“Es lindo contagiar esta peruanidad pero es lindo continuarla, que no se quede en una guitarra, un himno o un gol”, dice. (Video: Gabriel Meza/ El Comercio)
Renzo Giner Vásquez

Tres Grammy Latinos ganados, 16 discos lanzados e innumerables composiciones hechas para artistas como Marc Anthony, Cristian Castro, Alejandro Fernández, Gloria Estefan o Diego Torres por solo mencionar a algunos, resumen en líneas generales la exitosa carrera de .

El cantautor ahora explora una faceta poco conocida al publicar su segundo libro “El violín de Rocío” [Planeta, 2017].

— Yo creo que siempre te has sentido escritor. ¿Es así?

A los 14 años descubrí esta fascinación por el papel en blanco y en un principio por la rima. Me llamó mucho la atención la canción “La historia de las sillas”, de Silvio Rodríguez. Me parecía increíble cómo una canción podía convertirse en eso. También recuerda que me crié en un teatro, el texto, el diálogo y los ensayos eran algo cotidiano. En mi casa definitivamente había un ambiente creativo en todos los sentidos de la palabra. Pero cuando decidí escribir – hablo de los textos extensos– no se lo mostraba a nadie, hasta que un día le enseñé mis escritos a Sergio Vilela [director editorial de Planeta para el área Andina] porque quería escuchar su opinión. Y gracias a él saqué mi primer libro “La Madera del Alma”, en el 2008. Uno de los relatos era “El violín de Rocío”. Sergio me dijo que no podía dejar eso así. A partir de eso me puse a pensar en qué pasaba con esa historia. Y el proyecto lo terminé en una reunión que tuve no hace mucho con él y Maria Fernanda [Castillo, gerente editorial del Grupo Planeta Perú]. Me moría de miedo hasta hace una semana, debo confesártelo. Pero me motivaba que eran personas que saben de libros, novelas y lanzamientos.

— ¿Cuál es el pasaje más intenso del libro para ti?
La conversación entre Darío [el protagonista] y su padre. Hasta hoy lloro cuando la leo. Hay otra escena que me rompe mucho el corazón, cuando Rocío [la otra protagonista] está con su tía viniendo a Lima en el bus.

—¿Cuánto de ti tiene esta historia?
Aunque no lo creas, nada. Una vez, cuando vivía acá, iba manejando y vi a una niña con un violín en una esquina. Eso me dejó como raro. Más adelante vi a un señor muy mayor apoyado en un pared y también con un violín. Todo nació de esa figura. Y de ahí hay un tema que siempre he intentado proponerle a la gente, es el tema de la autoestima. Por ejemplo, una de las canciones más difíciles que me tocó hacer fue “Siete Semillas”. El rock, el heavy metal, la salsa, la cumbia, todos hablan de amor o desamor a su manera pero cuando debes hablar de algo un poco más profundo… la gente no quiere pensar mucho.

— Ahora que lo mencionas, hay una anécdota que tiene que ver con tu padre, un cassette y la canción “Domitila”. ¿Puedes contárnoslo?
Ajá. Tenía 15 años, usaba el cabello largo, ojotas, todo el rollo de hippie, mi padre me dejó de dar propinas y en realidad me metí a la música por necesidad. Entré en la onda de las canciones con contenido intelectual, filosófico, hasta que mi padre me dijo: “¿Quieres cantar para un grupito o para todo el país?”. Me preguntó si quería pagar derecho de piso. Le respondí que sí y me mostró un cassette de Rolando Laserie, un cantante cubano muy conocido en los años 50. Escuché la canción [Domitila] y no decía absolutamente nada [risas]. Pero mi viejo me dijo que estaba de moda reactualizar canciones. Pablito Ruiz estaba con “La Malagueña”, había una serie de canciones muy locas. Así que me armé de valor. Es más, en el video me creía Chayanne [risas]. Ahí empecé a tomar consciencia de la carrera, comencé a estudiar. Pero sí, “Domitila” definitivamente me llevó a que todo el país me conozca.

—Pero no es tu favorita. Hace un tiempo, en Twitter me dijiste que era “Canción de amor”. ¿Por qué?
Fue la primera canción que realmente me llevó al siguiente peldaño en mi carrera. La grabé en Chile en 1992 y llegó a la cumbre en febrero de 1993, era como la canción top del verano. Pero también fue el peor momento de mi vida porque mi padre murió. Fue un baldazo de agua fría. Pero ahí conocí a Lalo Martins, quien tomó la posta de mi papá y con él hicimos el disco más vendido de mi carrera “Entre la arena y la luna”.

—¿Qué te han permitido las redes?
Conocerme. Creo que existen para conocer hasta donde puedes llegar, hasta dónde una opinión puede ser perjudicial o beneficiosa para ti. Y también me han llevado a escribir mis pensamientos, me gusta tener un contacto mucho más directo [con el público] aunque hasta cierto punto no me parece tan bueno.

—Todos se sienten con derecho a criticar todo...
Bueno, le da derechos al capaz, al incapaz, al inteligente. Cuando digo que aprendo a conocerme es porque también soy super intenso y tengo una suerte de complejo mesiánico, a veces quiero solucionarlo todo.

—Sueles buscar convocar a la gente para ayudar.
Yo tengo un compromiso por todo lo que mi país me ha dado. Eso no quiere decir que vaya a ser político, pero desde mi trinchera tengo la responsabilidad de ayudar en la medida de mis posibilidades. Aunque hay que tener mucha paciencia porque las redes son una laguna de barro y mierda donde debes ponerte un traje de buzo, navegar, salir y bañarte[risas].

—¿Y hay alguna autocrítica?
Por supuesto. Hay muchas cosas que no he debido mencionar o decir. Creo que los momentos más difíciles que he tenido en Facebook han sido por esta figura: ¿recuerdas cuando va a terminar el programa de Bugs Bunny y todo se va poniendo negro hasta quedar una bolita? Esa es la inconsciencia, todo se va poniendo negro y ves solo eso, nada más alrededor, de repente eres un idiota porque te fijas solamente en eso. Eso me pasó, le di suma importancia a cosas que no las tenían y me gané un problema gigante. Pero bueno, por eso te decía que me ayudaron a conocerme más.

—Otra de tus pasiones es el fútbol. ¿Qué reflexión te ha dejado la forma en que se vivieron estos partidos?
Que nos hace tanta falta el triunfo. Yo siempre digo, y es un poco el apaga vela de la torta, que el Perú no es solo una camiseta o una bandera, a veces queremos meter la mierda bajo la alfombra. Aún hay cosas que solucionar aunque hemos avanzado muchísimo, antes muchos tenían vergüenza de mostrar su pasaporte, hoy el peruano tiene una identidad. Me fascina ver a la gente gritar por su camiseta pero también me gustaría que mi ciudad esté más ordenada, que los políticos sean menos corruptos, que la política sea más sensata, que no nos traten como si fuéramos unos idiotas.

— Mezclemos un poco de ambos, la música nos ha unido mucho. ¡Ya no sé cuántos himnos tenemos!
[Risas] Sí, hay de todo. A la música nunca se le debe subestimar, es un milagro. Hace poquito grabé un video de “Contigo Perú” y cuando empecé a hacer la nota se me hacía un nudo en la garganta. Y el fútbol es recuerdo, hemos vivido de eso y fue un cimiento para los jóvenes valores que hoy están dando una cosa maravillosa a la afición peruana.

— De todas las canciones, ¿qué líneas son las que más expresan, las que más te emocionan?
Más allá del “Contigo Perú” o “Perú Campeón” hay una frase con la que me quedo, es de Chabuca Granda. Ella hizo una canción que se llama “Gracia” y una frase dice: “Y al entreabrir tu boca la sonrisa, despliega el bicolor de mis amores”. Para mí, cuando veo un Perú sonriente, contento, gente agradecida con lo que tiene, la vida cambia. Tenía que ser Chabuca pues.

Contenido sugerido

Contenido GEC