Portada del quinto álbum de estudio de Vampire Weekend: "Only God Was Above Us".
Portada del quinto álbum de estudio de Vampire Weekend: "Only God Was Above Us".
/ Columbia
Francisco Melgar Wong

El álbum más reciente de , Only God Was Above Us, viene cargado de imágenes de ruina, fracaso, decadencia y, en ocasiones, catástrofe inminente. A lo largo de las diez canciones que lo componen, la banda liderada por Ezra Koening nos presenta embajadas abandonadas al final de una guerra, fisicoculturistas aplastados por sus pesas, matadores despedazados en la plaza de toros y, en su momento más esotérico, adivinos atemorizados por el futuro que acaban de leer. “Un futuro desolador”, señala Koening en “The Classical”, la segunda canción del álbum, evidenciando el significado detrás de sus metáforas. De hecho, a primera vista, el nombre del álbum –”sólo Dios estaba sobre nosotros”– parece una afirmación altanera sobre la excelencia musical de la banda, pero, en realidad, muestra el verdadero contenido de la placa: la representación de un mundo desolado y olvidado por Dios.

Para los seguidores de Vampire Weekend debe ser extraño toparse con un disco como éste; en especial si recordamos el espíritu entusiasta, impetuoso y cándidamente altivo de sus producciones anteriores. Pero en los cinco años que han transcurrido desde el álbum anterior –Father of the Bride (2019)– la humanidad ha vivido una sucesión de hechos –la pandemia de COVID-19, la invasión rusa de Ucrania, la guerra entre Israel y Hamas– que parecen haber impactado en la banda, y, en especial, en la pluma de Ezra Koening.

En este nuevo álbum, Vampire Weekend presenta el mundo como una gran tierra baldía, donde la esperanza no tiene cabida porque el ser humano no es una especie en la que nos podamos fiar. ¿Por qué debería interesarnos un disco con una perspectiva tan gris y deprimente? Quizás porque Koening y compañía lo han elaborado en pleno dominio de sus facultades artísticas y esta maestría y la dura lucidez que la acompaña son la última estructura a la que podemos aferrarnos cuando el resto de la casa se ha caído a pedazos. Quisiera creer que es a eso a lo que se refiere cuando cantan: “el templo ha desaparecido, pero una única columna sigue en pie”.

Si tomamos algo de perspectiva, notaremos que esta no es la primera vez que el mundo se ha encontrado al borde del abismo; de hecho, hacia el final de la Primera Guerra Mundial artistas de diversos campos –los primeros maestros del collage como Kurt Schwitters y los primeros poetas modernos como T.S. Eliot– adoptaron un método para darle sentido a una vida caótica: tomar sus despedazados fragmentos para crear algo nuevo con ellos. En Only God Was Above Us, Vampire Weekend ha hecho algo parecido: revisar la historia de la música y tomar restos de música clásica, jazz, rock y pop para darle forma a su desesperanzada visión del mundo. Ciertamente, cuando Koening afirma que va a “filtrar los siglos en busca de algo que le pertenezca”, lo dice en serio. Y el resultado, lejos de ser un simple pastiche, es majestuoso, y ha terminado produciendo, quizás, aunque sus viejos admiradores no quieran admitirlo, su más ambicioso y logrado álbum.

Y esta es la luz que encontramos al final de Only God Was Above Us. Aunque sus letras nos inviten a dejar este caótico mundo atrás –”La embajada ha sido abandonada/la bandera está en el suelo, la pintura se quemó, la estatua se hundió, espero que las dejes ir”, canta en “Hope”– su apasionado rescate de la música de los últimos cinco siglos esconde su última esperanza. Cuando llega lo que parece el apocalipsis, puedes intentar patear el tablero y abandonar el juego, pero nuestras mejores creaciones todavía nos recuerdan la impecable belleza que la humanidad puede lograr cuando se lo propone. Este álbum es un ejemplo de ello.

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