Se siente como en casa, aunque su casa original esté a 16.000 kilómetros de distancia. Makoto Shishido (46) nació en Matsuda (Kanagawa), al suroeste de la ciudad de Tokio, Japón, pero hoy vive en Cochabamba, Bolivia, como parte de una decisión que tomó hace más de 20 años y que le cambió la vida. Es miembro de Los Kjarkas, tal vez la agrupación de folclore de Latinoamérica más conocida en todo el mundo; quién no ha escuchado “Llorando se fue” en cualquiera de sus múltiples versiones.
“Mi papá tocaba cuerdas; guitarras, charango. Mi mamá tocaba vientos; zampoñas, quenas. Les gustaba escuchar música de Latinoamérica, especialmente de Bolivia, y por eso yo escuchaba música folclórica dentro de casa”, cuenta Shishido a El Comercio. Él menciona que Cochabamba le recuerda a Matsuda, donde una tiene al río Cocha cerca, la otra al Nakatsu; una prospera bajo el cerro Tunari, la otra tiene vista al monte Fuji. Y esa zona donde los cerezos despliegan su manto rosa a fines del invierno, el grupo emblemático desarrolló un concierto en los años 80. Un show que el Makoto niño no se perdió.
“No recuerdo bien, pero mi mamá contaba que yo tenía fiebre ese día del concierto, pero dice que yo quería y quería, y fui sin importar la fiebre. Y me gustó mucho”, dice el músico, quien sí recuerda el meet and greet posterior al show, donde pudo tomarse fotos con sus ídolos, con Gastón Guardia, Elmer Hermosa, Ulises Hermosa, entre otros. Más de una década después, se uniría a ellos como su nuevo charanguista. “Desde niño ya tenía el sueño de hacer música folclórica, pero no imaginaba que en Bolivia”, nos dice en un esforzado español aprendido en la práctica. De hecho, el idioma fue uno de los retos que tuvo cuando se mudó, con 22 años, al país vecino.
“No entendía nada”, dice entre risas. “Podía saludar, decir buenos días y buenas tardes, quiero comer o dónde hay baño; esas cosas, no más”. Pero además de los problemas inmediatos, tuvo que acostumbrarse a la mentalidad del continente, más relajada. “El japonés es bien cuadrado; si dicen que algo es ocho en punto, ocho en punto empieza. Pero en Latinoamérica decimos ocho en punto y empezamos ocho y media. Pero había que acostumbrarse, porque yo estoy yendo a Latinoamérica, yo tengo que aceptar todo”, dice, con una sombra de resignación en la voz, pero contento.
Una vida relajada, pero también más “abierta”. “Digamos que estoy enojado, entonces eso hay que mostrarlo. Si no lo muestras la gente no entiende lo que estás sintiendo. En Japón hay una cosa que no me gusta, que es aguantar. Digamos que me estoy sintiendo mal, pero no lo muestro. Guardar sentimientos no es bueno; aquí es muy abierto, pero Japón a veces se aguanta. Eso me choca. A mí me gusta más Latinoamérica”, sostiene.
Shishido es padre de familia. Su hijo, Towaki, tiene ocho años y ya muestra aptitudes para seguirle los pasos. Esa es, además, la edad que Makoto tenía cuando vio a los Kjarkas por primera vez. El círculo se cierra.
A continuación, la entrevista completa:
―Las personas elegimos distintas profesiones en nuestra vida, elegimos lo que va de acuerdo a nuestros intereses. ¿Qué tenía la música que te llevó a dedicarte a ella?
A mis papás les gustaba escuchar música y también tocar instrumentos. Mi papá tocaba cuerdas; guitarras, charango. Mi mamá tocaba vientos; zampoñas, quenas. Les gustaba escuchar música de Latinoamérica, especialmente de Bolivia, y por eso cuando yo he nacido escuchaba música folclórica dentro de casa y yo me interesaba, quería aprender charango y zampoña, como jugando. Desde que vi el concierto de los Kjarkas en Matsuda cuando tenía ocho años, ahí ya quería aprender. Por qué me enamoré de su música. También aprendí música clásica, me gustaba tocar el cello, lo toqué desde los 6 hasta los 20 años. Piano también. También me gustaba escuchar música rock, toqué batería acústica, bajo, guitarra eléctrica. Pero nunca dejé de tocar esa música folclórica, porque me gustaba más. Me interesaba conocer Bolivia, el país, las costumbres. Por eso yo visité Bolivia hace 25 años. Me gustó mucho y por eso me quedé, aprendí más con el maestro Fernando Torrico, excharanguista de Los Kjarkas.
―Me sorprende que hayas tocado tantos instrumentos; hay gente que en esta vida que no llega a tocar ninguno. Pero, ¿Qué es lo que tenía el charango para especializarte en eso?
Primero, la música folclórica es diferente que otros tipos de música. Para mí es lo máximo. Especialmente en Latinoamérica, porque llega hasta el corazón. Nosotros hablamos en japonés, pero cuando escucho canciones en español, quechua y aimara, no entendemos nada, pero sentimos, que es lo más importante. Conectamos algo. Sobre el charango, me gustaban los instrumentos de cuerdas. Tocaba el cello, pero su sonido es más bajo, y el charango tiene solo cinco pares de cuerdas, pero suena muy fuerte y puedo transmitir mi emoción con eso. Y su sonido es tan brillante, sencillo y agudísimo.
― Con todo esto que me estás contando, ¿Podríamos decir que tocar un instrumento fue tan natural para ti como caminar?
Exactamente. A mí me encanta, por ejemplo, componer música. Siempre cuando ando caminando, viendo cosas, sintiendo, nace la melodía.
― El sistema educativo japonés tiene clubes, donde los alumnos participan después de clases. Supongo que tú estabas en el club de música.
Cuando tenía 15 años estaba en el club de rock, tocando batería y bajo.
― ¿Cómo te sentiste cuando viste tocar a los Kjarkas por primera vez?
Antes de eso yo escuchaba siempre cassettes o vinilos que teníamos en la casa, pero nunca imaginaba verlos y escucharlos en vivo en un teatro. No recuerdo bien, pero mi mamá contaba que yo tenía fiebre ese día del concierto, pero dice que yo quería y quería, y fui sin importar la fiebre. Y me gustó mucho. Luego hubo una cena con los organizadores, con Los Kjarkas, y fui, porque quería conocerlos de frente. Me saqué fotos con Gastón Guardia, Elmer Hermosa y Ulises Hermosa. Es un recuerdo muy bonito, nunca lo olvido.
― ¿Qué dirías que es lo que hace diferentes, y únicos, a los Kjarkas a comparación de otros grupos de música folclórica?
La verdad es que Los Kjarkas siempre buscan algo diferente a otros grupos. Ulises decía que quería meter batería, porque necesitaba más percusión; siempre quieren hacer algo nuevo, renovando. La música folclórica tiene que mejorar, renovarse. Por eso suena diferente que otros grupos y a la gente le gusta. Fueron el primer grupo de música folclórica en sacar un DVD; antes nadie ha había vendido eso en Latinoamérica. Así han ido cambiando, es muy bueno. Renuevan su sonido, pero nunca olvida las costumbres tradicionales de Bolivia.
― ¿Te impactó mucho vivir en Latinoamérica si lo comparamos con Japón?
Primero el idioma [risas], no hablaba en español. Por eso no entendía nada [risas]. Con músicos nos entendíamos hablando de música, pero podía saludar, decir buenos días y buenas tardes, quiero comer o dónde hay baño; esas cosas no más podía comunicar. Eso era un poco difícil, y las costumbres también un poco me chocaban. El japonés es bien cuadrado; si dicen que algo es ocho en punto, ocho en punto empieza. Pero en Latinoamérica decimos ocho en punto y empezamos ocho y media. Pero había que acostumbrarse, porque yo estoy yendo a Latinoamérica, yo tengo que aceptar todo. A mí me gusta la comida boliviana, también la peruana, argentina, ecuatoriana, chilena; comida muy diferente que Japón. La gente es más amable también, saludan con beso y abrazo [en Japón se usa la reverencia]. Eso me gusta a mi de Latinoamérica.
― ¿Podríamos decir que la vida más relajada aquí terminó por conquistarte?
Relajada o más abierta. Porque digamos que estoy enojado, entonces eso hay que mostrarlo. Si no lo muestras la gente no entiende lo que estás sintiendo. En Japón hay una cosa que no me gusta, que es aguantar. Digamos que me estoy sintiendo mal, pero no muestro. Guardar sentimientos no es bueno; aquí es muy abierto. Si estoy triste lo digo, pero Japón a veces se aguanta un poco. Eso me choca. A mí me gusta más Latinoamérica.
― ¿Tú sigues yendo a Kanagawa a visitar?
Los Kjarkas tenemos que ir a Japón cada cinco años. Y cuando hay tiempo yo vuelvo a Kanagawa a encontrar mis papás y a mis amigos que viven ahí. Es muy lindo. Y también ahora yo tengo un grupo de japoneses que viven Bolivia, se llama Wayra JaponAndes. Con ellos hacemos giras, volvemos a Japón en diciembre y ahí vuelvo a la casa y encuentro a mis papás. A mi papá le gustaba tocar cuerdas, pero como un hobby. Creo que es su sueño era ser músico.
―En cierto modo estás viviendo el sueño de tu padre.
Exactamente, sí. He seguido su sueño y también el mío.
―Vi que eres padre. ¿Cómo así conociste a tu esposa?
Mi esposa es boliviana, exbailarina de Los Kjarkas, la conocí en el escenario. Mi hijo se llama Towaki, ya tiene 8 años le gusta también cantar, tocar charango. Él no tiene miedo. Por eso le dije un día, “¿Quieres subir al escenario? ¿Quieres cantar?” y me responde que sí. Cuando había concierto en Cochabamba él subió y cantó “Llorando se fue” en japonés. Le gusta cantar y no tiene miedo a subir al escenario. Creo que quiere ser músico.
― ¿Cómo crees que sería tu vida si no tuvieses la música?
Nunca he pensado eso porque desde niño, aprendiendo los instrumentos, me gustaba la música. Nunca he pensado en tener otro trabajo. La música es mi vida.
― ¿Tú escuchas folclore peruano?
Sí, porque cuando voy Perú músicos peruanos se me acercan y me dan sus CDs. Eva Ayllón también me ha dado un disco. También escucho marinera, es bonito, elegante. Escucho mucha música folclórica de Latinoamérica.
―Gonzalo Hermosa de los Kjarkas ha hablado de su retiro. Tú has trabajado con él durante unos 20 años ¿Cómo lo describirías a él, como persona?
Gonzalito es de muy abierto corazón. Él me ha invitado a entrar los Kjarkas, primero hice un cásting y él estaba viendo todo el tiempo. Yo quería entrar pero no imaginaba que lo haría. Él dice que no importa la sangre, si es de Latinoamérica, lo importante es el corazón boliviano. A Gonzalito le agradezco mucho.
“Kjarkas 360″. 29 y 30 de junio en el coliseo Eduardo Dibós de San Borja. Entradas a la venta en Teleticket.