FRANCISCO MELGAR WONG
A menudo, cuando hablamos de rock moderno, hablamos de un sonido. Es usual que las propiedades de este sonido del que hablamos sean descritas como el uso de instrumentos de última tecnología, o como la búsqueda de sonoridades nunca antes producidas, o como el cruce del lenguaje ordinario con el lenguaje culto de la literatura. Además, generalmente, cuando hablamos de rock moderno, estos recursos estéticos y técnicos aparecen en el ámbito de la música popular, modificando los límites y el alcance de ésta.
Personalmente, y a grandes rasgos, no estoy en desacuerdo con esto. Pero sí con la oposición que a veces se hace entre el rock moderno y el rock clásico. Recuerdo que cuando estaba en el colegio había dos grupos de chicos que se distinguían por la música que escuchaban: unos a los Beatles y a Bob Dylan, y otros a Erasure y Depeche Mode. Estos últimos pensaban que los primeros escuchaban música del pasado, música que no tenía relevancia para el tiempo en que vivíamos. En resumen: los Beatles y Dylan no eran “modernos”.
Este pensamiento, que se mantiene hasta el día de hoy, no me parece justo. Ni tampoco verdadero. Muchas de las elecciones técnicas y estéticas que asumimos como esenciales para el rock moderno fueron creadas por los grupos y solistas del llamado rock clásico. Gran parte de nuestra sensibilidad como oyentes se modeló a partir de las exigencias que nos platearon los músicos de mediados de los años sesenta.
Para empezar, la apariencia y música de los Rolling Stones (moldeada en la calle más que en el taller del sastre y en los riffs con distorsión en lugar de los acordes prístinos) prefiguró una actitud que a finales de los años 70 recibiría el nombre de punk. De hecho, el riff oxidado que los Kinks usan para abrir “You Really Got Me” ya está señalando una ruta que luego transitarían Velvet Underground, The Stooges y MC5. Más aún, no existe guitarrista ‘noise’ que no reconozca el papel que Jimi Hendrix tuvo en abrir las puertas para la experimentación con este instrumento.
Por otro lado, las lecturas de poesía beatnik que Bob Dylan hizo en los primeros años sesenta lo llevó a mezclar el lenguaje económico y coloquial de la canción de protesta con versos larguísimos y delirantes que hablaban tanto de héroes de tiras cómicas como de personajes de Shakespeare.
Estas dos vertientes de experimentación sonora y cruce de letras pop con una sensibilidad literaria se plasmarían de forma extraordinaria en “Revolver”, el séptimo álbum de los Beatles, puesto a la venta en agosto de 1966. Tres meses antes los Beach Boys habían lanzado “Pet Sounds”, que abrió posibilidades musicales de otra naturaleza. En este disco, Brian Wilson, mostró que la música rock podía cambiar su orquestación, valerse de instrumentos que no eran parte del canon del rock y darles una nueva función, cambiando totalmente la sonoridad del género.
Las posibilidades que abrieron estos músicos “clásicos” del rock son opciones que todavía hoy tomamos, si no en sonido, sí en nuestra actitud al momento de hacer o escuchar música. Así no lo queramos admitir, o lo ignoremos, la modernidad que transitamos fue señalada por ellos. Y ellos están vivos en ella.