Aunque el mundo de la música cambie cada semana, inmerso en modas que nacen y mueren a velocidad vertiginosa, Madonna sigue allí, como un monolito plantado, un conjuro o una fuerza a la que no se puede subestimar. En junio pasado, la diva, que cumplirá 65 años este 16 de agosto, enfrentó quizá al peor de sus obstáculos, la muerte, desde una cama de cuidados intensivos. Fue el día que la encontraron inconsciente en su mansión de Nueva York. Los primeros rumores indicaban que “no presentaba signos vitales”. Los pesimistas ya esperaban lo peor.
Pero lo que ocurrió, más bien, fue una constante en la carrera de la cantante: contra todo pronóstico, superó el inconveniente (una grave infección bacteriana), salió fortalecida y esta semana ya ha anunciado que retomará su gira mundial, “Celebration Tour”. Esa sensación de que nada la puede vencer es uno de los motivos por los que la artista nacida en Michigan en 1954 fue bautizada como “la Reina del Pop”. Una señal de su realeza es su resistencia. Además de sacar éxitos en la radio, ha sobrevivido a escándalos y patinazos como sus desesperados intentos de ser actriz, casi sin despeinarse.
El “efecto teflón” de Madonna, por el que nada malo se le pega y todo más bien le resbala, fue sorprendente en sus primeras décadas como artista. Mientras a la fallecida Sinead O’Connor le arruinaron la vida en 1992, la vez que rompió la foto del Papa Juan Pablo II en televisión, a Madonna se le permitió salir viva del atrevimiento de haber besado a un santo en el video de “Like a Prayer”. Hubo molestias, pero su popularidad no fue mellada.
En el ámbito musical, Madonna también fue una figura de instintos supervivientes, que se las arreglaba para olfatear el cambio de los vientos y estar un paso por encima de sus rivales. Su buen gusto la hacía rodearse de los productores más interesantes, aquellos que imponían sonidos en lugar de copiar modas. Fueron los mejores años para ella en la década de los 90, cuando muchos celebraban su vocación camaleónica al estilo de David Bowie para crear alter egos. Eran épocas en las que el crítico Pedro Cornejo la llamaba, con acierto, “un fascinante proyecto multimedia”.
Lo que ha sucedido con Madonna en este siglo no ha sido tan auspicioso, aunque está lejos de ser irrelevante. Hubo tropezones como “American Life”, pero también tuvo aciertos. Un disco como “Future Nostalgia” de Dua Lipa no se puede entender, en su redescubrimiento de la música disco, sin reconocer que Madonna ya lo había hecho primero (y quizás mejor) allá por 2005 con “Confessions on a Dance Floor”. Tampoco es que sea infalible. En la época de la omnipresencia del reggaetón, apostó por el caballo equivocado al colaborar con Maluma en lugar de J. Balvin o Bad Bunny. Fue un resbalón preocupante: nuestra diva solía ser de las que abren trochan, siembran semillas, no las que se limitan a seguir lo que hace el resto.
Y aquí llegamos a un punto de inflexión en su carrera. A sus casi 65 años, Madonna debe comprender que su vigencia ya no pasa por validarse en los rankings de música para adolescentes. A Madonna le preocupa mucho que se la discrimine por su edad, un hecho innegable, pero sobran ejemplos de artistas de edad avanzada que, pasada la euforia efímera del éxito (que es como la espuma de un vaso de cerveza) se concentran en honrar su legado sacando aún mejores obras. Tiene un público cautivo. Con 50 canciones en el top 40 de lo más escuchado, una cifra impresionante, Madonna tiene más que asegurada su corona de reina. La competencia debería ser consigo misma. Así haya sobrinas que quieran darle pelea de vez en cuando con disparos que ni si quiere le llegan a las rodillas. //
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