Pocas veces tenemos la oportunidad de encontrar el texto adecuado, el director ideal y la actriz soñada sobre un escenario. Pues eso es lo que sucede con “El dolor”, la pieza teatral en la que Alberto Ísola dirige a Alejandra Guerra.
Una obra única en la que, sobre el escenario, una mujer espera. Vive un drama común desde los tiempos de Penélope y Odiseo. Pero la suya es una espera más que incierta, desesperante, inhumana. Porque la mujer tiene las pistas y señas de los últimos paraderos conocidos de su marido, recluido en un campo de concentración, y se aferra a esa mínima información para mantener encendida la es peranza del regreso. Pero tal vez ese regreso será aun más doloroso que la muerte.
“El dolor”, de Marguerite Duras, como gran parte de la obra de su autora, se convirtió en motivo de una polémica cuando fue publicada en 1985. Si es una historia autobiográfi ca o no, es algo que no podemos afi rmar o negar con certeza. No obstante, se trata de un texto tan sentido que no es posible dejar de sentir esa auténtica pasión que la escritora supo imprimir en sus páginas. Páginas provenientes de los diarios que escribió supuestamente durante la Segunda Guerra Mundial y que, sin embargo, no los recordaba realmente. Es el texto que llega a nosotros a través de su adaptación teatral.
Me pasa con varios de los escritos de Marguerite Duras: me producen sentimientos encontrados. Por un lado, no puedo dejar de sentirme tocado por las emociones que destilan. Con un lenguaje tan directo que va de frente a la yugular. Y del otro, me niego a seguir su juego manipulador en el que sufrir es un deleite. Porque hay, sin duda, un regodeo en toda esa adversidad.
Felizmente Alberto Ísola es un director que se aproxima al material con seguridad y cuidado. En esta ocasión presta atención a todas las emociones posibles que ofrece el texto y marca el ritmo con tal precisión que la obra se desarrolla con naturalidad, pese a su formato. Lo que es más interesante, enfatiza el discurso de la autora-protagonista sobre los crímenes de la humanidad con tal seriedad que es imposible no entenderlo en toda su dimensión. Y allí está uno de los elementos más valiosos de la obra, en esa capacidad para llevar al espectador de una historia íntima a una gran tragedia que compromete a la humanidad misma: el genocidio de los campos de concentración no fue un crimen perpetrado por los alemanes, fue un crimen en el que todos los hombres tienen responsabilidad.
Por supuesto, Alejandra Guerra es la actriz ideal para interpretar un papel tan complejo. Parte de la propia confusión que los textos de Duras ofrecen deliberadamente. No hay recuerdos precisos, pero hay una tremenda tristeza. Y, claro, a medida que vamos conociendo los detalles de la historia, el dolor se instala como si fuera parte de la atmósfera que nos envuelve. Con su belleza disidente, Guerra domina el escenario con tal verdad que es difícil pensar en fi cción en el momento que la contemplamos. Vive sobre el escenario y lo hace rechazando ese histrionismo inadecuado que podría prestarse para una obra como esta.
“El dolor” es de lo mejor que hemos visto en un año de gran producción teatral. Y aunque su presentación en Lima ha sido bastante limitada en términos de fechas, felizmente pudo recorrer algunas ciudades del país. De esta manera, el equipo involucrado nos recuerda que el teatro no solo es entretenimiento, sino también una poderosa arma de comunicación, capaz de llevar ideas y reflexiones a los públicos más diversos.