“¿Cómo les va? Este es el último concierto, por ahora, de la gira. ¡Y quién sabe hasta cuándo!”. Gustavo Cerati acababa de tocar durante casi dos horas en el estadio Simón Bolívar de Venezuela, como cierre a la gira latinoamericana del que sería su último disco solista, “Fuerza natural”. Luego sintió una descompensación que le impidió continuar con su carrera. Era la noche del 15 de mayo del 2010, día en que se convertiría en genio durmiente por los siguientes cuatro años, hasta su muerte.
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El influyente músico argentino es recordado en las siguientes líneas por algunos peruanos que tuvieron la oportunidad de conocerlo, y de confirmar lo que alguna vez dijo: “En el rock, como en la vida, es mejorar durar que arder”.
Trátame suavemente
“Cuando Soda Stereo se reunió para volver por última vez, en diciembre del 2007, yo tenía solo 19 años y era bastante fanática del grupo. Lo soy aún, de hecho. Al primer recital fui sola, pero para el segundo show convencí a mi hermana y a unas amigas. 35 soles, tribuna norte, una energía espectacular, mágica, con apagón y todo”, nos cuenta Eliana Vizquerra, hoy convertida en una reconocida productora de modas.
Esa mañana, al igual que otros fans, había ido a ver al grupo al Swissôtel, donde pudo tomarse una foto con Zeta Bosio. En la noche, tras el show, volvió allí, junto a su hermana y una amiga. Adrián Taverna, el sonidista de toda la vida, le propuso a un grupo de los fans que esperaban, acompañar a la banda a una discoteca. Pocos minutos después, estaban todos en la puerta de Nébula y el mismo Gustavo gestionó el ingreso. Una banda tocaba covers de Velvet Underground y el local estaba lleno de conocidas modelos que deambulaban alrededor de los músicos. Eliana, nerviosa, notó que Gustavo la miraba mucho. Al poco tiempo, él se acercó.
“Tuvimos una conversa increíble desde el principio –recuerda-. Hablamos sobre música, sobre cine; mencionamos que yo tenía entonces 19 años y él 47, pero que en la conversa no se notaba. Lo bonito del asunto es que me di cuenta, rápidamente, que él no tenía intenciones de ligar con nadie, solo quería hablar tranquilo, a pesar del ambiente, y eso fue lo que tuvimos por horas”. Entre whisky y whisky de Gustavo, muchos cigarrillos y algunas chelas, la madrugada se pasó volando. Al rato, él quiso salir a caminar por la avenida Arequipa, pero temía que la gente lo reconociera, lo abordara y no lo dejara un rato tranquilo. “Gustavo, seamos realistas, aquí la mayoría solo reconocería a Michael Jackson, no a ti”, le dijo ella, en broma. Cerati se partió de risa. Luego, como haciendo un paréntesis, le comentó que se le hacía muy difícil tocar, por su pierna derecha: la sentía siempre adormecida. “Me dijo que muchas veces venía casi de incógnito al Perú a tratarse eso y otras cosas con ayahuasca”, cuenta Eliana. Cerca de las 4am, su mamá empezó a llamarla al celular con insistencia. La joven de 19 debía volver a casa. Al despedirse, Gustavo Cerati le dio un suave beso en la mano, se acercó despacio y le dio un pico. “Se me doblaron las rodillas. Esa noche no pude dormir”.
Imágenes retro
El músico y productor Coco Herrera vio por primera vez a Gustavo Cerati y a Soda Stereo en 1986, cuando llegaron a Arequipa para un concierto que resultó entrañable para ellos. De ahí en adelante, los vio en cada nueva visita durante casi 20 años e, incluso, editó un disco de homenaje a ellos junto a Repsychled Records. “Desde la primera vez hubo una cercanía –nos cuenta Coco, quien puede jactarse de haber tenido momentos emocionantes con otros grandes de la música como Charly García o Luis Alberto Spinetta-. Pude conversar con todos, aunque como estaba empezando a tocar batería, esa primera vez hable más con Charly Alberti. A veces, cuando uno está cerca de uno de sus grupos favoritos, no sabe bien qué hacer o qué decir. Uno se bloquea un poco”, confiesa.
La segunda vez que vinieron, al año siguiente, pudo presenciar la prueba de sonido y luego ir al hotel donde se alojaban. Aunque sintió algo parco a Cerati, también lo recuerda considerado, respetuoso, sencillo. De todos modos, conversó mucho mejor con él que la vez anterior. Ya se había generado familiaridad y hasta fueron a comer una pizza esa noche, junto a otros seguidores. En 1995, en su tercera visita, Gustavo le confesó que una de las cosas que más quería hacer en el Perú era conocer el Colca. “Me hizo varias preguntas sobre las rutas, los paisajes, el cañón o los cóndores, pero se decepcionó mucho cuando supo que necesitaba todo un día para llegar y su agenda lo hacía imposible”. Aquella vez, Cerati le regaló un brochure de la gira Sueño Stereo que hasta ahora atesora. Lo vería una vez más, cuando volvió en setiembre del 2006 en la que sería su última visita. Hasta ahora recuerda su “¿Cómo has estado, ché?” abriendo los brazos al verlo, como preámbulo a una larga conversación sobre Spinetta y “Los libros de la buena memoria”, un tema que estaba grabando entonces para un disco tributo. “Quise ir a Lima a verlo luego, para su gira Fuerza Natural, pero el trabajo no lo permitió y pensé que no habría mucho problema, que lo vería la próxima vez. Pero no hubo próxima. ¿Quién se iba a imaginar que moriría tan joven?”.
Un millón de años luz
“Aunque ya lo había entrevistado en 1986, mi primer contacto musical con Soda Stereo fue cuando tocamos con ellos en junio de 1987”, nos cuenta Álamo Pérez Luna, vocalista entonces del grupo Feiser. El periodista recuerda que, por una casualidad, probaron sonido antes que ellos. En lugar de picarse o apurar, los tres, muy buena onda, se quedaron escuchando su prueba de sonido y tuvieron una actitud muy cordial con ellos en todo momento. “Solo cuando nos tomamos la foto estaban un poco tensos, porque ya iban a subir al escenario del Amauta, pero pensamos que no íbamos a poder tomárnosla en otro momento, así que aprovechamos nomás, felizmente”, recuerda con una sonrisa. Terminando la tercera fecha de conciertos, Zeta los invitó a un after party en un hotel miraflorino. Allí conversó con Cerati sobre su amigo Federico Moura, líder de Virus, otro artista de alma sensible. Aunque el argentino se durmió temprano, los demás se quedaron hasta las 7am, tras una madrugada intensa.
“La impresión que me dejó Gustavo Cerati fue siempre muy cordial, además de ser bastante culto y muy educado –nos dice Pérez Luna-. Ellos tocaron en el Amauta tres veces. Y me quedó clara la idea de que Cerati, primero, era el líder; segundo, que tenía conceptos mucho más lúdicos, poéticos y artísticos que los demás. Alberti era un técnico, Zeta era muy rockero, Cerati era más profundo”. Según recuerda Álamo, el fallecido artista le contó que un día ya tenían lista toda la música del disco Signos, pero no las letras, así que los demás lo “obligaron” a encerrarse toda una madrugada y ahí escribió, con alguna colaboración de sus compañeros, las 8 canciones que compusieron ese disco. “Era un extraordinario compositor, muy buen letrista y un estupendo guitarrista –agrega-. Esto se puede discutir mucho, pero creo que perdimos al más grande músico contemporáneo de Latinoamérica. Yo lo tengo presente todo el tiempo”.
Disco eterno
“Yo trabajé en Panamericana en la época en que vino Soda Stereo en el 86”, nos cuenta Gastón Medina, entonces DJ de la radio insignia del rock & pop de aquellos años. Y no solo eso: él fue elegido como enlace entre la radio y el grupo. Su juventud y buena onda le fue rápidamente correspondida por los Soda y por su jefe de prensa, Roberto Cirigliano. Una de las primeras noche hubo una cena en el Pabellón de Caza, que era uno de los restaurantes número 1 de la Lima de aquellos días. Esa linda cena, según recuerda Medina, terminó en una tremenda borrachera, a pesar de lo cual notó que los músicos se cuidaban bastante.
“No eran mucho de desbandarse, a pesar de su juventud”. Luego de aquella visita, el suertudo DJ viajó a Buenos Aires para ver a The Cure en el Estadio de Ferro, en marzo de 1987. “Tuve suerte de que estuvieran allí. Acababan de regresar de romperla en Viña del Mar. Ellos y sus colaboradores me recibieron, me organizaron un almuerzo, me dieron nos regalos y me pasearon por la ciudad". Pronto se reencontraron, cuando la banda volvió al Perú en junio del 87 para la gira “Signos”. Gustavo estaba fascinado con Cocteau Twins y hablaba mucho de ellos, además de guitarristas como Eric Clapton o David Gilmour, de los que era fanático. Con esa gira llegamos a Ica, tierra de Medina, y se alojaron en casa de los organizadores del concierto, la familia Panizo. Aquella casa tenía su propia discoteca, instrumentos musicales y sistema de sonido. “Nunca me voy a olvidar eso, porque fue algo memorable.-recuerda Medina emocionado-. Los muchachos se entusiasmaron por encontrar los instrumentos, empezaron a tontear primero, hasta que le agarraron el gusto y se metieron una tocada espectacular”.
Para mayor sorpresa de los pocos presentes, no eran canciones de Soda, sino versiones de Cream, Pink Floyd, Beatles o los Stones lo que tocaron por más de media hora. “Fue memorable”, insiste Medina, con razón. Basta imaginar el momento para entenderlo: tres capos del rock en español en pleno ascenso y locura de giras y conciertos, seguían tocando solo por el simple placer de disfrutar un jammin` entre amigos, demostrándole a su audiencia que su talento iba mucho más allá de las entonces fáciles melodías que convertían en hits, como Tele-K o Te hacen falta vitaminas. “Parecen fáciles. Pero tiene que haber una pericia y un conocimiento detrás para poderlas tocar de ese modo”, le respondió Cerati cuando, muy amablemente, Gastón le comentó eso más tarde.
Tras una divertida pero brusca caída sufrida por Zeta en pleno concierto, volvieron a Lima desde Ica en su propio bus parrandero: no pararon de tomar, bajo el lema: “Para que se cure Zeta”. Un vacilón total, aunque bastante menos intenso que el siguiente bus al que les tocaría subir, tras presentarse en el techo de Radio Panamericana –a la manera Beatle con Don`t Let me Down- mientras varios miles de personas reunían entusiasmos en la calle Mariano Carranza. Como era imposible que los músicos salieran por la puerta principal, tuvieron que trepar, muertos de risa, por los techos vecinos, hasta llegar a la avenida Arenales, donde los esperaba la movilidad. Pero los fans los ampayaron y corrieron tras ellos. “¡Me siento como un Beatle!”, me dijo Cerati, partiéndose de risa, mientras huían de la muchedumbre, sin parar de correr hacia el bus. Fue una experiencia inolvidable.”
De música ligera
Hasta ahora, cuando le preguntan a Coqui Fernández cuál es su concierto preferido, él responde “Por trascendencia, Soda Stereo”. 100 mil personas asistieron a las 2 fechas programadas en el Estadio Nacional en diciembre del 2007 y el responsable principal fue él. “Hasta ahora recuerdo que lloré detrás del escenario, porque ese concierto me cambió la vida”, asegura Fernández hoy, convertido en uno de los principales empresarios de conciertos de nuestro país. Y todo tuvo que ver con una percepción, podría decirse, extrasensorial. Una noche, tuvo una pesadilla que lo despertó, asustado y confundido. Habían pasado tres meses desde el anuncio de la gira “Me verás volver”, pero no se había confirmado concierto en Lima. “¿Cuál fue el sueño que me despertó? Que yo era el empresario que los traía”, recuerda. No pudo volver a dormir. Prendió su computadora y encontró un enlace que le había enviado su hermano Gustavo con todo el detalle de la gira de Soda Stereo, que Coqui, como fan, ya se sabía de memoria. Lo intuyó como una señal. Tenía el know how y el contacto con Cerati, a quien había traído dos veces a Lima para tocar como solista.
Dos horas después, por una de esas cuestiones milagrosas que tiene a ratos la vida, recuperó contacto con un antiguo amigo y consiguió al inversionista con más de un millón de dólares que necesitaba para empezar con la organización del concierto, que hizo en sociedad con el músico Toño Jáuregui. Sin embargo, tras unas idas y vueltas y con el asunto ya embalado, el inversionista se retiró. Perú seguía sin estar en la gira y Gustavo, reunido en otro lado con el grupo que coordinaba todo, lo notó. El dueño de la gira le confirmó que en Lima no llegaban a las cifras que él pedía. “Che, ¿Y qué fue de estos empresarios, Antonio y Coqui, que me llevaron el 2003 y el 2006? Muchachos apasionados, son como unos niños que juegan a ser adultos, a ser empresarios. Y la verdad estuvo todo perfecto, le ponen mucha onda a todo”, dijo Gustavo.
Después de estallar en carcajadas, el dueño de la gira contó la situación. “Solo podíamos adelantarle 5 mil dólares y pagarle el resto con la venta de entradas, porque estábamos seguros del éxito, pero aún misios”, confiesa Coqui. Cerati salió de la reunión con su equipo para fumar un cigarro y pensar. Volvió a los pocos instantes, aún humeante. “Ok, si ellos no te pagan, yo te avalo ese concierto”, le dijo al dueño de la gira con una seguridad absoluta. Gustavo, Zeta y Charly encontraron la fama internacional en el Coliseo Amauta y se quedaron en deuda con Lima tras no actuar en su gira El último concierto, de 1997. Querían cerrar el círculo como correspondía. El resto es historia. “Nada es casualidad”, dijo Gustavo al terminar la segunda noche en el Estadio Nacional. Detrás del escenario, Coqui Fernández lloraba de emoción por el éxito alcanzado, gracias a la confianza depositada en él por el genio argentino.
Gustavo Cerati fumaba mucho, pero solo consumía los cigarros hasta la mitad. Quizás es una metáfora de lo que fue –o pudo seguir siendo- su propia vida.
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