El interés de Alberto Ísola por el costumbrismo tiene su origen a fines de la década del 70, cuando el actor Pablo Fernández le descubrió el teatro de Leonidas Yerovi. Entonces no conocía nada de ese género, había leído casi nada de Manuel Ascencio Segura y de Felipe Pardo y Aliaga, su tío tatarabuelo, solo conocía las historias que oía en reuniones familiares.
Su descubrimiento continuó con otro maestro, don Luis Álvarez, con quien compartió en los años ochenta el montaje de “La Salsa Roja”. A esta obra le siguió “Belenes, sofocos y trajines”, también de Yerovi, así como “Un país tan dulce”, variaciones político carnavalescas tejidas por la dramaturga Celeste Viale, nieta del fundador de Monos y Monadas. “Nuestro teatro costumbrista para nada es un teatro menor. ¡Son nuestros clásicos!”, señala el director.
Asumir ahora dos obras teatrales de Ribeyro se inscribe en esta investigación personal, un interés teórico ligado con una búsqueda estética. “La esencia de nuestro teatro, nos guste o no, es costumbrista. Existe una línea que lleva desde Pardo y Aliaga hasta muchos de nuestros autores recientes más agudos”, señala.
Para Ísola, pocas cosas más certeras se han escrito sobre nuestra triste realidad política como “Confusión en la prefectura”, sainete que abarca la inestabilidad de los gobierno así como la oportunista y horrorosa retórica de sus funcionarios. En la misma línea, “El último cliente” nos habla de la palabra como medio para embaucar a los demás, una forma de abrirnos paso para alcanzar un beneficio económico. Ambas obras del autor de “La palabra del mudo” se llevan a escena en el Teatro de Lucía, con Sandra Bernasconi, Javier Valdés y Roberto Ruiz interpretando personajes demasiado familiares.
“Pensando en los clásicos pero también en Ribeyro o en Salazar Bondy, creo que los dos grandes problemas de nuestro costumbrismo tienen que ver tanto con el prejuicio de la crítica por la comedia, así como su asociación con la nostalgia. Sin embargo, nada más equivocado: se trata de textos que hablan del país de forma muy crítica”, advierte el director.
Del costumbrismo a la televisión cómica
Hemos hablado de tu interés teórico pero hay en “Dos de Ribeyro” una investigación sobre la estética del teatro costumbrista. Te confieso que veo el divertido papel de Javier Valdez como asustado prefecto de Huanta y me imagino que el papel podría haber quedado pintado para un actor como el venerable Alex Valle, en cualquier sketch de un programa cómico de los setentas u ochentas. En este montaje hay un acercamiento a la estética del sketch cómico?
¡Absolutamente! La línea genealógica es muy clara: Teatro costumbrista / radio teatro / televisión. Es un tema muy interesante sobre el que Alfonso Santistevan está haciendo su tesis de doctorado. Cuando empieza todo el movimiento por renovar el teatro peruano, vía la Asociación de Artistas Aficionados, vía la Comedia Nacional, vía el Premio Nacional de Teatro, hay un alejamiento del costumbrismo. El costumbrismo pasa a ser la última rueda del coche. Se le asocia, erradamente, al pasado, a lo superficial. Todos estos actores, grandísimos como Alex Valle, Carlos Onetto, Antonio Salim, que recordamos como parte de los años gloriosos de la televisión cómica, venían de ese mundo. Y una de las cosas que hemos conversado con los actores de “Dos de Ribeyro”, era eso. Alex Valle, a quien lamentablemente no conocí, era un hombre que venía de toda esa tradición costumbrista, del teatro de revista y el radio teatro. Tenemos una historia muy importante que ha sido dejada de lado. Pienso en un actor fundamental como Carlos “el Cholo” Revolledo, que llenaba los teatros, y que fue el fundador del Sindicato de Actores del Perú, y de quien hoy no sabemos nada. Si me preguntas cuál hubiera sido el elenco ideal para hacer estas obras, hubiera pensado en esos actores. ¡Los hubiera traído de vuelta! (ríe).
Es curioso cómo un montaje aparentemente sencillo, puede traernos toda esa serie de referencias. No he dejado de pensar en Risas y Salsa, y en Adolfo Chuiman haciendo de estafador, de la misma manera en que suceden los hechos de “El último cliente”, la obra de Ribeyro...
Claro, el “Papá” de Adolfo Chuiman. Me interesa mucho ese tema. Yo enseño teatro peruano en la universidad, es un tema que me fascina. Uno de los temas que me obsesionan es, justamente, el destino de los textos del “Cholo” Revolledo. ¿Dónde está el texto de “En Cañete ha reventado un cohete”, que fue su obra más popular, presentada en el Teatro Campoamor, cerca a la iglesia de la Merced? Llegué a verlo en la televisión de niño, junto con Teresita Arce, que hacía el personaje de la “Chola Purificación Chauca”. Yo crecí viendo esos programas, soy de la época de “El Tornillo” en la televisión y “Loquibambia” en la radio Nacional. Me encantaría editar algunas de esas obras, pero no existen. Cuando el teatro peruano se modernizó (cosa que también era muy importante) también dejó de lado todo este repertorio. En América Latina, los países que han sabido reconocer la importancia del costumbrismo y asumirlo críticamente, como Argentina, México o Brasil, es donde el teatro tiene una presencia mucho más fuerte. Esa falta de reconocimiento que hemos tenido frente a ese otro teatro, no nos ha hecho bien.
¿Para una investigación del teatro costumbrista aún pendiente, hay que pensar fuera de las salas de teatro?
Así es. En el radioteatro y en la televisión, claro.
No puedo terminar esta entrevista sin tocar contigo el subtexto político de la obra. En una de sus prosas apátridas, Ribeyro habla de los hombres que, abandonados sus cargos oficiales, caen en la insignificancia. Cuán insignificantes crees que resultan los protagonistas de nuestra política?
Ribeyro tiene estos personajes que pululan en una serie de cargos que lo último que piensan es el bienestar del país. Pero también un tema muy importante para él es la retórica: ese es un aporte del teatro de Julio Ramón. Cómo la palabra sirve para engañar, para confundir o para sobonear. Eso me parece fantástico. Todas sus obras de teatro tienen que ver con estos pequeños hombres, con sus trajes recién comprados. En el caso de la obra “Confusión en la prefectura”, el prefecto, la alcaldesa y el gobernador que dependen de él, es una imagen de quienes utilizan la política para sus intereses personales, manejando el lenguaje como medio para engatusar.
SEPA MÁS
Lugar: Teatro de Lucía, Calle Bellavista 512, Miraflores.
Temporada: Viernes y sábado 8 p.m. y domingo 7 p.m. Hasta el 5 de diciembre.
Entradas: 40 y 20 soles.
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