Piano, violín, batería, contrabajo, saxofón. Son las 9 y 15 de la noche, y ya dispuestos los músicos en escena, un cortinaje abierto deja pasar al cantautor. La gente lo recibe de pie y Joan Manuel Serrat abre los brazos. Sus primeras palabras son cantadas: “Dale que dale”, tema compuesto a partir de los versos de Miguel Hernández, es el tema con el que el catalán más célebre recibe a su público congregado en el Plaza Arena: Dale al aspa, molino, hasta nevar el trigo/ Dale a la piedra, agua, hasta ponerla mansa.
Serrat viste de correcto saco gris, camisa negra y jeans. Sus primeras palabras para la audiencia tienen enfoque de género y la honestidad de quien lleva un largo camino recorrido: “Damas, caballeros e imparciales en el asunto… vengo a despedirme con alegría, no me queda otra. Tantos años haciendo algo que amaba hacer, compartiéndolo con mucha gente que lo ha compartido conmigo. No me queda otra que la alegría.
En efecto, campechano y divertido, como suele suceder en sus conciertos, Serrat coquetea con el stand up comedy, bromeando sobre su propia muerte: “Ignoro lo que les puedan haber contado, pero les aclaro que este no va a ser mi último concierto, quiero decir que hoy no lo será. Espero. Espero no haber llegado hasta aquí para una situación tan desagradable. Si acaso no llegáramos al final, ustedes siempre podrán presumirlo: “Yo estuve allí cuando se desplomaba”.
Serrat juega con el humor para alejarse de cualquier atisbo que roce con la melancolía o la nostalgia. “Sé que es difícil, pero piensen que, de ahora en adelante, solo nos queda futuro”, afirmó, antes de interpretar “Mi niñez”, que ata con “El carrusel del furo”, tema dedicado a su abuelo, mientras que, al fondo de la escena, en la pantalla se proyecta el circular recorrido de los caballos de un tiovivo. Es el territorio de la infancia al que el músico catalán nos transporta.
Y sin embargo, el compositor confesará luego el artificio que hay detrás de las canciones. Revela que, a diferencia de lo cantado hace unos instantes, su abuelo no era un trabajador de feria, sino un prudente secretario del ayuntamiento. “Pero los personajes son ensoñaciones”, dice Serrat, que a lo largo del concierto irá compartiendo algunas cuantas certezas de su poética personal. Lo mismo sucederá con “Romance de Curro ‘el palmo’”, interpretación que, tantas veces compartidas, sigue conmoviéndolo. “Estos personajes jamás coincidieron, pero yo los junté en una historia fantasiosa”, advierte. “La fantasía se mueve alrededor de los personajes de las canciones. Y supongo que estarán de acuerdo conmigo si les digo que todos y todas seríamos mucho más tristes y pobres, si no fuera por esas maravillosas criaturas y mentiras que nos regala la ficción”, enfatiza el músico.
Luego vendrán clásicos como “Señora” o “Lucía”. Serrat toma la guitarra para acompañarse en temas como “Hoy por ti, mañana por mí”, compuesto con Joaquín Sabina y “No hago otra cosa que pensar en ti”, una de sus más divertidas canciones, enfocada en la fracasada búsqueda de la inspiración al componer. “¿Que es una canción?”, se pregunta el catalán. El público ríe cuando el cantante cita la definición que le ofrece la inteligencia artificial de Alexa, respondiendo solemne con la definición de la Real Academia Española. “Que frialdad aséptica la de los académicos. Una canción es letra y música, pero es música que habla y letra que canta”, define.
Serrat manifestará su gratitud a músicos, poetas y a autores “que nos dieron a beber canciones que nos hicieron encoger la garganta”. Y como no, hace lo propio con los intérpretes que lo han acompañado buena parte de su vida, como Ricard Miralles y Josep Mas, que lo flanquean en el escenario. El resto de su banda es brillante: David Palau en la guitarra, Úrsula Amargós en el violín y los coros, Vicente Climent en la batería. Y en el saxo y la flauta, un inmenso José Miguel Pérez Sagaste, también pilar de la sección vientos en los conciertos de Sabina.
El concierto discurre luego con los temas “Algo personal”, “Las nanas de la cebolla” (a partir de otro poema de Miguel Hernández, musicalizado por el desaparecido Alberto Cortez) y “Para la libertad”, verdadero himno ácrata, que actualiza su sentido cuando en escena se proyectan los lúcidos grafitis del británico Banksy. Luego Serrat cantará en catalán “Cançó de bressol” (canción de cuna), en la que recuerda a su madre y su infancia en Poble-sec (Pueblo seco), barrio en Barcelona a las faldas de Montjuïc, frente al Mar Mediterráneo. Escuchamos también imprescindibles temas tempranos como “De cartón piedra” o “Tu nombre me sabe a hierba”, actualizado con arreglos mariachi, “Es caprichoso el azar” y “Hoy puede ser un gran día”, toda una afirmación de la vitalidad del artista de 78 años.
En un recodo del concierto, Serrat aborda el tema del calentamiento global, tema desarrollado en sus canciones mucho antes que la preocupación ecologista fuera parte de las retóricas mediáticas. “Es urgente tomar decisiones severas. Pero quienes deben tomarlas parecen no tener prisa”, denuncia. Y complementan su advertencia temas tan profundos como “Pare” (Padre), cantada en catalán (Padre, decidme qué le han hecho al río que ya no canta / Resbala como un barbo muerto bajo un palmo de espuma blanca / Padre, que el río ya no es el río), y luego la fundamental “Mediterraneo”.
Seguirán luego “Aquellas pequeñas cosas”, en las que Serrat abre el micrófono al público, que interpreta además “Caminante no hay camino”, célebre comentario al poema de Antonio Machado. Ya ad portas del cierre, el musico se despide pero nadie en el público lo permite. “Todo lo que empieza acaba, eso es lo que vine a decirles”, advierte el cantautor catalán, regalando tres íconos de su repertorio: “Esos locos bajitos”, “Penélope” y, antes que se apagaran las luces, “Fiesta”, un canto a la tradicional verbena por el día de San Juan, replicándose en pantalla los fuegos artificiales, un homenaje a Picasso, a las torres humanas formadas por los recios Castellers, el desfile de gigantes, las hogueras, las antorchas, los petardos. Una celebración catalana que pone fin a dos horas exactas de concierto. El cantautor llama a sus músicos para compartir los aplausos que recibe. La despedida de todo el elenco asume una manera teatral. Serrat agradece y nosotros a él.
La suya es la expresión del trovador, la de un personaje carnavalesco que canta verdades que de otra manera a muchos no les gustaría oír. Serrat es parte medular de la cultura, una voz que necesitamos. La etiqueta de cantautor es casi insultante: no alcanza para definir a un poeta profundamente literario. Serrat vino a despedirse, pero nos queda su palabra, o como él dice, la palabra que canta.