Hay escenas que son parte del imaginario colectivo del mundo entero: un tiburón acechando en una playa llena de niños y jóvenes; cinco chicos en bicicleta ascendiendo al cielo con el atardecer como fondo; un hombre de capa roja atravesando el aire para evitar que una chica y un helicóptero caigan desde un rascacielos neoyorquino; naves de combate surcando el espacio infinito para luchar contra un imperio maligno; un héroe con sombrero intentando sobrevivir a latigazos en algún exótico paraje; los dinosaurios recuperando su dominio sobre la tierra; niños levantando sus varitas para enfrentarse al mal. Todas estas imágenes no son solo familiares para cualquiera que haya sido niño o adolescente en los últimos 50 años, sino que tienen un particular acompañamiento musical que nos es tan familiar como cotidiano, tan natural como aquello que siempre ha sido parte de la vida. Un alma que, al extraérsela, puede hacer que esos momentos dejen de ser identificables. Esto puede sentirlo, del mismo modo, alguien que vive en Islandia, Japón, Croacia, Colombia, Sudáfrica, Australia o Perú. Y todo gracias a un hombre nacido en Floral Park, Nueva York, el 8 de febrero de 1932, cuando los cines estrenaban filmes de gánsteres y Estados Unidos aún vivía las consecuencias de la Gran Depresión. John Towney Williams, el compositor más nominado al Oscar (52 veces), llegaría al mundo teniendo como música de fondo el rugir de una ciudad hambrienta. No habría fanfarrias ni apoteosis, pero sí un ejemplo: su padre era percusionista en una banda de jazz. Pronto sabría que su camino también estaría marcado por partituras.
Música, maestro
“Buenas noches señores, buenas noches. Gracias a la Academia por este prestigioso reconocimiento. Quiero reconocer a los otros nominados, en particular a mi estimado John Williams. No existe una gran banda sonora sin una gran película que la inspire”, dijo Ennio Morricone en febrero del 2016, cuando obtuvo el Oscar por la música de “The Hateful Eight”, de Tarantino. Tras 5 nominaciones y un premio honorario, el maestro italiano, entonces de 87 años, lograba por fin una estatuilla por una banda sonora. Al primero que abrazó al oír su nombre como ganador fue a John Williams, también nominado aquella misma noche y sentado junto a él en un palco. Williams estaba feliz por su amigo. Después de todo, él ya había obtenido cinco premios de la Academia y, con 52, es la persona viva con más nominaciones de la historia. Entre Morricone y él son responsables del sonido de gran parte del cine contemporáneo actual. Como para confirmar el reconocimiento que ambos merecen, el 2020 recibieron al alimón el Premio Princesa de Asturias de las Artes.
“Sus innumerables composiciones no solo han sido un telón de fondo para acentuar atmósferas o definir personajes, sino que han traspasado la pantalla y han sabido mezclar perfectamente los fondos de la historia de la música con el sonido de su tiempo, sin olvidar su propia idiosincrasia”, destacó el jurado sobre el legado sonoro de ambos compositores.
Además de ser músico de jazz y miembro del Raymond Scott Quintette, John Williams padre participó también en bandas sonoras de películas, muchas veces al lado del compositor Bernard Herrmann, consagrado gracias a la música de filmes como “Ciudadano Kane”, “Vértigo”, “Psicosis” o “Taxi Driver”. Herrmann, ha contado Williams hijo, admiraba la forma en que su padre tocaba los timbales. De modo que es como si hubiera nacido dentro de la industria. Quizás por eso pueden encontrarse en sus partituras huellas de jazz y estándares populares, además de influencia de compositores como Stravinsky, Aaron Copland o, qué duda cabe, Richard Wagner.
En 1956, con solo 24 años, John Williams tendría su primer crédito, por la orquestación adicional del filme “Carrusel”, de Henry King, donde se reencontraría con su futura esposa, la actriz Barbara Ruick, a quien conoció en la secundaria. En 1958 aparecería como compositor en un episodio de la serie “Playhouse 90″ y del filme “Daddy–O”, una comedia que solo merece ser recordada porque él hizo la música. En 1959 participaría en el soundtrack de su primer gran título: “Some Like it Hot”, uno de los filmes más divertidos de la historia, dirigido por Billy Wilder y protagonizado por Marilyn Monroe, Tony Curtis y Jack Lemmon.
Encuentros cercanos
“John Williams ha sido el contribuyente individual más significativo a mi éxito como cineasta”, ha dicho Steven Spielberg, tajante, hace unos años. A pesar de que su nombre sea indesligable de la saga Star Wars, su trabajo con el director ha marcado las carreras de ambos desde que colaboraran por primera vez en “Sugarland Express” (1974), a lo largo de títulos que han marcado la historia del cine: “Tiburón” (1975), “Encuentros cercanos del tercer tipo” (1977), “Indiana Jones y los cazadores del arca perdida” (1981), “E. T. El extraterrestre” (1982), “Indiana Jones y el templo de la perdición” (1984), “El imperio del sol” (1987), “Indiana Jones y la última cruzada” (1990), “Jurassic Park” (1993), “La lista de Schindler” (1993), “Rescatando al soldado Ryan” (1998), “Inteligencia Artificial” (2002) o “Lincoln” (2013) son algunos ejemplos de una sociedad extraordinaria. Por algo será que fue Steven Spielberg quien le presentó a John Williams a George Lucas.
Poco antes de “Tiburón” e “E.T”, además, Williams estaba devastado tras quedar viudo de un momento a otro, pues su esposa Barbara sufrió una hemorragia cerebral con solo 44 años. Sin embargo, Williams no era un novato cuando Spielberg lo conoció y empezó a trabajar con él. En 1971 ya había obtenido su primer Oscar por la música de “El violinista en el tejado”, de Norman Jewison.
“Cuando John Williams vio E.T. quedó muy contento con la película. Yo sé cuándo a John le gusta una película, porque entonces apenas hablamos de música. Ya tiene temas rondándole la cabeza”, recordó alguna vez Spielberg. “Trabajar con Steven es siempre una ocasión para contar historias con música, por así decirlo –ha recordado Williams, por su parte-. Sus temas y su forma de dirigir son muy compatibles con un cierto sentido de desarrollo musical”.
En junio del 2016, John Williams recibió el Life Achievement Award que otorga el American Film Institute. Su amigo Steven estaba ahí para celebrarlo con él. “John, tú insuflas certeza a las películas que hemos hecho –dijo, antes de entregarle el galardón-. Coges las películas, muchas de ellas sobre nuestros sueños más imposibles y, con tu genialidad como músico, las vuelves reales e imperecederas para miles de millones de personas”. Esos millones de personas, en los 5 continentes, saben perfectamente que muchas de sus escenas favoritas de la historia del cine serían irreconocibles si no tuvieran como fondo la música de John Williams. De muchas maneras, puede decirse que sus piezas musicales son el alma que hace vivir a personajes y filmes.
Música de las galaxias
En una entrevista con The New Yorker, en julio del 2020, se refirió a la cualidad incombustible de su música. Algo más allá del tiempo o de la moda. “Es un poco como la forma en que el sistema olfativo está conectado con la memoria, de modo que cierto olor te hace recordar la cocina de tu abuela (...) Algo similar sucede con la música. Realmente, en la raíz de la pregunta hay algo acerca de nuestra configuración fisiológica o neurológica que no entendemos. Tiene que ver con la supervivencia, o la protección de la identidad del grupo, o Dios sabe qué. La música puede ser tan poderosa, a pesar de que se aleja y la perseguimos”.
Quizá por esa cualidad esotérica es que Spielberg aseguró sobre su trabajo: “Fue Williams quien hizo que volaran las bicicletas de E.T. Yo era el que las hacía despegar, pero era él quien mantenía el vuelo”.
Después de terminar sus estudios de Música en la Universidad de California, a inicios de los 50, dirigió y arregló música para bandas militares como parte de su servicio en la Fuerza Aérea. Esa es otra indudable influencia en su trabajo. Más tarde, pasó por la prestigiosa Escuela Juilliard, donde hizo más sólida su formación musical.
Las composiciones de Williams le dan vida a cientos de filmes. Podemos encontrar su crédito en “El valle de las muñecas” (1967), “Adiós, Mr Chips” (1969), “La aventura del Poseidón” (1972), “Infierno en la torre” (1974), “Superman” (1978), “Las brujas de Eatswick” (1987), “Mi pobre angelito” (1990), “JFK” (1991), “El Patriota” (2000), “Memorias de una geisha” (2005) o en series de televisión, como la recordada “El túnel del tiempo” (1966-67).
Pero no es el único trabajado que ha realizado. En sus 90 años de vida ha escrito dos sinfonías, un concierto para fagot, otro para violonchelo, para flauta y violín, para trompeta y conciertos para clarinete y tuba, demostrando, además de su inagotable talento, su versatilidad. Él, sin embargo, mantiene la sencillez:
“He recibido cinco Oscar y la gente me dice: ¿No te cansas de eso? Creo que es instinto humano el no cansarse nunca de ser apreciado (…) Nunca sentimos que hemos realizado nuestra mejor obra. Siempre esperamos que la próxima sea la mejor. Entonces, cuando alguien te da una palmadita en la espalda o te concede un premio, es ciertamente gratificante, nunca te vuelves indiferente a eso. Al menos, en mi caso, me hace pensar: “Quizás la próxima vez pueda hacer algo aún mejor”.
Aunque la comparación no sea exacta, porque no habla de estilos, sí acerca genios: John Williams es, sin lugar a dudas, el Wagner o el Beethoven de nuestro tiempo.
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