Cuando se apagan las luces, la sala queda completamente en silencio. Es de noche y los asistentes inician la comunión con la voz poética del peruano más universal, a través de la voz humana que lo mantiene despierto, vigente, poderoso, como si aún tuviera 30 años y se llenara las manos de versos y el alma de Perú. “¡Señores! Hoy es la primera vez que me doy cuenta de la presencia de la vida”, alza la voz Delfina, mientras ingresa al escenario, que agradece el calor de su presencia. Y sigue: “¡Señores! Ruego a ustedes dejarme libre un momento, para saborear esta emoción formidable, espontánea y reciente de la vida, que hoy, por la primera vez, me extasía y me hace dichoso hasta las lágrimas”. Desde su mundo inconmensurable, desde su dimensión Trilce, desde su planeta Poemas humanos, desde su Tungsteno, sus Heraldos, su España, su Paco Yunque, César Vallejo apoya el rostro en su mano derecha, hecha puño, y contempla la función. No necesita palabras: habla a través de ella.
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En pocos segundos, Delfina ha hecho suyo el escenario. “Huaco”, “El pan nuestro” o “Los anillos fatigados”, poemas extraídos de Los Heraldos Negros (1919), inician la ceremonia en la que Delfina Paredes se convierte en puente entre aquel Perú y el de hoy, que es, en esencia, el mismo Perú, con sus mismos dolores y angustias, a pesar de que Vallejo, allá por los años 30, haya escrito que jamás hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera, en el vaso, en la carnicería o en la aritmética. La actriz recuerda perfectamente cuándo fue la primera vez que convirtió su voz en el viento que nos trae al presente a Vallejo, que lo traduce e interpreta: el 15 de abril de 1972, en la antigua Casa de la Cultura –hoy, Tribunal Constitucional-, exactamente 34 años después de la muerte del vate. Antes, le había pedido su venia a Georgette Vallejo, quien no solo le dio su aprobación, sino que asistió varias veces a verla, allá donde se presentara, iniciando así una gran amistad. En honor a ella, Delfina ha iniciado una campaña que busca conducir los restos de la viuda del poeta al Cementerio de Montparnasse, donde tiene un lugar reservado en la misma tumba de Vallejo. Ese fue su último deseo. Para ello, la actriz pidió la colaboración de instituciones, empresas o peruanos de a pie y dio su correo electrónico, en plena función: delfinacha@hotmail.com. Ella misma aportará parte de lo ganado en estas dos fechas de recitales en el C.C. de la PUCP, ubicado en San Isidro.
Ponte el alma
La noche del último miércoles 22, primera fecha de dos recitales, antes de anunciar aquel noble plan para reunir a César y Georgette, Delfina Paredes ha declamado también poemas de Trilce –como “Estáis muertos…”-, de Poemas humanos –”Telúrica y magnética”, “Quisiera hoy ser feliz de buena gana” o Lánguidamente su licor”- o, tras el intermedio, de España, aparta de mí este cáliz –”Aquí, Ramón Collar”, “Himno a los voluntarios de la República” o el que le da nombre al libro- y ya el público está completamente sumergido en una galaxia de sustantivos y adjetivos, de dolores y consuelos, de reflexiones y silencios, en lo más vallejiano de sus vallejismos. La epifanía del humano en toda su humanidad. O, lo que es lo mismo en este caso, en toda su poesía.
Aunque Delfina, de 87 años, llega al escenario caminando lentamente y apoyada en un andador con asiento, casi no necesita recurrir a él en la más de hora y media que dura su presentación: la actriz se mantiene de pie, movilizándose con precaución, pero sin dificultad. Esto, por supuesto, no es óbice para que los poemas salgan de su boca como lava emergiendo de un volcán. Su memoria es también imponente. “Me di cuenta de que cualquier incomodidad física o humana que hubiera tenido, algún dolor, desaparecía mientras estaba en el escenario y sentía que me comunicaba con el público. Supongo que algo especial sucede físicamente cuando estoy allí”, nos dice la actriz, estoica luchadora social para quien el histrión debe, a pesar de todo, ser un optimista. Por eso, lo fundamental en Vallejo, nos dice, “es llegar a comprender sus metáforas”, porque así “seremos más humanos”.
Por eso ha llevado este mismo espectáculo por todo el Perú y más allá de él, además de recitar en colegios, pueblos, plazas, iglesias o calles. Si alguna vez Georgette dejó escrito en la tumba de Vallejo aquello de “He nevado tanto, para que duermas”, hoy Delfina Paredes podría decirle al poeta “He declamado tanto, para que despiertes”.
Aquí la palabra de la actriz.
—Es impresionante verla con ese ímpetu y esa energía que le pone a los textos poderosos y cargados de mensajes de Vallejo. En ese sentido, ¿De dónde sale la fuerza para sostenerse por casi siete décadas sobre el escenario?
La verdad, nunca me lo he preguntado. Cuando estoy en el escenario, todas mis dificultades físicas quedan un poco suspendidas (risas). Además, en este caso he tenido un entrenamiento largo, porque el recital lo vengo diciendo hace 50 años en muchos lugares que no eran un escenario propiamente dicho.
—Usted considera que, para continuar en una carrera tan complicada, ¿El histrión tiene que ser siempre, a pesar de todo, un optimista?
Sí, pues. Sí, tiene que ser así, es verdad. Y además sentir una necesidad fuerte, humana, física. Yo creo que eso es lo que lleva a tantos compañeros y compañeras míos que persisten en constituirnos en puentes. Tomamos la letra, el tema, los sentimientos que quiere expresar en sus obras el autor y el actor es el encargado de entregarla al público de la mejor manera. A veces logramos cumplir con la intención del autor.
—Imagino que cuando dice eso de “Jamás, hombres humanos, hubo tanto dolor…” que escribió Vallejo, debe hacérsele un nudo en el corazón. Suena paradójico ahora, porque en el Perú parece que siempre puede haber mañana más dolor que ayer…
Sí, sin duda. Efectivamente, el dolor es una constante. Aunque creo que está muy bien sentir dolor, por la pérdida de una persona querida, por ejemplo, o incluso por no haber podido cumplir tareas que eran nuestro deber. Ese dolor, por supuesto, pero hay dolores terribles en ciertos grupos de la sociedad. Y en la nuestra, otro dolor grande, permanente, es el de la falta de trabajo. Si no hay trabajo es bien difícil que haya una serenidad, una seguridad para ir avanzando en la vida. El último poema que recito de Vallejo en la primera parte está justamente dedicado al hombre despedido. Se llama “Parado en una piedra”: “¡Cómo oye deglutir a los patrones el trago que le falta, camaradas, y el pan que se equivoca de saliva!”
—¿Recuerda cuándo fue la primera vez que lo recitó? ¿Cómo fue aquel momento?
Sí, recuerdo. Era el año 1972, un 15 de abril. Pude hacerlo después de haber estado, desde fines de 1971, tratando de hablar con Georgette para comunicarle que tenía la intención de dar este recital, porque me parecía lo menos que podía hacer. Después de dos intentos, me recibió y me preguntó si lo daría acompañada de música. Yo nunca había podido hacer eso con ninguna poesía y le comenté que lo más importante era el poema, que lo otro quizá podría distraer. Me dijo “Luego conversamos”. Estaba yo trabajando en ese momento en la obra “Dos viejos pánicos”, en el Teatro Universitario de San Marcos y, sin que me enterara para nada, ella había ido a verme actuar. A los pocos días, de pronto, sonó el teléfono de la casa y era ella, que me comentaba la obra con mucho entusiasmo. Y me convocó para que volviéramos a hablar. Puedo decir que he conversado con ella a partir de ese momento, hasta su muerte. Infinidad de veces he ido a buscarla y ella también reclamaba a veces mi presencia, porque tenía algún comentario que hacerme, muy preocupada por lo que pasaba en el Perú con la política y otras cosas más. Ya con su aprobación, tuve la oportunidad de recitar a Vallejo justo un día en que se conmemoraban los 34 años de su muerte. El lugar estuvo repleto. Estuvo ahí el poeta Arturo Corcuera, quien me animó a llevar el recital a otros lugares.
—¿Y adónde más fue?
El primer lugar al que fuimos fue Iquitos, al barrio de Belén. Allí declamé algunos poemas, casi a orillas del río. También recuerdo que, muchos años después, cuando estábamos allá filmando la película del Che Guevara, había una gran cantidad de extras locales con los que yo conversaba siempre. Mi hijo Ricardo también trabajó en la película como asistente de dirección. Así que un día que terminamos unas tomas, les dije unas poesías de Vallejo y otros autores, delante de todos los actores y extras de la película. Fue muy bonito, muy significativo. Cuando comencé a viajar con Vallejo, el director de Cultura de la Alianza Francesa, donde también tuve una temporada en su antiguo local de la Avenida Garcilaso, me convocó para ir a todas las ciudades donde tuvieran una sede. Así fui a Trujillo, Chiclayo o Piura, donde estaban inaugurando Radio Cutivalú, y luego me invitaron a trabajar allí. Estuve un año y medio haciendo radio teatro con adaptaciones de novelas y cuentos. Digamos que Vallejo me tomó de la mano y fue mi protector para ayudarme también a encontrar otros trabajos. Además, pude constatar que la poesía de Vallejo emocionaba por igual a peruanos de cualquier lugar.
—Georgette Vallejo, como nos ha contado, fue fundamental para iniciar estos recitales. ¿Qué recuerdos tiene de su relación con ella?
Bueno, me comentaba algunas cosas sobre los recitales, pero en algún momento también cuando tenía problemas o se daba cuenta que habían publicado los poemas de Vallejo con fallas. Cuando las encontraba se desesperaba por corregirlas. Recuerdo que otra cosa era que no notaba mucho interés de las editoriales o las instituciones por publicar otros textos de Vallejo fuera de los poemas. Y ella tenía tantas cosas todavía, varias que le había entregado a Alberto Tauro del Pino, que era una persona que ella apreciaba mucho, que eran crónicas o teatro. Tauro peleaba por publicarlo, pero no había cuándo. Luego ella murió, él también, así que supongo que en San Marcos se habrían quedado esos textos, porque después se editaron unas crónicas de Vallejo. Un día, Georgette estaba tan dolida que me dijo “Hasta me da ganas de desaparecer la mascarilla que tengo de Vallejo”. Siempre se refería a él con su apellido, casi nunca con su nombre. Uy, sería muy largo recordar todo. Yo la veía muy humana, porque se preocupaba incluso de personas que vivían por ahí y, por supuesto, de los animales, sobre todo los gatos que tenía en su casa de Miraflores, en la calle Colina. A mí me llegó a dar un perrito para que cuide, porque era grande y no tenía dónde tenerlo. Lo llamé Orco, “cerro” en quechua.
—Ahora usted quiere ayudar a que Georgette pueda reunirse con Vallejo…
Yo siento que tengo el deber de cumplir lo que ella quería: ir a dormir definitivamente bajo la tumba de Vallejo, donde Georgette tiene ahí separado, pagado, su espacio. Cuando fui al recital de Nancy, en Francia, el año 74, me encargó que fuera a Montparnasse y en la oficina pidiera una constancia de que ella tenía ahí su espacio. Así lo hice y se la entregué. Ahora sería importantísimo encontrar esa constancia. Espero que los padres de San Juan de Dios, a quienes les dejó su departamento en un tercer piso en la calle Colina, lo hayan guardado. Y, aunque no espero nada de este gobierno, quisiera ver si la Cancillería puede coordinar con la Embajada de Francia la repatriación de sus restos de Lima a París. Lo lindo sería que todos los que realmente estamos agradecidos con Vallejo y lo admiramos pudiéramos dar, aunque sea, 5 o 10 soles para que, así como todos los hombres de la tierra despertaron a ese hombre en Masa, del mismo modo pudiéramos lograr juntos ese anhelo que tenía Georgette: que sus restos se lleven de aquí a Francia para ser enterrados en Montparnasse junto a Vallejo. Hay que recordar que fue ella quien salvó los manuscritos de Vallejo cuando los nazis bombardeaban París. De rodillas, con sus propias manos recogió los manuscritos del piso de la Embajada del Perú allí, que había sido bombardeada y estaba vacía, con los papeles a su suerte (Delfina, conmovida, hace una pausa). Esa mujer ha sufrido mucho, ha sido atacada, incomprendida. Tenía un carácter fuerte, pero porque no le gustaban las mentiras.
—Usted es actriz, ha sido esposa de actor y es madre de actores. ¿Qué significa que el impulso artístico sea el motor de una familia o de un hogar?
Bueno, solo he pretendido ser madre, cumplir con mi deber de madre, pero mis hijos han sido y son la bendición, aun con sus críticas, no solo a mi trabajo como actriz, sino a mis actividades como secretaria del Sindicato de Actores, por ejemplo. Entonces, ¿Qué hubiera hecho sin mis hijos? Hubiera podido apenas dar unos pasos. Para mi fueron la bendición más grande.
—¿Cómo marca la vida de un artista ser de izquierda y mostrarse comprometido con diversas causas, no siempre todas del agrado de muchos?
Bueno, se me han cerrado varias puertas, sobre todo, en la televisión. Cuando yo, el año 75, saqué el programa Evangelina, que llegó a tener a los cuatro meses más de 33 puntos de rating de sintonía, los domingos por la noche, no me dejaron volver a sacarlo con mil pretextos. Parece que incomodaba mucho a algunos. Solo pude retomar el personaje en el teatro. Admiro a Túpac Amaru, a Andrés Avelino Cáceres, a Vallejo, por supuesto, y a las esposas de los 3, sin duda, porque han sido extraordinarias: Micaela Bastidas, Antonia Moreno y, claro está, Georgette.
—50 años después de comenzar a declamar a César Vallejo. ¿Qué lecciones de sus versos siente que son más vigentes hoy?
Lo fundamental en Vallejo es llegar a comprender sus metáforas. Es entender, a través de su poesía, quiénes pueden llamarse realmente hombres humanos. Imaginen todos los libros que se han escrito sobre Vallejo en estos años, prácticamente en todo el mundo, para estudiar las maniobras que hace con el idioma o cómo rompe esquemas anteriores. Comprender sus metáforas, que son simples y muy humanas también, acercará al público a conocerlo mejor.
Delfina Paredes
“Hace 50 años…recital de Vallejo
Fecha: miércoles 29 de junio
Hora: 8 p.m.
Lugar: Centro Cultural de la PUCP
Dirección: Av. Camino Real 1075, San Isidro
Entradas: en boletería y en Joinnus: https://www.joinnus.com/events/theater/lima-hace-50-anos-recital-de-vallejo-48568