Cuando Dostoievski escribió “Memorias del subsuelo” (1864) atravesaba un período de gran depresión y melancolía. Y como sucede con las obras geniales y que marcan un hito, el impacto de esta novela no estaba previsto ni por su autor.
Porque en “Memorias del subsuelo” no solamente están las claves para entender a fondo el pensamiento y las posteriores obras de Dostoievski. Está también el origen de la novela psicológica, la raíz del existencialismo y la génesis del expresionismo alemán y el filme noir, entre otras manifestaciones artísticas.
Por ello aproximarse a esta creación literaria implica muchos retos y celebramos que los asuman dos artistas de nuestro entorno como Josué Méndez y Gonzalo Rodríguez Risco. Es más, si repasamos sus respectivas obras, encontraremos que en ellas ya había una búsqueda de esa tremenda confrontación que plantea “Memorias del subsuelo”. ¿Cuáles son los límites de la libertad? ¿Qué es el bien? ¿Es corrupta la naturaleza del ser humano? Interrogantes nada simples y que, obviamente, crean más incertidumbres que certezas.
Como adaptación teatral, titulada “El hombre del subsuelo”, Rodríguez Risco y Méndez plantean un correcto y coherente guion teatral. Con una introducción apropiada y una sucesión de escenas que resumen bien el material literario. Así, el protagonista nos presenta la obra con un monólogo inicial que da pie con naturalidad al desarrollo del drama.
Donde es menos lograda la adaptación es en la elección del discurso, sobre todo en el énfasis que se le da a determinados pasajes. Y por eso el monólogo inicial nunca resulta inspirador ni convincente. Es divertido en su cinismo pero no llega a golpearnos como uno espera de un material verbal proveniente de una obra tan contundente como “Memorias del subsuelo”. Más convincente es hacia el final, cuando en su desesperación el protagonista arremete contra la prostituta que busca redención. Sin embargo, ya es tarde para crear algún efecto dramático. Pero no nos adelantemos.
Tal como en la novela, “El hombre del subsuelo” nos cuenta la historia de un oscuro burócrata sin identidad aparente. Es el narrador del cuento y todo lo que vemos y sabemos corresponde a su visión. Analiza el mundo desde su oscura posición y su examen es brutal en cada aspecto, incluido el juicio que hace de sí mismo.
Teatralmente “El hombre del subsuelo” se desenvuelve en dos niveles. En uno sale airoso. En el otro no tanto.
En primer lugar, Josué Méndez inyecta vigor en un escenario que pudo caer en la trampa del teatro más convencional. No es así en este caso. Desde el arranque entendemos que la puesta en escena será diferente. No revolucionaria, ni siquiera de vanguardia, pero sí refrescante y creativa. El uso de una cámara de video que registra y proyecta a los actores, los ángulos elegidos, la disposición de los elementos sobre el escenario, los guiños al presente, todo fluye de una manera inteligente y sin duda emocionante.
Sobre todo hay una intención de añadir imágenes al discurso y eso se agradece. Se agradece también que esas imágenes aporten y registren un lenguaje expresivo que va más allá del simple desarrollo de una trama. En esto, Méndez acierta y logra mantenernos atentos a su propuesta.
Pero donde es menos efectivo es en la dirección de los actores. Aquí tenemos a un grupo de intérpretes tan entusiasmados que aparecen y desaparecen atropelladamente, sin emociones reales y, lo que es peor, distrayéndonos de la razón principal de la obra. Por momentos incluso parecen descontrolados dentro de una situación que necesita mayor tacto, más esfuerzo por acentuar la ridiculez de una sociedad que vive de las apariencias y que celebra, sobre todo, el triunfo más egoísta. Si la intención era caricaturizar a los personajes, entonces la meta ha sido lograda. Pero no es lo correcto en un texto que proviene de Dostoievski. ¿Dónde están los matices? ¿Dónde está la humanidad? Para que estos personajes sean realmente despreciables tienen que ser humanos. Si nos contentamos con unas caricaturas que recitan parlamentos con un lenguaje impostado, nunca podremos condenarlos.
En un lugar aparte se encuentra Pietro Sibille, como el protagonista. Su creación, que bien se puede inscribir dentro del terreno del teatro expresionista, es efectiva en términos de imagen y diseño. Su apariencia es muy apropiada sobre todo para el monólogo inicial. Pero pierde verdad al no encontrar ni por un momento una réplica que confronte su calidad de símbolo.
Las escenas con Liza (Andrea Luna), la prostituta, deberían pasar de la lascivia a la pureza, del asco a la redención. Pero es imposible que esto suceda cuando los actores declaman sus parlamentos, gesticulando en cada sílaba y alejándose de la verdad, que es finalmente, la esencia de esta obra.
FICHA TÉCNICA
Dirección: Josué Méndez.
Dramaturgia: Josué Méndez y Gonzalo Rodríguez Risco.
Actores: Pietro Sibille, Andrea Luna, Guillermo Castañeda, Juan Carlos Pastor, Alex Mori y Mariano Sabato.
Funciones: Hasta el lunes 20 de octubre del 2014. De jueves a lunes, a las 8 p.m.
Venta de tickets: Teleticket, boletería CCPUCP y en el edificio Tinkuy del campus PUCP.
Dirección: CCPUC, Sala Roja. Av. Camino Real 1075 San Isidro, Lima.