“Naufragio” fue el profético nombre de su primera composición. La escribió junto a un amigo de la secundaria con quien formó un trío en el colegio San José de Chiclayo. El tema sobre un amor fracasado “naufragó”, como el propio José Escajadillo recuerda entre risas, y al poco tiempo la novel terna musical se disolvió. Años después el destino se encargaría de reivindicar su pluma justo en el momento en que pensaba abandonarlo todo. Un sueño -o un dictado divino, como refiere el cantautor-, le regaló la letra del vals que le abriría las puertas de la música criolla. “Jamás impedirás” nació en medio de la desesperación y tras prenderle fuego a los 80 temas que ya tenía escritos. Cuando los versos de esta gran canción disiparon los miedos, el prolífico compositor monsefuano supo que el inevitable rumbo de su historia sería el éxito.
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Escajadillo es un hombre de grandes pasiones, pero de un solo amor. Quiso ser futbolista, aviador, médico. Todos esos caminos lo condujeron, finalmente, a la música, vocación que abrazó profesionalmente con Los Hits en las postrimerías de la década del sesenta. Charlamos con él sobre esos años, de su despertar como compositor y el futuro de la canción criolla.
-¿Se puede decir que usted tuvo una educación privilegiada?
Sí, yo creo que sí la tuve. En primer lugar por la disciplina, porque mi abuelo quería hacer de mí un hijo importante de la patria nuestra de cada día. Y porque, estoy seguro que mi abuelo veía más allá que un Thundercat, más allá de lo evidente. Él tenía una visión y una misión que cumplir con su nieto primogénito. Por eso me acostumbró a una vida donde la disciplina, el orden, el respeto y la puntualidad primaran.
-Pero me imagino que también había tiempo para jugar y divertirse. ¿Recuerda alguna travesura?
Hay una que recuerdo al 50%. En Monsefú hacen una mantequilla deliciosa, descremada, artesana. Con el pan caliente de la mañana es muy rica. Me contaba mi madre que un día me comí una libra y media de mantequilla yo solo, mientras esperaba al abuelo. Cuando él se sentó a la mesa pidió su mantequilla, sin encontrarla. Yo negaba saber qué había pasado, pero tenía toda la boca manchada con rastros de mantequilla. Tenía 4 años. Fue una travesura tremenda. De mi casa a la escuelita del tío Francisco, donde estudié transición, no había más que una cuadra y media. Ese día mi abuelo me llevó para contarle a mi tío lo que pasó. Mi castigo fue quedarme una hora más en el colegio. Así fue durante una semana. Debía quedarme a estudiar el mosaico, un libro con unas letras pequeñitas.
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-¿Cuál era su mayor sueño de niño?
Yo siempre quise ser piloto, ser un miembro de la fuerza aérea, como el héroe José Abelardo Quiñones González. Había leído tanto sobre él, que me encantó su vida. Era un referente para mí. Ese fue mi primer sueño de adolescente. No logré mi sueño, pero sí tuve el honor de volar como navegante, previo permiso, en un avión de guerra, de alta velocidad. He volado en un sukhoi, por ejemplo.
-¿En qué circunstancias sucedió esto?
Fue con el comandante Cáceres, él me llevó a volar. Cuando hice el himno del grupo 11 de Talara, dije que para escribir algo que perdure en el tiempo era preciso que yo supiera lo que vive un piloto en el aire. Lo primero es tener un corazón de piloto y eso solo te lo puede decir el médico. A mí me revisaron y me dijeron que podía hacerlo. Lo segundo es entrar al simulador, que es un vuelo virtual, para que no te choque en el verdadero vuelo. Subí al avión con un traje anti-g y arnés. Eso fue hace como 12 años, cuando tenía más de 60. Antes ya había volado el Mi45, helicóptero artillado con misiles, cuando hice el himno del grupo aéreo número 2, donde están concentrados todo lo que son helicópteros.
-Pero ¿intentó ingresar a la fuerza aérea? ¿Por qué desiste?
Al término de mi secundario quise servir a la patria. Fui voluntario y me presenté al grupo aéreo número 6 de Chiclayo un 31 de diciembre. ¿Te imaginas lo que es pasar allí el año nuevo? Hay que tener amor patrio. Yo pensé que estando ahí tendría el camino más fácil para postular a la escuela de oficiales y que sería admitido. Pero cómo es la vida. En el camino de este servicio militar me di cuenta de que no me gustaba recibir órdenes. Quizás aquí tiene que ver el hecho de que había estado sometido a las órdenes de mi abuelo desde la infancia. Al estar en un instituto armado la disciplina es muy fuerte. Estuve en el servicio de tropa, salí con mi galón de cabo, no me arrepiento. Luego, cuando me hice compositor y empecé a tener dominio de himnos y marchas militares me especialicé un poco en eso. He hecho alrededor de 27 himnos solamente para la fuerza aérea. Empezando con “Gallos del espacio” para el grupo aéreo número 6 de Chiclayo. Yo quería ser un poco más libre y es ahí, quizás, donde emerge el compositor que soy ahora. Porque para ser compositor hay que ser totalmente libre para poder expresar tus sentimientos y decirlo con claridad y respeto.
-También estudió medicina.
Estuve también en eso, pero más pudo la música. Más que el deseo de ser piloto, de ser médico, como algunos de mis tíos. Pero ¿sabes? La música ya estaba en mi corazón, en mi alma, en mi médula. Estuve en San Marcos solo algunos meses y luego desistí.
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-¿Cuándo es que la música empieza a formar parte de su vida?
En San José, la escuela donde estudié secundaria, tenía un gran amigo al que le encantaba la música. Su pasión era el saxo. Nosotros habíamos formado el trío sanjosefino y para afiatar un trío hay que ensayar bastante. Por eso regresar de Chiclayo a Eten, donde vivía, era una pérdida de mucho tiempo. Lo más práctico fue tomar lo que el colegio nos ofrecía: estar internados de lunes a viernes y en las noches ensayar durante horas. En ese tiempo había entrado con fuerza el bossa, pero el bolero nos apasionaba. Con los discos que escuchábamos íbamos alimentando nuestro repertorio. Ya tocaba un poquito de guitarra, mi amigo Hernán Sarmiento, el del saxofón, tocaba muchos instrumentos, él me enseñó.
-¿Esa fue su primera incursión musical?
No, yo tuve la intención de formar mi propio trío con mi hermano Dante y un amigo de Eten, Pedro Ruiz Rabines. Nos llamábamos Los Galanes. Paralelamente, tenía el trío del colegio sanjosefino. También tocábamos valses, bossa y bolero.
-¿Y cuándo llega su primera composición?
Allí, en el internado del colegio, compusimos con Sarmiento un bossa nova que se llamó “Naufragio”, pero no fue tan bueno y naufragó rápidamente (risas). No tuvo éxito y al poco tiempo nos separamos por el término de la secundaria.
-En su etapa escolar también fue futbolista. Cuéntenos sobre esa faceta.
Recuerdo que el fútbol me atraía tremendamente desde los nueve años. De los deportes el fútbol y el billar eran mis preferidos. Aunque el billar fue declarado deporte mucho después. Mi padre y todos los mayores en realidad pensaban que era un vicio. Empecé jugando fútbol por Cruzada Deportiva, que primero se llamó Cruzada Eucarística. Nuestro gran mentor fue el padre Manuel Pinto Cárdenas, sacerdote de ciudad de Eten, que prácticamente nos vistió a todos. Un día, me vieron jugar unos dirigentes. Eso fue cuando tenía 16 años, casi terminando la secundaria. Ellos me propusieron que jugara por Los Caimanes, que iban por primera vez a hacer el intento de ingresar a la liga de Chiclayo, empezando por tercera división. Tuve la gran satisfacción de campeonar con ese equipo en tercera, en segunda y cuando definíamos el campeonato para subir a la primera división, faltando 10 minutos para que termine el partido, puse el gol definitivo. Yo era el número 10, a veces jugaba como 11. Mi chapa era ‘pelusa’
-¿A qué se debía ese sobrenombre?
Una vez nos escapamos para ir al cine, que es otra de mis grandes pasiones. Nunca he podido olvidar esa película, la tengo dentro de mi colección, se llamaba “Apache”, con Burt Lancaster. Antes estudiábamos mañana y tarde, salíamos a las 6 p.m. pero teníamos tiempo para ir a almorzar. Siete de nosotros aprovechamos ese momento para ir al cine Tropical. Al día siguiente, nos recibió el director y nos dijo que si nuestros padres no acudían a la escuela seríamos expulsados. Pero hubo una transacción con el director y esa mañana que nos tocó instrucción premilitar nos cortaron el pelo a todos. Al peluquero del colegio no se le ocurrió nada mejor que dejarme una pelusita en la cabeza, unos 5 pelos en la parte de adelante, como una burla. Cuando fui a clase de castellano el profesor Rubén Barrenechea me dijo ¿qué pasó querido pelusita? Desde ese día fui ‘pelusa’ para siempre.
-¿Llegó a jugar en primera división?
No, ahí no más me despedí, a los 18 años. Solo jugué dos años con Los Caimanes. Después del triunfo escribí mi primer vals, se llamó “A ti caimanes”.
-Después de campeonar viaja a Lima para estudiar, pero encuentra su verdadera vocación.
Aquí en Lima me topé con un amigo chiclayano, Antonio Lecca Pérez. Él tenía un trío al que le faltaba un integrante. Se llamaban Los Ángeles. Así que empezamos a ensayar. Luego llegó un nuevo integrante, Rafael ‘Fito’ Ríos, un gran requinto, con quien formamos un cuarteto. Estuvimos juntos cuatro años. La primera voz era Carlos Ayllón Muller, yo la segunda. ‘Fito’ era la primera guitarra de la Peña Ferrando, y es él quien nos lleva a esa peña. Para tener un repertorio de 12 canciones ensayamos siete meses. Yo había nacido para ser músico y no lo sabía. La vida se encargó de descubrirlo y de hacerme saber que no intentara otra cosa porque con cualquier otro camino siempre terminaría en ella.
-¿Cuándo, finalmente, se decide por la música?
Yo me profesionalizo a raíz de este encuentro con ‘Fito’ Ríos. Con él formamos Los Hits. Él es quien nos presenta a Augusto Ferrando, quien nos invita a su casa a almorzar junto a su mamá, la inolvidable Rosita Chirichigno, ella era la que daba el visto bueno a los artistas. Eso muy pocos lo saben. Con un movimiento de cabeza o alguna otra señal le decía a su hijo si valían o no la pena. Como Carlos Ayllón tenía una voz tan aguda y bonita, Augusto nos dijo que cantemos algo de Los Cinco Latinos. Para ser cinco, incluimos a Chicho Ferrando, él tocaba las tumbas y hacía la voz grave cuando imitábamos al grupo argentino. Así empieza nuestra vida profesional. Es en estas giras con la peña, mientras todos dormían que yo mentalmente estaba concibiendo una serie de canciones.
-¿Es cierto que poco antes de componer su primera gran canción, usted quemó todas las que ya tenía escritas?
Fue en mi cuarto de estudiante, donde viví un par de años, en Santa Beatriz, en lo que ahora es el Parque de las Aguas. Una noche, después de despedirme de Los Hits, regresé desilusionado porque mis canciones no eran apreciadas y en un arranque de locura incineré los 80 temas que ya había escrito. Me acosté desconsolado, lloré, lo reconozco, y hasta pensé en volver a tocar la puerta de mi padre y volver a la universidad que había dejado.
-¿Para convertirse en músico rompió relación con su padre? ¿Tanto le molestó su decisión?
Muchísimo, porque él había vivido en sus años mozos en Lima como estudiante de agronomía y conoció la bohemia limeña. Él pensaba que me perdería, pero yo quería demostrarle que la música si era bien llevada, con disciplina, se podía vivir de ella. Mi padre pensaba distinto hasta que aparecí en El Comercio. Recuerdo que don Aurelio Miró Quesada me citó en su oficina del Centro de Lima para decirme que estaba de acuerdo con Chabuca Granda cuando dijo, por mí, que había nacido quien iba a llevar la bandera del criollismo.
-Entonces, estuvo a punto de tirar la toalla como compositor.
A las cuatro horas de quedarme dormido con todo y ropa, después del dolor que sentí por el poco aprecio que tenían por mi música, me levanté como un loco porque soñaba que algo estaba sonando en mi cabeza con letra y música completa. Y yo que siempre he tenido unos tres o cuatro lapiceros en mi cama y papeles a montones, ese día no tenía nada porque los había quemado con todas mis canciones. Estoy seguro de que no era un sueño sino que esa fuerza extraña y maravillosa que se llama dios me estaba dictando la canción. Dios me estaba devolviendo mi esfuerzo y dedicación, por la ruptura con mi padre y las 80 canciones que había quemado, me regaló la canción que iba abrirme las puertas, “Jamás Impedirás”. Como no tenía lapiceros, descolgué un cuadro que tenía y con el clavo, sobre la pared, escribí la letra de esa canción. Volví a quedarme dormido y despierto como a las 10 de la mañana pensando que todo había sido un sueño. Me acordé del clavo y de la pared y fui corriendo a ver si estaba escrito. Lo encontré con título y todo.
-¿Quién fue la primera persona a la que le mostró esta composición?
A la que hoy es mi esposa. Ya estaba enamorado de Nancy Garibaldi Muchotrigo, la madre de mis gemelas, con la que, como digo en unas de mis canciones, “el día que me toque envejecer contigo, sentiré que no ha sido un sueño todo lo vivido, te diré otra vez te enseñaré a soñar, te enseñaré a vivir”. He envejecido con ella y qué lindo es enamorarse y vivir con alguien como ella. Ella fue la primera en escuchar “Jamás Impedirás”, porque me fue a recoger en su carro. Yo no tenía ni bicicleta. Habíamos quedado en irnos a la playa cuando le conté todo lo que te acabo de decir.
-¿Y cuándo presenta el tema oficialmente?
Con “Jamás impedirás” empiezo a ser un cantautor. Y la primera puerta que se me abre es cuando Panamericana organiza el Gran Festival de la Canción Criolla. Participé con dos temas, “Jamás Impedirás” y “Color noche”, que hasta ahora la canta muy bien Bartola. La final fue en el Teatro Municipal, con doce temas, en el que concursaban Juan Gonzalo Rosé, Alicia Maguiña, Pancho Quiroz. Y cuando todos pensaban que yo podría ganar ocupé un cuarto lugar. Hubo un escándalo en el Municipal, pero yo estaba tranquilo a pesar de que la mayoría de los diarios le daban su preferencia a “Jamás impedirás”. Ahí entendí que tenía que acostumbrarme a estas cosas, porque mi vida iba a pasar entre festivales, unas veces cantando yo mismo y otras dándole mis temas a algún otro intérprete. En ese primer festival ganó Juan Gonzalo Rosé con “Si un rosal se muere”. Pero la canción que quedó viva hasta hoy es “Jamás impedirás”, que el próximo año cumple 50 años.
-¿Después de “Jamás Impedirás” que otro gran tema aparece?
“Cada día” en 1972. Ahí viene mi desquite porque gano el festival de la Canción de Trujillo con esta canción. En esa época es que llega una fiebre por los festivales. Llegamos a tener 16 festivales en todo el país. Yo vivía escribiendo, valses y baladas. El festival de Trujillo lo gané cinco veces. Solo la primera vez que participé canté mis propios temas.
-¿Podría contarnos cómo nacen algunas de sus canciones top? Por ejemplo, “Yo perdí el corazón”.
Esa nace en 1972 también. Regresando de Trujillo, Don Augusto Sarria, dueño de Iempsa, me llama a su oficina para grabar un long play con mis canciones y cantadas por mí. Hasta entonces yo no había grabado nada, ni un 45. Cuando me dijeron que debía grabar 12 temas tuve que pisar fuerte para no desvanecerme, fue una sorpresa. Debuté por la puerta grande. Y lo mejor fue que Sarria me dijo que me dejaba en libertad para que yo escoja las canciones. "Me basta que incluyas “Jamás impedirás” y “Cada día"”, me dijo. Mi primer log play se llamó “El compositor de moda”. El título no me gustó mucho, pero qué iba a reclamar si en ese momento me estaban dando una gran oportunidad.
-Pero no me ha respondido, ¿cuál fue su inspiración para escribir “Yo perdí el corazón”?
Esta canción nació como tantas. Fui testigo de las historias de amigos. Son vivencias transmitidas. Esta es una canción que tiene una mezcla de varias historias de personas que habían perdido al amor de su vida, pero no era mi caso. “Yo perdí el corazón” en la voz de Lucía de la Cruz llega a su punto más alto.
-¿Qué vino luego del primer long play?
Empiezo a ser artista exclusivo de Iempsa con contrato de cinco años. En ese tiempo no era como hoy que hay que costear el gasto de sala, arreglos, todo. La disquera pagaba todo eso por la exclusividad. Tengo el orgullo de ser peruano y ser feliz, pero además, de haber ganado en todos los festivales de la canción del Perú. Incluyendo una representación al Festival Oti.
-Hay dos canciones que particularmente me gustan mucho, “Huellas” y “Tal vez”, ¿qué puede decirnos de estos temas?
“Huellas” la grabé primero como balada en 1988 en un álbum que titulé “Cuando no era nadie”, que está plagado de música internacional, algunas canciones están llevadas al bossa nova. Luego “Huellas” fue llevada por la señora Eva Ayllón al terreno del vals con mucho éxito. A ella también la identifican muchísimo con otra de mis canciones, “Que somos amantes”, canción con la que participó en el Festival de Ancón de 1980. “Tal vez” nació con mi primer long play, cuando yo me amanecía escribiendo. Lo canta Cecilia Barraza y como ella dice ya es de su propiedad. Lo mismo decía Verónika de “Qué nos pasó a los dos”, un tema que nadie canta mejor que ella. “Ahora y aquí” es otro de mis temas que Cecilia Bracamonte ha hecho suyo. Componer para mí era un trabajo exigente. Me pedían canciones para festivales y para amigos míos ya consagrados como el ‘Mono’ Altamirano con “Y va pasando la vida”. Para los Pasteles Verdes escribí “Mi amor imposible”.
-¿Cuántas composiciones tiene en su haber?
Uy, he perdido la cuenta, pero calculo que más de 800. Son 50 años escribiendo, entre marchas deportivas como “Perú España 82”, “Voley peruano”, himnos para las fuerzas armadas, para la Policía Nacional del Perú, incluso para empresas. He compuesto en todos los géneros. Marineras como “El sueño de Pochi” o “La centenaria”, que la escribí para los 100 años de Backus y que solo con ella se recibe a los campeones de campeones de marinera.
-Hace casi 10 años nos regaló su último disco.
Se llama “Entre maravillas” y está dedicado a la música internacional. Allí hay un tema para Cusco, que recién había sido declarada Maravilla del Mundo y yo sentía como compositor y peruano que le debía una canción y le puse “Cusco, pedacito de universo”. Dice: “es la tierra de la ñusta donde dios sembró ternura y bendijo los amores de Machu Picchu y la luna”. En total he grabado como siete long plays, no me ha gustado mucho grabar. Mis temas se los he dado a diferentes intérpretes, más mujeres que hombres. Ellas se han interesado en grabar más mis obras que los artistas masculinos. Con algunas excepciones a la regla como Homero que me grabó “Perdóname” y “Tal vez” las hizo en baladas.
-De esas 800 canciones compuestas ¿hay alguna que usted considere que no ha sido apreciada como merece?
Hay dos canciones que no han sido valoradas en toda su dimensión. “Y va pasando la vida”, que tuvo su momento de éxito, pero no fue tan estimada porque no fue promocionada como debió ser. La otra es “Benito gaceta”, que es un tema muy lindo. Mira que has dado en el clavo. Yo estoy recopilando mis composiciones que no han sido aquilatadas en su total dimensión y que voy a volver a grabarlas haciendo mi propia inversión y gracias a que la voz se conserva. Voy a hacer un CD con todas estas canciones para mis 50 años como compositor.
-A pocos días de celebrar el Día de la Canción Criolla, en medio de la pandemia que vivimos ¿cómo ve el panorama actual de nuestra música?
Desde hace algunos años, diría que desde hace una década, el país ha sufrido un cambio penoso, pero de repente las actuales circunstancias nos hacen despertar, como en mi caso que no acepto que una música tan hermosa que ha acompañado al Perú en sus casi 200 años de vida republicana, que es el vals criollo, se escuche tan poco. No entiendo cómo vamos a llegar la Bicentenario si no realizamos un gran festival de la canción criolla. Hay que ponernos en acción cuando termine la pandemia, porque el vals criollo es parte de nuestra cultura. Se han ido tantos y los que quedamos somos muy pocos. Es preciso que el país a través del ministerio que corresponde o del mismo Presidente de la República, ¿por qué no?, ponga manos a la obra. Aunque el panorama es sombrío por diferentes razones siempre hay un momento para poder recapacitar, y este es el mejor momento.
-¿Podrá sobrevivir la música criolla sin nuevos intérpretes? No es que ahora no tengamos grandes voces, pero no nos van a durar eternamente.
Para rescatar rápidamente nuestra música debería volver el curso de música en los colegios y dentro del programa curricular un estudio de la música criolla y sus cultores. Ahora se celebra solo el 31 de octubre, día que choca con una fiesta extranjera que no tiene punto de comparación con lo nuestro.
-De los nuevos valores de la música criolla ¿a quiénes rescata?
Hay varios. Fernando Alcalde que tiene una voz maravillosa. Pamela Abanto es otra buena intérprete. Tenemos cantantes, solamente están esperando que alguien promueva algo grande que perdure, que quede instituido, como un festival nacional.
-Para usted ¿quién es el mayor compositor criollo del Perú?
Sin duda Felipe Pinglo Alva es el más grande compositor de la música criolla. Indudablemente hay otros grandes como Chabuca Granda, ella es un estilo, una personalidad muy bien definida dentro del género. Después está Adrián Flores Albán con su inolvidable “Alma, corazón y vida”, nuestra querida y recordada Alicia Maguiña, Augusto Polo Campos. Hay una cantidad enorme de compositores que ya nos han dejado, pero que han dejado una huella de peruanidad imborrable.
-Actualmente usted es presidente del Apdayc…
Lo he sido hasta el 2018, en dos periodos de cuatro años. Pero hubo unos problemas, quejas de parte de autores y por estatuto el último presidente de la institución debía volver.
-¿Cómo están afrontando el nulo pago por regalías en medio de la pandemia?
Imagínate cómo están los compositores que solo vivían de sus regalías y que ahora al estar parados todos los eventos donde se utiliza a la música no pueden cobrar ni un sol. Lo bueno es que nosotros hemos tomado acciones, pero parece que el gobierno se olvidó que nosotros también somos parte de esta vida bicentenaria que ya vamos a cumplir y que le hemos dado alegrías al pueblo en tantos géneros. Si Armando Masé durante su periodo y yo en el mío no hubiéramos sido previsores no hubiésemos podido afrontar esta crisis. Con el dinero que obtuvimos por la venta de algunas propiedades ahora ayudamos a los compositores que se han quedado sin regalías. Somos una masa societaria de 9000 personas a las que no podemos atender como se debe. Ojalá que el esfuerzo que hacemos, por más mínimo que parezca, sea reconocido por nuestros socios.
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