Nació en el Mediterráneo o en un pueblo blanco, pero creció para convertirse (Joaquín Sabina dixit) en el cantautor cuyas canciones reflejan, como las de ninguno, el sentir de varias generaciones de españoles. Y, por qué no decirlo, también de latinoamericanos. Joan Manuel Serrat es catalán y es español, pero no hay nación hispanohablante que le niegue el título de hijo adoptivo.
Hablar de Joan Manuel Serrat, después de todo, no solo es evocar al autor de canciones como “Penélope”, “Aquellas pequeñas cosas”, “Para la libertad” o la monumental “Fiesta”. Es, también, evocar la figura del contestatario, del amigo del hombre contra los dictadores, del exiliado que quiso prevenir de este destino a un continente entero. La figura, en fin, de un artista completo y complejo, que no solo hizo suyas las líneas de Machado que dicen “verso a verso”, sino también las que rezan “golpe a golpe”. La palabra viva, los ojos brillantes, el abrazo hermano.
Casi desde el inicio de tu carrera has mantenido una relación muy estrecha con los países latinoamericanos. ¿Cómo fue para ti la experiencia del descubrimiento de América?
Fue amor a primera vista, un descubrimiento en el mejor sentido de la palabra. Yo venía de un país oscuro, donde la dictadura estaba muy consolidada todavía, y la efervescencia que se vivía en los países de Latinoamérica a finales de los 60, para un chico joven y entusiasta, era algo deslumbrante, que me cautivó e hizo que me implicara inmediatamente con lo que ocurría.
Años después, en 1975, estuviste exiliado en México…
Fue una época difícil, pero tuve la inmensa suerte de que México se me entregara como una segunda casa, en la que pude seguir haciendo música.
¿El año que pasaste en México te sirvió para afianzar tu presencia en el resto del continente?
No lo sé. El exilio tampoco me llevó a tantos lugares, porque para ese entonces yo ya estaba prohibido en Argentina y Chile, y en Perú tampoco había muy buenas expectativas democráticas. No creo que fueran muy buenas épocas para la difusión de mi trabajo.
En el caso de Chile, sé que apoyaste públicamente a Allende.
Sí, siempre he apoyado a Allende, como he apoyado a cualquier gobierno de régimen progresista, y a su devenir seguí ligado cuando se produce el alzamiento en el 73. Muchos chilenos murieron, otros tantos fueron encarcelados y torturados, y cientos de miles fueron condenados al exilio.
Frente a la situación en España también te mostraste combativo. Por ejemplo, cantar lo de “banderas lilas, rojas y amarillas” [colores de la bandera de la República Española, en la canción “Fiesta”] en plena dictadura…
Eso, más que combativo, es republicano. Y ha habido otras simbologías que me han acompañado y a las que yo he acompañado, pero fundamentalmente porque yo he sido siempre profundamente antifranquista. Nunca me han gustado los dictadores: creo que son muy malos para su país y para su pueblo. Por muchos problemas y deficiencias que tengan los gobiernos democráticos, creo que sigue siendo el menos malo de los regímenes políticos que yo conozco.
En cuanto a lo musical, has cantado a autores latinoamericanos como Violeta Parra y José Alfredo Jiménez. Recuerdo también una versión tuya de “Cambalache”, el tango de Santos Discépolo.
Bueno, no es normal que cante “Cambalache” en el escenario, pero naturalmente reconozco una influencia. Uno se influencia de todo lo que le gusta y de todo lo que ama.
El concierto
Lugar: Gran Teatro Nacional (Av. Javier Prado Este 2225, San Borja). Día y hora: Hoy a las 9 p.m. Entradas: A la venta en Teleticket.