La asociación Romanza cumple 10 años y presenta nuevamente la ópera “Madama Butterfly” en el Gran Teatro Nacional. Apuesta por repetir este melodramático título como vehículo de lucimiento para el tenor peruano Andrés Veramendi, quien junto a la soprano japonesa Miki Mori ha cantado esta obra en diferentes escenarios europeos. Esta vez se reemplaza la producción del argentino Boris por una dirigida por Emilio Montero. La dirección musical la repite el italiano Lorenzo Tazzieri y participan nuevos solistas.
“Butterfly”, basada en una obra teatral de David Belasco, es una de las óperas más famosas de Giacomo Puccini. El motor de toda la ópera se centra en Cio-Cio San, la desventurada protagonista, quien tiene que demostrar entrega vocal e histriónica. Una de las grandes heroínas de la ópera capaz de hipnotizar al público arrancándole lágrimas.
El ‘régisseur’ de esta nueva puesta recicla seis paneles, incluyendo la famosa Ola de Hokusai. Su nueva propuesta se basa principalmente en una pantalla con animaciones del mar de Nagasaki y un imponente marco japonés. Pero la plataforma de la escenografía luce pobre y arrugada, algo que una desafortunada iluminación evidenció durante el primer acto. Una locución anunció que, gracias a la Universidad de Nagasaki, se disponía de material fílmico que haría que por primera vez una producción de esta ópera muestre escenarios reales, pero solo vimos un collage de secuencias durante el primer minuto de la ópera y no hubo otras referencias. La dirección de actores fue poco natural. La idea de ver a supernumerarios permanentemente es interesante, pero no funcionó del todo, en parte por el poco oficio de estos.
Otro de los grandes problemas es el poco conocimiento histó- rico de épocas y estilos. Geishas paseando por Nagasaki con vestuario inapropiado, criados de Pinkerton vestidos como marineros, otros personajes no lucían japoneses y algunos incluso sacados de algún manga. Las animaciones tipo Power Point lucían infantiles. Una de las falencias de Montero es que tiene la intención de dar golpes de gracia audaces que podrían ser efectivos, pero le da demasiadas vueltas y lo que pudo ser de buen gusto termina siendo un exceso.
Miki Mori volvió a demostrar que tiene el rol en la sangre. No la sentí en plenitud vocal, pero cada movimiento y frase era una cátedra del personaje. Todo lo contrario con Andrés Veramendi como Pinkerton, quien nunca lució có- modo en escena con movimientos exagerados, muecas excesivas y pobre desplazamiento escénico. La técnica es muy diferente a la del año pasado, en que sonaba redondo. Esta vez sus pianos sonaban artificiales y los agudos forzados. Esperemos que sea un problema de momento y no una involución que se vuelva recurrente, especialmente si lo veremos como Calaf el próximo año.
Josefina Brivio como Suzuki, así como Mori, sabe transmitir emociones con la voz. Estuvo brillante en diversos pasajes, especialmente en el dúo de las flores. Tanto el experimentado barítono argentino Omar Carrión como el joven tenor chileno Leonardo Navarro lograron convencer. Carrión mostró un Sharpless más sincero y humano que lo habitual. La naturalidad escénica del joven Navarro como Goro demuestra la necesidad de que nuestros cantantes se eduquen en este aspecto. El resto de solistas estuvo regular. Leslie Shaw, cuya participación fue excesivamente criticada, lució solidez y presencia escénica como Kate Pinkerton, así como buen volumen en sus breves diálogos, aunque sin timbre operístico. Pasó la prueba.
El coro lírico sonó disparejo y desafinado, especialmente durante el coro a ‘bocca chiusa’, cantado desde la platea. La orquesta dirigida por Tazzieri respondió bien, con sonido lírico y pasajes sentidos, aunque le faltó volumen.
Esperemos que los organizadores tomen nota de los errores recurrentes, ya que los aplausos de pie no justifican nada, cuando las cosas se pueden hacer mejor. La ópera en el Perú no está al nivel de Salzburgo, aunque quisiéramos que así sea.