Beto Ortiz. (Foto: Hugo Pérez/ El Comercio)
Beto Ortiz. (Foto: Hugo Pérez/ El Comercio)
Enrique Planas

Cuando se está a punto de cumplir 50 años, subir al escenario para contarlo todo puede ser una buena idea. “Uno siempre está haciéndose el joven. En mi caso, que no tuve la crisis de los 40, esta vez la cifra me representa una advertencia. Me obliga a apurar proyectos que quería hacer”, explica , quien esta semana debutó en las tablas con un unipersonal que resumía en hora y media su exagerado medio siglo de vida. “Me he dedicado al teatro con una disciplina que no tengo para ninguna otra cosa”, confiesa.

Sobre el escenario del Municipal, Ortiz habla del ‘bullying’ de su infancia, de sus traumas de gordura, de la crueldad de la televisión. Del ambiente gay en la Lima de los 80, de los travestis y los fletes del parque Kennedy, de sus actuales amantes. Mira las caras de su público asistente a su espectáculo “Morbo” y encuentra de todo: algunos se conmueven, otros se divierten, otros muestran semblantes de desaprobación moral. Para el periodista, está bien, siente que ha causado una respuesta. Nadie ha quedado indiferente. “A los 50 años uno ya puede sentirse más allá del bien y del mal”, comenta.

Descubrió el teatro documental viendo las obras de Mariana de Althaus y de Gabriel de la Cruz, a quien propuso apoyarlo con este proyecto. De la promesa de conversar siguieron pláticas en las que el director le preguntaba de todo y Beto respondía sin filtros. Y tomaba nota: de su madre. Del colegio. Del barrio. Luego empezaron a ensayar. No había libreto, solo intuiciones, historias sugeridas y ejercicios de actuación que lo ayudaron a explorar el lenguaje físico. Nadie le había advertido lo duro que sería convertirse en actor.

En televisión, uno se convierte en un busto parlante. ¿En tantos años endurece el cuerpo?

Sí. Totalmente. La televisión, como trabaja en primeros planos, te enseña unas cuantas poses: fingir interés, ponderación, mesura, credibilidad. Además, siempre estás protegido por una mesa que te tapa la panza.

¿Qué hace Beto Ortiz en la sala de teatro más oficial?

Claro, es como presentarse en la Catedral. La verdad es que, cuando el montaje estaba listo, no teníamos dónde presentarlo. Y en el Municipal encontramos tres días libres. Sé que a algunos puede parecer una falta de respeto. Como vender anticuchos dentro de la Basílica de San Pedro.

¿Qué diferencias encuentras entre una audiencia televisiva y un público teatral?

¡Enormes! Cuando estás en la televisión, nunca estás pensando en quién te ve. ¡Nunca! Estás hablándole a un aparato. El peso de la mirada lo sientes en el teatro. Cada vez que sientes la risa de la gente, es una maravilla, pero también puede ser estremecedor. Es una mezcla de terror y placer.

Tanto el teatro como la televisión necesitan personajes. ¿El Humberto Ortiz que cuenta su historia en escena termina siendo otro personaje

El esfuerzo en “Morbo” fue tratar de ser lo más crudamente verdadero. Lo que hago es ir sacándome capas, como las de una cebolla. Es un esfuerzo de buscarme en público. No sé si el espectador se lleva la imagen real o llega a ver solo lo que yo he decidido mostrarle. Pero creo haber llegado a un nivel de intimidad que no he podido alcanzar ni siquiera con los libros que he escrito.

En la obra, planteas la condición homosexual de una forma abierta y honesta.

¿Crees que el público toma estas confesiones como una broma parte de un espectáculo o más bien puede cambiar su actitud? Creo que hay de los dos. Está el público que dice ¡qué conchudo es este tipo! Y ahí queda. Pero también gente que puede cuestionarse. Cómo la seguridad y la comodidad pesan un montón en las relaciones, por ejemplo. Lo que tenía claro es que no quería componer una estampa llorona de ser gay. Estoy podrido de eso.

Cuentas cómo para un gay en la Lima de los años 80 era mucho más difícil conseguir citas que hoy. ¿Repetir lo difícil que para nosotros, heteros o gays, fueron las cosas en nuestra época no es una señal de envejecimiento?

[Ríe] Sí, claro. Pero también es una muestra de que los chicos la tienen ahora muy fácil. Los veo enganchados al Grindr, la versión gay de la aplicación Tinder. Y la verdad es que paso de eso. Le quita toda la magia. La seducción debe tener riesgo, cacería y posibilidad de fracaso. No digo que no lo haya hecho, pero me parece tan impersonal que no le veo el encanto.

¿No ves estas tecnologías como una conquista, una reivindicación de la libertad sexual?

Seguro. Es genial que sea tan fácil, pero ya me parece demasiado. Una comunidad de sexo cibernético es totalmente frívola.

Te has convertido en un señor conservador...

[Ríe] Conversador, más bien. Siempre pienso que hay que hablar un rato antes del sexo.

¿Qué tema de tu espectáculo te resulta más sublevante: las difíciles condiciones de ser gay en los 80 o la campaña de prensa fujimorista para insultarte y desacreditarte?

A lo largo de todo el espectáculo, me cuidé de la tentación de no convertir la obra en un alegato en mi defensa. El director me planteó que terminara una de las secuencias dejando en claro que no soy pedófilo, como me acusaron unos malditos. Pero sentí que era como aprovecharme del medio teatral. Que la gente iba a sentir que pagaba su entrada para verme lavándome la cara.

No te importa si te creen o no...

Así es. Ya cualquier cosa que haga o diga, incluso si ganara el Premio Nobel de la Paz, me seguirían diciendo la chapa de ‘pollo a la brasa’. Ya el daño está hecho.

En la obra compartes tu álbum de fotos familiares, pero también el de recortes de prensa que te hicieron daño. ¿Por qué guardarlos?

Guardé algunos, no sé por qué. Como guardo las carátulas horrendas de “Caretas”, por ejemplo. ¡Será porque soy cachivachero! Son ‘souvenirs’ del mal. No hay que restarles mérito: algunos titulares eran muy creativos.

¿Por ejemplo?
Recuerdo uno: “Beto Ortiz le da su ortiz a dos charapas” [ríe].

El tema de tus padres y el Alzheimer están presentes en la obra. Has dicho que también serán tema de una novela...

Por un lado, me asusta el ‘boom’ de la novela familiar que hay ahora. Pero, por otro, todas las novelas son distintas. Me imagino que escribir una novela sería el homenaje que le hubiera gustado a mi madre y no una obra de teatro como la que estoy presentando. Y es verdad, eso se lo debo. Necesito escribir: he estado inventándome pretextos para no hacerlo.

Última pregunta: ¿De cuánto peso te liberas al caer el telón?

Uff. Una vez me tiré del trampolín más alto de una piscina, otra me subí a una montaña rusa solo para vencer mi horror a las alturas. Pero no hay nada que se le parezca al teatro. Y no sé si la palabra liberación es correcta. Es tanta la energía que te sientes extenuado, pero también te da pena que se acabe. Es un placer perverso. Pero sí: al caer el telón, siento que me he arrancado un Alien del pecho.

​Una nueva temporada

Cerradas las tres únicas funciones en el Teatro Municipal, “Morbo” inicia una segunda temporada de ocho funciones, los jueves y viernes, del 26 de octubre al 17 de noviembre, en el Centro Español del Perú (Av. Salaverry 1910, Jesús María).

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