Dice que más que una biografía, el libro sobre su vida sería un cuento. Y que algún día contará las increíbles anécdotas que han marcado sus casi 67 años de edad. Tania Libertad descubrió su maravillosa voz antes de empezar la primaria. “Canté y afiné solita”, comenta mientras repasa su historia en Chiclayo, Lima y México, país que la acogió como hija predilecta y donde radica desde hace cuatro décadas.
Sentada en el lobby de un hotel miraflorino, su acento mexicano parece no corresponder a las imágenes que sus palabras evocan. Desde allí nos abre las puertas de su corazón y su memoria.
Su nacimiento en Zaña guarda una anécdota.
Mi padre, que era guardia civil, fue castigado y lo enviaron a Zaña. Él hacía partes en las oficinas, pero le gustaba escribir. Y cuando tenía tiempo hacía unos artículos que mandaba al periódico La Industria utilizando un seudónimo. Mi padre era anarquista, ateo, todo con “a”. Lo que escribía era revolucionario. Y cuando lo descubrían lo castigaban mandándolo a algún pueblo alejado.
¿Cuándo vuelven a Chiclayo?
Al año y medio, luego que le levantan el castigo a mi papá. En esta ciudad me desarrollo. Estudié en el colegio La Inmaculada desde transición hasta la secundaria. Y a los 16 años es que vengo a vivir a Lima.
¿Cuándo fue su primera experiencia sobre un escenario?
A los cinco años, cuando estaba en transición. Se venía la velada del Día de la Madre y la maestra decidió escoger no a la niña más talentosa del salón, que naturalmente era yo, sino a la niña que entrara en un vestido de bailarina flamenca que ella tenía. Yo era una niña muy gordita, pero a mí se me ocurrió agarrar una de las fajas que mi mamá tenía, me puse unos ganchitos y así, bien fajada, llegué al colegio. Me probé el vestido y entré en él. No podía ni levantar los brazos de lo apretado que me quedaba. Con ese vestidito hice mis primeras canciones en un escenario: el tema español “Herencia gitana” y el bolero “La historia de un amor”.
Usted ha ganado muchísimos premios, los primeros en Chiclayo. ¿Cuál inaugura su trayectoria musical?
Uno que gané cuando tenía siete años. A partir de la anécdota del vestidito de flamenco yo empecé a inscribirme, junto con un grupo de amiguitos que teníamos en la escuela, en todos los concursos que se hacían por la radio. Esos concursos no eran solo para niños sino para todos como en God Talent: tríos, payasos, niños que cantan y hasta para mujeres barbudas (risas). Me inscribí en “Camino al estrellato”. Y como yo siempre he sido como que muy mandona, a mis amiguitos les decía qué cantar. Yo cantaba boleros. A esas alturas de mi vida ya tenía un repertorio de 400 canciones.
¿A los siete años?
Es que mi mamá me hacía aprender un bolero por día. Ahí estaba yo frente a la radio con un cuaderno y lapicero en mano. Y mi mamá, desde su trabajo, llamaba cada 10 minutos para pedir la misma canción y así yo podía escribir la letra del bolero que me había asignado. Por eso es que yo me sabía tantos.
Sigamos con el primer premio que ganó.
Pasé las diferentes etapas del concurso hasta que llegué a la final, pero no tenía zapatos. Provengo de una familia muy humilde, mis hermanos fueron obreros desde los 13 años. La única que iba a colegio privado era yo. Pero los zapatitos que teníamos debían durarnos todo el año. A mis hermanos les cortaban las puntas de los zapatos cuando crecían. Entonces, cuando yo llegué a la final le rogué a mi mamá que hiciera lo que pudiera para que me comprara unos zapatos. Mis papás casi ni se enteraban de cómo iba yo haciendo mi carrera porque ellos trabajan casi todo el día y yo andaba solita. Mi mamá tuvo que ir la cooperativa a pedir un préstamo y así me compró mis primeros zapatos de charol. Ese día gané el concurso con el bolero “Obsesión”.
¿Y cuál fue el premio?
Además del trofeo Diana, gané seis vasos de vidrio con el logotipo de un refresco, dos destapadores, seis refrescos individuales y una gira por las distintas azucareras de Chiclayo, como Pomalca y Cayaltí. Luego de eso, ya me pagan mi primer sueldo por mis presentaciones. Por eso es que yo considero que mi carrera empieza a los siete años. Empecé cantando en centros de marineras, muy de noche.
Usted fue la única mujer entre ocho hermanos. ¿Fue difícil la convivencia?
Seis eran mayores que yo. Además mi papá era un dictadorcillo. Pero en la niñez ni cuenta te das, todo lo tomas como si fuera una travesura. Me la pasaba tratando de sobrevivir en ese ambiente. Siembre fui, como se dice en México, “vivilla desde chiquilla”. Era muy lista para sortear todo. Cuando me correteaban para darme mis correazos por traviesa, me salía corriendo y no me agarraba nadie. Estas vivencias formaron un poco la independencia de carácter y fuerza que yo tengo. Sabía que me debía defender solita. Imagínate, ¡tener que planchar las camisas de siete hermanos! Yo decía, “no, ¿por qué?”
Igualdad de derechos. ¿También de deberes?
También. En la casa que vivíamos no teníamos agua, así que me tocaba cargar los baldes con agua en viajes de dos horas. Con un palito de escoba sobre los hombros y un balde a cada extremo tenía que echar varios viajes para llenar un cilindro con agua para cocinar y bañarnos. Digamos que crecí en igualdad de género. Me sentía bien, no me sentía una niña pobre porque yo creía que las carencias que teníamos las afrontaba todo el mundo. Que todos los niños no tenían zapatitos nuevos o que todos comían medio bistec una vez cada quince días.
¿Cuándo se da cuenta de la realidad?
Cuando llego a la adolescencia me di cuenta que el mundo no era mi barrio, que hay mucho más allá afuera y existen muchas desigualdades. Yo me preguntaba por qué no puedo tener el mismo vestido que mis compañeras. El colegio La inmaculada tenía alumnos de todos los estratos sociales. Mi mamá hacía esfuerzos por comprarme algunas cosas. Luego, con mi padre, me tocó vivir en mi adolescencia y juventud la falta de libertad. Él me reprimía mucho.
¿De qué manera?
Pos me encerraba con llave, no me dejaba ir a fiestas y me dejaba sola.
Su padre dirigió su carrera musical durante varios años…
Él se nombró mi manager. Pero cuando llegamos a Lima, mi papá me obligó a estudiar la misma carrera que mi hermano, porque de lo contrario no me dejaba cantar. Yo quería estudiar música, ser directora de orquesta. Mi padre decía que la carrera de artista era muy eventual, que me iba a morir de hambre. Y así acabé estudiando cinco años ingeniería pesquera en la Universidad Técnica del Callao.
Pero antes de instalarse en Lima, usted ya había estado en esta ciudad.
Mi padre me traía en vacaciones y cantaba en los programas de aficionados de Radio Nacional. Ahí aprovechaba y grababa algunos disquitos. Mi primer contrato en exclusiva fue con FTA, a los 11 años, allí saco “La Contamanina”. Pero yo seguía viviendo en Chiclayo.
Y escuchando música…
Moría por María Victoria, Olga Guillot, Los Panchos, Pedro Infante, Javier Solís, Jorge Negrete. La televisión aquí empieza con las repeticiones de las películas mexicanas en blanco y negro, de allí me aprendía todas las rancheras. Cuando mi papá recibió su jubilación decidió comprar un televisor enorme y nosotros cobrábamos la entrada a mi casa para que vean la tele. Poníamos bancas y les vendíamos caramelos. Así me veía todas las películas. Por eso tengo un conocimiento increíble de las canciones mexicanas, pero no de allá sino desde Chiclayo.
Aquí fue conductora de un par de programas.
Estuve cinco años en “Danzas y Canciones del Perú” y luego en “Tania Presenta”. En el primer programa los guiones los hacia Nicomedes Santa Cruz. Él presentaba a los cantantes y canciones conmigo. Allí aprendí muchísimo de los orígenes de la música peruana, de los instrumentos, de las danzas. He sido muy afortunada con la gente que se ha cruzado en mi camino, con los que yo me crucé o con los que el destino me ha puesto. Todos han sido maravillosos maestros. Desde Chabuca Granda, Nicomedes, Mercedes Sosa, Juan Gonzalo Rose -autor de “Tu voz”, mi segundo gran éxito-, Jorge Madueño, César Calvo, Lucho González, tantos…
En México también conoció a grandes personalidades.
Yo pensé que ya no iba a conocer otro escritor y termino siendo amiga de Carlos Monsiváis, Octavio Paz, de Gabriel García Márquez cuando vivía en México, de José Saramago. Mi destino estaba ahí.
¿Cómo decide aventurarse y viajar a México definitivamente?
Primero me invitaron a un festival en el año 1977, a Las Jornadas de la Cultura Uruguaya en el Exilio. Yo tenía un amigo uruguayo que tocaba el violín, Federico Britos. Fue él quien me dijo que iba a haber un festival en México. Y terminé enamorándome de México. Me fui con Lucho González. Además, encontré a todos mis ídolos allá. Aunque a algunos ya los había conocido en Cuba donde fui un año a cantar gracias a Joan Manuel Serrat, en 1976. Conocía a Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y a todos los de la trova. En el 77 también iban ellos a México, Alfredo Zitarrosa y estaban también los mexicanos. Por entonces cantaba yo mucho repertorio latinoamericano, mucho de Violeta Parra.
Allá empezó cantando en las plazas…
Fue parte de un proyecto cultural. Durante siete años visité plazas, escuelas, cárceles hospitales. Dos conciertos por día. Fue una época maravillosa porque me acerqué a un público real. La gente en México no me conoció ni por la televisión ni por la radio como en Perú. Yo cuando me fui de Lima estaba tan atosigada de haber expuesto mi imagen, que me di cuenta que no era lo que yo quería. Llegar allá en el anonimato, sin ninguna cámara ni fama fue una de las etapas más felices de mi vida. Recorrí todo México, cada rincón y eso me creó un público tan leal y solidario que me sigue siempre. Hasta me llevan a sus hijos y nietos.
¿Y por qué lo dejó?
Porque me embaracé. Era un trabajo duro, había que irse por meses a provincias. A partir de eso me independicé y empecé a ser yo misma mi propia empresaria a contratar a los teatros y mis músicos para recorrer México. Así hice mi carrera.
¿Cuál considera que ha sido su mayor éxito?
Son más de 45 discos grabados y cada uno de ellos es un concepto diferente. Pero la gente con lo que se quedó de mí es con el primer disco que hice en México. Mira, cuando yo viajé hasta allá asumí que mi tarea era introducir la música peruana de a pocos, pero para hacerlo tenía que cantarla en medio de algunas canciones muy conocidas de América Latina. Grababa “Gracias a la Vida”, “Alfonsina y el mar” y en ese disco metía “El tamalito”, “Cardo o ceniza”. Ese era mi repertorio, así envolvía la gente. Hora, no puedo terminar un concierto sin cantar “Alfonsina y el mar”. Pero he tenido discos muy exitosos que han vendido más de un millón de copias. He grabado ópera, discos con mariachi, hasta salsa.
También grabó tres discos con Armando Manzanero.
Yo creo mucho en el destino y este me tenía reservado que yo hiciera muchas cosas grandes con él. Mucho antes grabar nuestro primer álbum juntos, en 1969 o 1970, yo le abría los conciertos en Lima. Recuerdo uno en el cine Pacífico, yo era la telonera y salía a cantar con mi guitarra. No sabía que la vida me iba a llevar a vivir a México e íbamos a terminar siendo grandes amigos, tanto que ya tenemos tres discos juntos “La libertad de Manzanero”, “Armando la libertad” y “Desarmando a Tania”, todos los títulos los escogí yo.
Musicalmente, ¿qué es aquello que le falta hacer?
Uno nunca sabe, son muchas cosas. Por ejemplo, hace un tiempo me crucé por México con el guitarrista criollo Carlos Caballero y le dije haber vente, vamos a grabar en dos días todos los valse que recuerdes. Ese es un proyecto que yo tengo para regalárselo al Perú. Quiero grabar todos los valses de los que me acuerde para que los tengan aquí en una fonoteca. Se han ido perdiendo las versiones originales de muchas canciones y yo las tengo aquí en mi disco duro, no quiero que se me vayan a olvidar. Quiero hacerlo con una guitarra y cajón.
Sé que varias veces le han pedido escribir un libro sobre su vida. ¿Se animaría?
Sí. Pero no va a ser una biografía va a ser un cuento. Mi vida es una historia que es increíble. Todas las anécdotas que tengo de mi vida son reales pero parecen mentira.
Cuéntenos una cortita
Mi primer grupo musical fueron tres policías. A los siete años de edad, después de ganar mi primer concurso me llamaban a la radio para cantar. Yo le decía a mi papá “debo tener mi grupo musical sino quién me va a acompañar”. Para complacerme, él no tuvo mejor idea que llamar a sus compañeros de bohemia. Con ellos ensayé y me fui a la radio a cantar. Y cuando terminé, yo dije: en la primera guitarra el sargento Fernández, en la segunda guitarra el cabo Pérez y en las castañuelas… (Risas). Eso no le pasa a cualquiera. Yo cuento esto y los editores están tirados de la risa.
¿Qué añora de Chiclayo?
Ese olor que salía de las panaderías, del pan caliente, de la señora vendiendo los tamales. De la mantequilla en la hoja de plátano, del cebiche que vendían en hoja del choclo por la piscina municipal. Lo que yo añoro ya no existe. Felizmente la comida peruana se come siempre en mi casa.
¿Es buena cocinera?
Muy buena. El plato a quien nadie se puede resistir son mis tamales. Yo hice una fusión con la harina que en México se utiliza para hacer las tortillas y la receta de los tamales chiclayanos. Pero cocino de todo.
¿Cómo va su salud? Hace varios años le detectaron cáncer y se ha sometido a tres operaciones.
Tuve suerte porque lo detectaron cuando eran carcinomas in situ. Eran células cancerosas que no llegaron a ser tumor. La última operación me la hicieron en el 2017. Antes de venir me hice mis exámenes.
Sé que algunas pastillas llegaron a afectarle la voz.
Sí, pero hice un acuerdo con el doctor. Es una pastilla que bloquea los estrógenos y estos son necesarios para que la voz salga clara y limpia. Si tomara esa pastilla estaría cantando como Pedro Infante y estaría con bigotes. Entonces, el acuerdo es que a cambio de no tomarla me tengo que hacer los exámenes cada seis meses.
MÁS INFORMACIÓN
Concierto: "Tania con toda Libertad”
Gran Teatro Nacional (Av. Javier Prado Este 2225, San Borja). El 10 de noviembre, 7:30 p.m. Entradas: Teleticket.