Si es verdad que el estilo es el hombre, podríamos decir que Joaquín Sabina es una manera de cantar y escribir, una marca que asocia la voz áspera con las rimas excéntricas y las metáforas graciosas, una pose escéptica sobre el amor romántico y celebración de antiguos excesos.
Muchos son los reportajes que han buscado sintetizar las influencias del cantante andaluz, siendo el propio Sabina quien ha dado las mayores pistas para los estudiosos. En una entrevista publicada a fines de de 2018 en la edición de “El País Semanal”, el periodista Guillermo Abril inquiere por sus influencias y el “Genio de Úbeda” responde: “Si quiere saber mis santos: Dylan y Cohen, en el lado del anglosajón; como intérprete, Billie Holiday; en el lado francés, Brassens; en el español, José Alfredo Jiménez y Goyeneche, un cantante de tangos; el más grande: Serrat; le tengo enorme respeto a Paco Ibáñez, que nos dio a conocer la mejor poesía española con voz de cabra. Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Juan Luis Guerra, que puso a bailar a las gordas europeas que no sabían que tenían caderas. Y el panameño de la salsa, Rubén Blades. En Argentina, 30 años después del tango, Charly García. Pero escucharía a Dylan, a Brassens y a Cohen toda la vida. No encuentro al Dylan ni al Cohen actual de 20 años”.
En la revista española “Interviú”, ante la misma pregunta, Sabina prefirió ofrecer su respuesta en verso (en una respuesta con métrica y rima que incluye a nuestra centenaria Chabuca Granda):
De Brassens aprendí la minuciosa
manera de rimar lo nunca oído,
de Gardel el insomnio del olvido.
De Dylan la insolencia caprichosa.
De Lou Reed la amanita venenosa,
de Paco Ibáñez el jardín florido.
De Krahe la ecuación del bien nacido.
De Luis Eduardo el mar color de rosa.
de Modugno Sanremos veniales,
de Juan Luis Guerra la oración del huerto,
de Chavela rencores vaginales.
De Camarón el grito en el desierto,
de Chabuca jazmines coloniales,
de Serrat a cantar después de muerto.
De Cohen la pasión de los profetas,
de Waits el bastardo crucigrama,
de Charly el aristócrata en pijama,
de Luis Armstrong burdeles y trompetas.
De los Stones zarcillos y braguetas,
de Yupanqui milonga y pachamama,
de Milanés la conga de la fama,
de Chico Buarque esdrújulas con tetas.
De Ruben Blades el diente de oro,
de Chicho el desparpajo frente al toro,
de Silvio la prosodia incandescente.
De Edith Piaf el indulto y la condena,
de Billie Holiday el alma en pena,
de José Alfredo el credo de la gente.
Por el lado literario, las letras de Sabina deben a los poetas que le acompañan desde sus estudios en la universidad de Granada, a principios de los setenta: de don Francisco de Quevedo, el genio del Siglo de Oro de quien ha tomado más de una figura retórica. Luego están los autores más recientes: el chileno Pablo Neruda, el español Jaime Gil de Biedma, cultor de la llamada “poesía de la experiencia”, y nuestro César Vallejo. En una entrevista con el diario argentino Clarín en 2011, Sabina señaló “Poemas humanos” (1939) como su poemario preferido. “Lo elijo porque lo que uno lee a los 20 años, te sacude para siempre. Y porque el modo que tuvo el Cholo Vallejo de retorcerle el cuello al lenguaje es de una asombrosa, y muy conmovedora, modernidad. Cuando yo trastamudo las palabras, invento verbos o desconozco un poco la sintaxis, ahí detrás hay un peruano, que es Vallejo”, afirmaba.
Cierto es que Sabina no es un poeta en el sentido estricto del término, (aunque ha publicado varios libros de poemas) sino un cantautor cuyas letras gozan de una evidente calidad literaria.
MÁS QUE GUIÑOS A DYLAN
Luis García Gil (Cádiz, 1974) es un poeta y escritor español que ha explorado las diversas conexiones dylanianas que se encuentran en la obra de Sabina (que van mucho más allá de la aspereza vocal). Guiños como titular una canción como “Besos de Judas" sabiendo que a Dylan un público reacio a sus experimentaciones eléctricas le gritaban “Judas” en el Free Trade Hall de Manchester. O cómo “Princesa" entronca con el clásico “Like a Rolling Stone” tema que a la vez cita directamente en “Tan joven y tan viejo”, cuyo espíritu tampoco está lejos de “Forever young” de Dylan.
Para García Gil, la admiración de uno por otro está en la letanía de “40 Orsett terrace” de su disco “Inventario”, un tema como “Arenas movedizas” toma como referencia el “I shall be released” y “Pastillas para no soñar" resulta un homenaje de “Rainy day women No. 12 & 35”. Asimismo, “Peces de ciudad” no existiría sin la canción “To Ramona”, un ritmo que le influye poderosamente.
Por su parte, el escritor y periodista musical Javier Menéndez Flores (Madrid, 1969), autor de la biografía “Joaquín Sabina. Perdonen la tristeza” (Cúpula), recuerda aquella anécdota cuando en su juventud, el cantautor se decantó por la música en lugar de la literatura tras escuchar un disco de Bob Dylan. “Como él, Sabina tuvo el acierto de acuñar un lenguaje en sus canciones que nace de la academia y de la calle al mismo tiempo, de la alta cultura y de los ambientes barriobajeros”. Añade que, por un lado, “es una persona muy culta y leída”, pero que, por otro, “ha pasado muchas noches en los bares entre putas, golfos y borrachos”. Una combinación de la que dice el escritor,”surgen sus letras y melodías".
UNA MUJER, RESPONSABLE DE SU MAYOR INFLUENCIA
Si bien está claro que la mayor influencia musical de Sabina ha sido Bob Dylan, menos transparente resulta por qué el cantante se muestra tan parco en revelar a la mujer de quien aprendió a amar sus discos. Solo se sabe que se llamaba Lesley la muchacha que le hizo escuchar, por primera vez, un disco del compositor de “Like a Rolling Stone” y actual Premio Nobel. Sabina conoció a su novia inglesa en Granada y vivió con ella un romance de dos años, entre 1968 y 1970.
Entonces, aquel militante antifranquista nunca había salido de España. Su camino hacia el exilio siguió los mismos derroteros que el de muchos españoles que, por motivos políticos e ideológicos, tuvieron que salir del país hasta que la evolución de las circunstancias internas en la península les permitiera regresar. “Empezaron a detener a la gente y tenía una novia inglesa. Muy guapa. La primera y la mejor minifalda que se ha visto en Granada. Y me fui”, contaría, escuetamente Sabina al periodista catalán Risto Mejide.
Gracias a Leslie, su novia inglesa, y un pasaporte falso, Sabina pudo partir a un exilio que duraría 7 años. Para el joven músico de 20 años, Inglaterra era otro planeta. Y en este mundo extraño clavó su bandera lavando platos y cantando en restaurantes. “Vi que en cada restaurante había un caradura que cantaba como el culo y cobraba más que yo y las chicas se iban con él. Yo tenía una guitarrita y me sabía cinco o seis canciones. Nunca fantaseé con ser cantante. Nunca. Vino. Como vienen las cosas que no tienen mucho sentido” diría Sabina en un programa televisivo.
En Londres vió a Bob Dylan en el Albert Hall y asistió al mítico concierto de los Stones tras la muerte del guitarrista Brian Jones. “Cuando volví a España -declara el cantante a la agencia EFE-, muerto el general Franco, yo ya me daba cuenta de que esos cantautores de barba nazarena que convertían la canción en una especie de sermón no iban a marcar mi camino; así que tuve la suerte de huir del panfleto que hubiera hecho si me hubiera quedado en España. Y como venía con Dylan y los Rolling en la cabeza, que me la habían vuelto al revés, me dediqué a uno de los trabajos que más seriamente me he planteado en mi vida: hacer eso que yo amaba en un español que no fuera un argot de chicle de mascar y tirar sino que tuviera una cierta calidad poética sin olvidar el lenguaje de la calle”, explica Sabina.
“LA MINIFALDA ESA”
¿Y Lesley? Muy poco es lo que ha dicho el andaluz de la mujer que le mostró el tesoro musical de Dylan. El ubetense ni siquiera recuerda su apellido. Solo sabemos que la conoció en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada. Era una estudiante de intercambio, con la que pronto inició una relación sentimental. El músico solo menciona de ella su belleza y sus espectaculares minifaldas. Se instalaron primero en París en 1969 y luego en Edimburgo, viviendo como ocupas. Gracias a las gestiones de Lesley, consiguió que las autoridades británicas le concedieran al español asilo político por un año. Y hasta 1970, el músico la convirtió en musa de sus primeras composiciones. Permanecieron en Edimburgo cuatro meses, tras los cuales Sabina se marchó a Londres solo. Algunas fuentes señalan que la abandonó, y otras que Lesley se hartó de él, convencida de que el veinteañero Sabina no abandonaría la bohemia. Lo cierto es que Sabina la castigó borrándola -casi- de sus memorias.
En efecto, en el libro “Joaquín Sabina. En carne viva”, compendio autobiográfico rebosante de humor y escepticismo, el músico es interrogado por su biógrafo Javier Menéndez Flores para despejar muchas de las incógnitas que rodean su existencia. Entre ellas, el papel de Lesley en su vida: “A mí Dylan me lo puso por primera vez la minifalda esa de la que hablaba Antonio Muñoz Molina, que se llamaba Lesley (...) Aquella chica inglesa era el objeto de deseo sexual, o erótico, de toda la universidad. Y me dio un canuto para oírle. La canción era “John Wesley Harding”. Al día siguiente, naturalmente, les conté a todos mis amigos que habíamos fumado un canuto y habíamos estado oyendo a un tal Dylan. Y luego, ya en Londres, lo oí muy en serio. (...) Por cierto, a Lesley llevo años buscándola. Cada vez que he tocado en Las Ventas he tratado de localizarla”.
Ojalá la encuentre para que recuerde el apellido por encima de la minifalda. Por Dylan.
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