Seis mujeres cantan. Sus voces dan cuenta de la expresión musical del pueblo shipibo-konibo, y siguen patrones musicales que llegan a ser bordados en sus mantas, el hermoso arte Kené. Olinda Silvano, Wilma Maynas, Dora Inuma, Silvia Ricopa, Idania Valles y Sadith Silvano comparten sus cantos únicos, aquellos que sirven de soporte a su memoria y configuran su identidad. A través de ellos, conservan su cosmovisión, además de emociones, ideales y prácticas en comunidad. “Los cantos del Kené”, disco de reciente aparición, presenta estos cánticos en un marco sonoro que da cuenta también de su actual contexto urbano, sumando instrumentación moderna y tradicional.
Gizeh Castañeda, historiador de Arte por la Universidad de San Marcos, ha venido trabajando en los últimos dos años en proyectos con las señoras de Cantagallo. Especializado en iconografía, el investigador cusqueño preparaba con ellas un catálogo de telas pintadas y bordadas siguiendo la tradición kené. Y mientras ellas bordaban, él les escuchaba cantar.
Interesado en esos cánticos, las grabó en su celular. Semanas más tarde, cuando les hizo escuchar esas canciones, ellas no las recordaban. Tenían que sacar sus telas bordadas para empezar a recordarlos. Para Castañeda, resulta sumamente interesante ese vínculo entre bordado y cántico. “La iconografía en la tela plasma la añoranza por ese mundo amazónico que representa Cantagallo en Lima. En estas mantas, se escriben las vivencias cotidianas, el enamoramiento, la desilusión, la muerte, el festejo, el río, las aves. Todo eso se mantiene vivo a través de la iconografía que ellas bordan y cantan. Ellas cantan lo que bordan”, explica.
Para Olinda Silvano, la respuesta es muy sencilla: “El canto y el bordado: uno se siente feliz hacer el kené. Como el kené no tiene letras, nosotros nos concentramos y empezamos a cantar, mientras vamos dando la vuelta a la aguja, pensando en los colores, las visiones, lo que representa nuestro río… Uno va cantando y se siente muy feliz, trabajas más rápido y no te aburres. El canto es una expresión de amor y de paciencia”, afirma.
En enero del año pasado Castañeda se comunicó con el historiador y músico Jorge Obando Manayay, tecladista de la banda “La nueva invasión” para proponerle grabar y musicalizar los cánticos kené. La cuarentena por la pandemia sorprendió al investigador en la ciudad de San Ramón, por lo que se invirtió el tiempo de recogimiento grabando sonidos de aves, de la lluvia, del río para hacer la maqueta que presentaron en agosto pasado al Ministerio de Cultura para postular al concurso de Producción Discográfica en el contexto de los Estímulos Económicos que permitieran llevar a cabo el proyecto. Un mes después, resultaron elegidos.
Como señala Castañeda, el concepto del disco está asociado al viaje del agua, por lo que en el disco abundan las alegorías musicales en relación a este elemento fundamental en la cosmovisión shipibo-konibo. Y justamente agua es lo que falta en Cantagallo, donde no hay agua ni desagüe. “El agua y la tierra es muy importante en la vida de las personas y las plantas. Sin ambas no seríamos nada. Por eso nosotros le cantamos al agua, a la alegría, a la espiritualidad, orgullosas como mujeres. Aquí no llega el agua y nos sentimos mal por ello, pero qué podemos hacer si el Estado no cumple con nosotros. Estamos vulnerables aquí sin agua, y la luz solo es prestada. Pero seguimos adelante”, explica Olinda.
Para plasmar la riqueza instrumental del mundo andino, la producción no solo cuenta con instrumentos tradicionales como el charango, guitarras, las quenas o las zampoñas, sino también tanto con sus pares prehispánicos (vasijas silbadoras e instrumentos Chincha y Chimú) junto con instrumentación moderna como bajo eléctrico, sintetizadores o instrumentos virtuales. También se ha retratado el mundo sonoro shipibo-konibo en torno a las plantas del ayahuasca y el piri-piri, así como los paisajes sonoros propios de la Amazonía, el mar peruano, los manglares, las lagunas y ríos. Al proyecto se sumaron los músicos Juan Carlos Fernández, Seymour Aguirre, Checho Valdez, Dimitri Manga, Giancarlos Granda y Kerman Valqui.
Ciertamente, el proceso de grabación del disco en momentos de emergencia sanitaria resultó especialmente arduo. “Cuando hicimos la maqueta, aún no había cuarentena. Juntamos a las señoras en un estudio que nos prestaron en San Juan de Miraflores, pero cuando grababan estaban muy tímidas, como suele ocurrir en un espacio de por sí intimidante. A algunas se les salían las lágrimas dentro de ese espacio cerrado, con una luz y un micrófono”, recuerda Castañeda. Sin embargo, el milagro sucedió cuando las mujeres escucharon sus voces grabadas. A partir de entonces, la grabación corrió como el río.
Cantar y bordar
Si bien hay académicos que tras investigar el Kené niegan que las mujeres shipibo-konibo tejan lo que cantan, este disco demuestra, a decir de Castañeda, que son muchas las que si lo hacen hasta hoy. “Y en Cantagallo esto toma mucha mayor fuerza, pues en un desierto frente a un cerro, esta añoranza recrea la imaginación a la hora que ellas pintan y bordan. Hay muchos estudiosos que señalan que no hay estudios antropológicos que sostengan que el kené se cante. Pero hace 25 años que las mujeres de Cantagallo lo hacen”, afirma.
¿Y qué dicen las propias protagonistas sobre este debate académico? Para Silvano, artista de la comunidad de Cantagallo, su madre y su abuela ya cantaban sus bordados. “A cantar me enseñó mi abuela. Cuando era niña –recuerda-, tenía mucha fuerza de visión del kené. A mí me tuvieron que dar ayahuasca y el piri-piri porque yo de niña cerraba los ojos y todo era diseño, ya me estaba volviendo loca”, le decía al investigador. Luego, gracias a las plantas dejaron de llegarle las visiones y solo las recuerda en el momento que las dibuja. “Olinda y las demás señoras implementaron esta técnica de recordar el canto bordándolo. Nosotros hemos grabado el canto de seis de ellas, pero puedo decir que, por lo menos, hay 20 señoras que bordan y cantan. En todo caso, estaríamos frente a una nueva tradición creada, basada en una añoranza cultural muy profunda”, explica el historiador de arte.
Olinda nos cuenta: “Para mí este disco es toda una novedad. Por primera vez hemos hecho esto, nunca habíamos pensado hacerlo. Siempre hemos cantado en el momento, pero es algo se perdía, que en un ratito desaparece. Ahora, para nosotras, fue un reto. Cada día aprendemos algo nuevo.
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