Es el París de la Belle Époque, pero no hay belleza en los tiempos que viven las dos familias que el dramaturgo francés Georges Feydeau (1862-1921) presenta en dos piezas breves de su repertorio: “Leonorcita se adelantó” y “No somos nada”. En la primera, una joven parturienta grita de dolor en su habitación, su marido, esperando en la sala, tiene que soportar las humillaciones de sus engreídos suegros y de una partera sabelotodo. En la segunda, un hombre vestido de Luis XIV vuelve de un baile de disfraces de madrugada, y muerto de sueño debe enfrentar los reclamos de su mujer, y el impacto de una noticia fatal traída por un mayordomo poco diligente.
A primera vista, estamos frente a dos buenos ejemplos de chispeante humor de vodevil, la comedia ligera, frívola y picante que tan bien sabía tejer el autor de “La pulga en la oreja”. Sin embargo, más allá de las divertidas intrigas y equívocos, algo sucede en este espectáculo de variedades que nos sobresalta. No hay aquí el humor amable propio del género, sino más bien humor negro, rencor y ferocidad. Es como si un tradicional mecanismo teatral empezara a corromperse y sus tornillos terminaran cediendo, dejando caer imposturas y descubriendo las más profundas preocupaciones de un autor.
Para Alberto Ísola, director que hoy estrena “Hasta que la muerte nos separe”, se trata de un caso curioso. “Feydeau, el mayor autor francés de vodeviles, siempre está asociado a ese humor chispeante”, reconoce. Sin embargo, el hombre de teatro advierte que estas últimas obras del autor fueron escritas en un contexto determinante: un matrimonio terrible que lo llevó a escribir las cinco obras que componen el ciclo “El matrimonio y el divorcio”, dos de las cuales pone en escena en el Teatro de Lucía.
Se trata de un material de potente humor negro, generado a partir del sufrimiento del otro. “Es cierto que todo en la obra tiene una carga oscura. Se trata de gente entrampada en una situación social y conyugal convertida en un infierno. La obra te permite reírte, pero también posee una amargura muy interesante. Eso es lo que convierte a Feydeau en uno de los dramaturgos más interesantes de comienzos del siglo XX”, afirma Ísola.
Mujeres en permanente reclamo y reivindicación, parte de un mundo que está cambiando, y esposos más bien peleles, sobrepasados por las circunstancias. ¿Realmente se aman estas parejas? Más bien Feydeau proyecta en ellos una profunda insatisfacción y frustraciones que Ísola compara con lo que más tarde presentaría Bergman en “Escenas de la vida conyugal”. “Cuando leí estas obras por primera vez me sorprendí profundamente. Te ríes, pero hay algo que hace preguntarte qué está pasando. Ciertamente, no hay mucho amor en estas parejas. En realidad, más bien se apela al matrimonio como medio de subir de estatus social. Todo es muy negro, pero su dureza es importante porque hay muchas cosas que cuestionar”, aclara el director. “Para nada estoy en contra del matrimonio, pero si soy contrario a cualquier tipo de relación, sea marital o profesional, que se transforme en una prisión, en una excusa para la frustración o la crueldad”, añade.
Ísola espera atento la reacción de un público que, es seguro, se sorprenderá con el humor negro de este par de comedias breves. Para el director, se tratan de un teatro de transición, que marca la evolución escénica del XIX a corrientes de vanguardia del siglo siguiente que lo emparentan con autores como August Strindberg o Eugène Ionesco. Feydeau fue un autor de teatro de muchísimo éxito, pero también un pintor frustrado, que sufría de ludopatía. Quizás para entender el desquicio de estas obras deberíamos atender los propios delirios del artista quien acabó sus días en un sanatorio mental.
Lugar: Teatro de Lucía, Bellavista 512, Miraflores.
Reparto: Sandra Bernasconi, Javier Valdés, Roberto Ruiz, Aira Galliani, Antonella Gallart y Sol Nacarino.
Horario: De jueves a lunes, 8 pm y domingos a las 7pm.
Entradas: Joinnus o en la boletería del teatro.
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