quién iba a pensar que años después este chibolo que no se perdía Disco Club terminaría siendo el tecladista de su banda, compañero de tantos escenarios y amigo personal hasta el final. Cuando entré a su banda me llevaba a las tocadas en su VW celeste alemán de 1969, personalizado a mas no poder y oyendo cassettes con música que así nomás no conseguías. Los años pasaron y a muchas de las últimas tocadas que su salud le permitió dar fui yo quien lo llevó. Poco a poco su energía en escena fue decayendo mas no su espíritu y su mente sagaz, lo cual lo convirtió en prisionero de su salud por más años de los que muchos soportaríamos, prisión de la cual al fin se liberó. Así es como lo veo yo, y sé muy bien que así lo debe de haber sentido él mismo. Qué mejor que el haber dejado un punto de referencia en la vida de mucha gente y de haber sembrado tanto cariño de manera tan simple. El Rock es cultura.
Pelo Madueño
¿Qué es ser un promotor de rock en un país como este? Un loco, un soñador que a pesar de los oscuros años que le tocaron, mantuvo el sueño vivo y siempre una sonrisa antecedía a su saludo. Esos locos son los que abren camino, inspiran y sostienen. Ha sido enorme soporte para los músicos y público de su generación y una presencia avaladora en la mía. Trabajó por la música y nunca se puso por delante, es un gran ejemplo de lo que valoro del oficio musical: la obra como fin por encima del personaje. Y su obra lo hará permanecer con nosotros y en un buen lugar en la historia del rock peruano. Abrazos a sus hijos rockeros de vena y a su familia. Solo los sueños nos sostienen.
Fiorella Cava
Gerardo Manuel viene a ser, indudablemente, una especie de padrino del rock en el Perú. Un patriarca del buen gusto en lo que al género se refiere. Su conocimiento y su gran versatilidad para interpretar los hits de tan diversos cantantes eran fantásticos. Siempre respetó el cambio y tuvo palabras muy sentidas cuando regresé a los escenarios con JAS. Siempre recordaré con cariño sus consejos y admiraré la dedicación y el profesionalismo que imprimía a su estilo clásico “old school” del rock. GMR vive ahora entre los grandes. Descansa en paz, maestro, dejaste huella a tu paso.
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