Gustavo Cerati, Charly Alberti y Zeta Bossio conformaron Soda Stereo en los años 80. Este fue el destino de uno de los locales donde se iniciaron. (Foto: National Geographic)
Gustavo Cerati, Charly Alberti y Zeta Bossio conformaron Soda Stereo en los años 80. Este fue el destino de uno de los locales donde se iniciaron. (Foto: National Geographic)
Angel Hugo Pilares

En la Buenos Aires, la Ciudad de la Furia, hay un obelisco enorme que apunta al cielo como un homenaje a su propia existencia. Desde ahí, uno camina tres cuadras por la avenida Corrientes hasta una pizzería. Dobla a la derecha y sobre la mano izquierda, en el número 365 de la calle Maipú, una puerta doble de vidrio antecede una escalera que conduce al subsuelo. El mismo lugar donde años atrás daba sus primeros pasos que los llevarían a convertirse en una trilogía inolvidable.

La placa en la puerta dice que se llamó alguna vez Marabú. Eran los años 30 y al acceder al subsuelo uno llegaba a un cabaret denominado como un ave homónima cuyas plumas, dispuestas a manera de boa, adornaban los cuellos de las damas de la noche porteña. Ahí, a media luz, se bailaban tangos y se susurraban palabras de amor que camuflaban el deseo, por una noche, o por todas las noches. No solían ir parejas, aunque salían muchas de ahí.

Pero en 1984, un hombre alado llegó a cantar en el escenario. El video viejo que algún alma nostálgica ha subido a YouTube lo muestra entre tonos rojizos cantando una canción que nunca aparecerá en ninguno de los 7 álbumes de estudio, 4 álbumes en directo, dos EP y 9 álbumes recopilatorios que tendrá esa banda de cabellos alborotados que soñaba con ser del Jet Set.

En febrero de 1984, una Argentina desangrada celebraba el carnaval. El país había tenido sus primeras elecciones en dos décadas, convocadas por la cuarta y ultima Junta de Gobierno. Un año antes, mientras los militares que habían cometido crímenes de lesa humanidad trituraban documentos y cuerpos en los campos clandestinos de detención para no dejar evidencia de sus atrocidades, los jóvenes del underground porteño salían a las calles y tomaban todos los escenarios posibles.

Eran los años en los que “Los abuelos de la nada”, “Virus” y “Twist” protagonizaban las tocadas y su banda de soporte, que tocaba al final de las presentaciones, eran tres jóvenes que estrenaban esos raros peinados nuevos. “Eran muy desprolijos, pero con mucha fuerza y energía, y con un concepto muy diferente", cuenta Adrián Taverna, un ingeniero de sonido de cabello largo y tatuajes que parece un rockstar en retiro. Lo dice en el capítulo de la serie documental “BIOS: vidas que marcaron la tuya”, que National Geographic dedicó en noviembre pasado a Gustavo Cerati, el hombre alado que cantaba entre luces rojas en un sótano de la calle Maipú.

La famosa “Gira Under” de Soda Stereo -una serie de presentaciones por discotecas del circuito rockero bonaerense- tuvo ocho fechas ahí entre el 2 y el 23 de febrero de 1984. El recuerdo de Cerati de aquella época se traduce un fragmento del libro “Corazones en llamas: Historias del rock argentino en los 80” de Cynthia Lejbowicz y Laura Elisa Ramos: “En los días del Marabú todo el mundo se iba antes del final, pero cada vez se iba quedando más gente y empezamos a ver que la cosa tenía convocatoria”. “ Ahí empezaron a creer que el escenario era un lugar sagrado”, se escucha a Taverna decir en el documental.

Afiche de las presentaciones de Soda Stereo en el Marabú.
Afiche de las presentaciones de Soda Stereo en el Marabú.

Hoy un observador eventual no encontraría en la puerta del Marabú más que una máquina del tiempo, una película de mediados de los años 30 protagonizada por personas, casi siempre, por encima de los cincuenta años: mujeres ataviadas con altos tacones aguja y vestidos de lentejuelas, u hombres de saco y corbata de modales refinados dignos de otros tiempos. Su nombre inicial, cuando lo fundó el inmigrante español Jorge Sales ha sobrevivido. Cerró en los años 80 y fue rebautizado “Halley”, como el cometa. Hoy mismo se llama “Maracaibo”, aunque todos los siguen llamando Marabú. Abajo de ellos suena el dos por cuatro de algún tango que muchas cuenta canciones de desamor.

Abajo el aire es denso y las luces bajas, como corresponde a una danza donde los amantes se dicen cosas al oído mientras elaboran complicados pasos casi sin despegarse del suelo. La pista es larga y las mesas a los lados no colocan a los bailarines en medio de los reflectores. El tango es una música de origen infame, según Borges, pero también es un pensamiento triste que se baila, según Enrique Santos Discépolo. Otros, en cambio, aseguran que es un baile sensual que canta tanto al amor como a la falta de este. En el Marabú es el ritmo que todos bailan con el alma desde hace más de 80 años.

“En la década del 30 pasaron las mas grandes orquestas. Acá debutó Aníbal Troilo. Decían que el Marabú era el pizarrón de Buenos Aires y el Obelisco, la tiza”, nos dice Daniel Galicia, el administrador del sitio que hoy se llama “Maracaibo” y que todos llaman Marabú”. El mismo que ha sido protagonista de innumerables historias que desgarran el alma más sensible.

Una de ellas, por supuesto, se volvió un tango que en tiempos más modernos: el poeta José María Contursi escuchó cerca a 1940 la historia de un mozo y una copera del local que llegaron, cada uno a su tiempo, de la provincia de Córdoba y encontraron en un amor intenso una manera de aplacar la soledad de la capital. Hasta que todo terminó de una manera violenta cuando el verdadero esposo de la cordobesa llegó para llevarse a su mujer de vuelta a casa.

“Como dos extraños” es la historia del mozo, que ha vuelto dos años después a Córdoba a buscar a la que fue su novia. Que la ha visto totalmente transformada en una mujer sin vida que regenta una tienda y ha perdido la belleza. Como muchos de los habitués del Marabú, que han visto el local sobrevivir a duras penas, aunque para ellos el amor no pasa. Y salen del subsuelo de la calle Maipú para refugiarse antes que todos despierten. Para dormir al amanecer.

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