Obra dura, conmovedora y oportuna, “La Cautiva”, escrita por Luis Alberto León y dirigida por Chela de Ferrari, no solamente fue uno de los mejores montajes del año que pasó. Es también una obra de gran importancia para nuestra dramaturgia porque nos lleva a reflexionar sobre el pasado y, sobre todo, nos confronta con nosotros mismos. Con nuestra historia y realidad, con nuestra participación dentro de una sociedad quebrada por uno de los mayores azotes: el terrorismo. Y la obra de León/De Ferrari es valiente por eso justamente. Porque lleva al espectador más allá del mero formato del entretenimiento y lo introduce en intensa búsqueda. Quienes piensan que el arte es solo un elemento decorativo se equivocan. Sobre todo porque la obra de arte que se conforma únicamente con ser eso es un fracaso en sí misma. El arte como manifestación de la experiencia humana es probablemente la más seria de sus estamentos. Y es por eso, que a lo largo de la historia, muchos regímenes lo han atacado sin piedad por considerarlo un arma peligrosa para sus propios intereses.
Sin duda, cualquier actividad ciudadana, artística o no, puede ser sujeto de una investigación. Pero lo que no podemos permitir es que se inicie una caza de brujas con un pretexto cualquiera. Que se etiquete un trabajo serio y genuino como “apología del terrorismo”. Tampoco podemos abrir las puertas a la censura y mucho menos permitir el control de las expresiones artísticas por parte del Estado. Sí, es cierto, “La cautiva” advierte sobre la violación sistemática de los derechos humanos. Pero en un nivel universal, donde el hombre común y corriente queda a merced de las fuerzas irracionales enfrentadas en una guerra que en realidad es un homicidio. Donde ambos bandos allanan el orden y sacrifican la inocencia de una sociedad entera. Esa es la reflexión que nos deja “La Cautiva”.