La editorial Planeta acaba de editar “Habla una mujer”, un libro que reúne los artículos periodísticos escritos por Elsa Hochhaüsler de Sagasti —madre del actual presidente de la República Francisco Sagasti— en revistas y periódicos como “La Prensa” y “El Comercio”, entre las décadas de 1950 y 1970. Se trata de una de las pioneras en escribir columnas de opinión en nuestro medio y estos textos nos revelan una voz singular para percibir detalles de una Lima que empezaba a crecer en términos demográficos y espaciales, pero también para reflexionar sobre la condición de la mujer en una época en la que ya comenzaba a cobrar importancia su autonomía laboral y su participación en los asuntos públicos.
Conversamos con la filósofa Pepi Patrón Costa, quien prologa el libro, y es cercana al entorno familiar de quien fuera Elsa Hochhaüsler de Sagasti (Viena, 1922 - Carolina del Norte, 2002).
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Los inicios
—En el tiempo en que Elsa Hochhäusler publicó estas notas eran pocas las mujeres que escribían en los periódicos, ¿cómo ella llega a colaborar en El Comercio y en La Prensa, que eran los diarios más importantes de la época?
En efecto, no era muy común en esos tiempos. Como ella misma cuenta, es el resultado de un conjunto de circunstancias casi casuales. Ya en Lima, entró a trabajar a Panagra como secretaria bilingüe y, como ella misma confiesa en la entrevista en Washington en 1994, que está al final del libro, no tenía mucho trabajo, pese a que era la secretaria del jefe. Según narra, los gerentes delegaban todo en sus propias secretarias y ella, como secretaria del máximo jefe, no tenía mucho que hacer. Comenzó a escribir, primero cartas y luego, simplemente las cosas y acontecimientos que veía. Un día llegó un alto funcionario de la empresa a Lima y la vio escribiendo y le pidió su texto. A las semanas recibió un pago en dólares, pues el señor en cuestión había vendido y publicado su artículo en una revista. Era sobre la procesión del Señor de los Milagros. Así comenzó la historia. Se inició en La Crónica, luego en Caretas como “Doña Cándida” y, finalmente, en El Comercio y en La Prensa. Pero, claro, no es solo un tema de casualidades, sino de mucho talento, valentía y gran personalidad, sobre todo para esos tiempos.
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—El libro se titula «Habla una mujer», pero en un muchos de sus textos se descubre una mirada particular, alguien que observa el mundo que la rodea, y percibe detalles, se detiene en los geranios, en la ciudad que se transforma, en la gente, en los niños; son textos intimistas en los que se puede percibir la ciudad de otra manera, ¿qué comentario le merece la escritura, la prosa de Elsa Hochhäusler de Sagasti?
Como lo señalo en el prólogo, precisamente, lo que me impresiona es esa capacidad de ver lo pequeño y lo grande, la rosa y la montaña, el geranio y el río, el armario y el país. Preocuparse por lo íntimo, lo privado, y también por lo público. Es obvio que las grandes desigualdades del Perú en ese momento la impresionan. Es una prosa fresca, sincera, que convoca y conmueve.
La voz de la mujer
—En el prólogo de “Habla una mujer” también usted destaca la importancia de recuperar la voz de las mujeres en todas las épocas para ir completando esa historia silenciada. Hay un texto de Elsa como “Fuego y levadura” que enfatiza en esa idea del cuidado femenino y otro titulado “La mujer de hoy” que se refiere al trabajo, ¿cuáles eran las preocupaciones de la autora respecto al papel de la mujer en la sociedad?
Creo que siendo pionera en lo suyo, Elsa de Sagasti es también “hija de su tiempo”. No era una profesional. Sin embargo, es una mujer convencida de ambos roles: el del cuidado y relacional, de hacerse cargo del hogar en sentido íntimo, de los hijos; pero también de la importancia de la autonomía de una mujer que puede trabajar, ganar dinero y apoyar, también en ese sentido, en la casa. No hay que olvidar que ella, migrante europea, trabajó en Chile (a donde llegó desde Austria) desde muy joven, con su padre. Trabajar fuera, en el sentido de tener un salario, pues en casa se trabaja también, no le resultaba ajeno ni extraño. Su experiencia en el periodismo, con mujeres como Elsa Arana, Doris Gibson o María Tellería, sin duda reforzaron esta perspectiva.
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—En uno de sus textos, escribe: “Soy opti-pesimista. Me preparo para hacer frente a lo peor, pero siempre espero que suceda lo mejor”, ¿cree que es una buena definición de ella?
Por lo que sé de ella, me parece que sí. Era una mujer con un gran sentido del humor. Y al mismo tiempo con una clara conciencia de los problemas que caracterizaban a nuestra sociedad. En el artículo “El Cuadro”, nos describe a una niña sentada en una escalera, en una vieja casona del Centro de Lima, a oscuras, con su hermano pequeño sobre las rodillas y haciendo las tareas en un cuaderno sobre la barriga del bebé. ¿Qué futuro le espera a esa niña? ¿Cómo quedan sus tareas si el hermanito se mueve? Pero contarlo, describirlo, ya era una manera de luchar por esa niña. Así era Elsa de Sagasti.
Aficiones
—¿Pudo conocer a la señora Elsa? ¿Qué otras aficiones ella tenía aparte de la escritura? Lamentablemente, no la conocí. Pero sí a parte de su familia y a varios de los amigos, amigas que la conocieron. Sé que era, además de lo dicho, aficionada a bordar, a hacer encajes, a la jardinería, a las caminatas y a la música. Era, sobre todo, me cuentan, una mujer muy perseverante. Una anécdota que la pinta de cuerpo entero: ya jubilada y viviendo en Estados Unidos, frecuentaba un teatro “de improvisación” y un día reclamó que quienes actuaban eran puros jóvenes. Pues bien, en las semanas siguientes, ella hacía el reclamo desde el público y luego subía a escena para “improvisar” su monólogo. Esa era Elsa. Y ya mayor se preguntaba ¿por qué hacían las escaleras más empinadas y las letras de los diarios más pequeñas? Una manera muy digna de ella de aceptar la vejez con sentido del humor.
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